Cuando te aproximas desde Washington D.C. por la carretera Maryland 5 Sur hacia Lexington Park, atravesando municipios con nombres tan evocadores como California o Hollywood, es difícil imaginar que a poca distancia se encuentran los más de 26 kilómetros cuadrados de terreno que ocupa la base Aeronaval de Patuxent River en la desembocadura del río Patuxent, a unas 65 millas de la capital de los Estados Unidos.

El suboficial de primera David Delgado, en el hangar del escuadrón de pruebas y evaluación de helicópteros en la Estación Aeronaval de Patuxent River, en Maryland.



Cort. Desiré Vidal

El suboficial de primera David Delgado, en el hangar del escuadrón de pruebas y evaluación de helicópteros en la Estación Aeronaval de Patuxent River, en Maryland.

Senior Chief Francisco J. Pérez administrativo en el edificio de mando de NAVAIR en la Estación Aeronaval de Patuxent River



Cort. Desiré Vidal

Senior Chief Francisco J. Pérez administrativo en el edificio de mando de NAVAIR en la Estación Aeronaval de Patuxent River

Foto aérea de NAS Patuxent River



Cort. US Navy

Foto aérea de NAS Patuxent River

Más de 15.500 hispanos (el 4,5% del total de la población de Southern Maryland) estaban censados en 2013 en esta región comprendida por los condados de Calvert, St. Mary´s y Charles. La comunidad hispana de esta zona de Maryland creció en los últimos ocho años en un 54%.

La estación aeronaval de Pax River, como coloquialmente se conoce a la base, celebraba recientemente su 70 aniversario ya que nació en 1943 como un centro de pruebas de vuelo. Desde los años 90 acoge además los cuarteles de la Naval Air Systems Command (NAVAIR) y la Naval Air Warfare Center Aircraft Division (NAWCAD). En la actualidad su misión principal es ser sede de la escuela de pilotos de pruebas de la marina y centro de pruebas, evaluación y sistemas de adquisición de ingeniería aeronaval. Su desarrollo y consolidación la ha convertido en la mayor entidad empleadora en el Sur de Maryland proporcionando trabajo a unas 26.000 personas, civiles y militares, de las que algo más del seis por ciento son personal hispano.

El Tiempo Latino ha querido acercarse a la comunidad hispana de Patuxent, a través de la historia de estos militares.

Suboficial de primera David Delgado

De sus 29 años, David Delgado, lleva nueve y medio de servicio en la Navy. Actualmente es suboficial de primera, encargado de supervisar a los contratistas que reparan los helicópteros. Para él trabajar con aeronaves es “lo que más me gusta y gracias a Dios -dice- es lo que me permite ganarme la vida”. Sus padres emigraron desde México a USA en 1979 y se instalaron en Texas, donde los criaron a él y a su hermano. “Mi padre trabajaba de jardinero -recuerda David- y mi madre en una compañía de limpieza. Están muy orgullosos de mí, de que esté en el Ejército. Me admiran a pesar de que a veces se nos hace difícil por la distancia. Nos vemos dos veces al año y cuando estoy allí (en Texas) el tiempo pasa volando”

A pesar de su juventud, Delgado cuenta ya con una larga experiencia en la Navy y sabe lo que es estar largos periodos de tiempo alejado de su familia.

“He estado fuera en cuatro ocasiones: durante 7 meses en el portaaviones Abraham Lincoln y otras tres veces en Bahrein (Golfo Pérsico)”, explica Delgado. Su semblante serio se suaviza cuando menciona a su mujer, Zuli Delgado, “Ella me apoya a pesar de que me muevo mucho. Cada tres años cambiamos de destino, pero ella está contenta, estudia…”

Para Delgado, estar en la Navy no ha sido algo fortuito: “Siempre quise entrar en el Ejército. Tras terminar High School empecé la universidad y compaginaba los estudios con trabajos parciales pero sabía que eso no era lo que yo quería hacer para vivir, así que un par de años después decidí alistarme y eso me permitió viajar, conocer mundo, a pesar de que mis padres no estaban muy de acuerdo al principio ya que soy el primero de la familia que se alista”. Trabajar en el Ejército también le ha dado al suboficial de primera Delgado la oportunidad de relacionarse con personas procedentes de todo el mundo. “Para mí somos todos iguales”, remarca. “Yo no he encontrado ninguna barrera en mi carrera. A los jóvenes les diría que no tengan miedo de hacer lo que quieran en la vida y sobre todo que no dejen pasar las oportunidades ni dejen de alcanzar sus metas”

Sargento mayor Leticia Litchfield

Leticia Litchfield cuenta con 19 años de servicio. Es sargento mayor del cuerpo de los Marines y trabaja en el departamento de Integración Logística de NAVAIR en equipos de apoyo en tierra. Casada y madre de cinco niños, nació en El Paso (Texas) de padres mexicanos.

“Mi padre nació en Chihuahua y hasta los 19 años vivió en el pueblo de Delicias, luego cruzó a USA y empezó a hacer de todo, trabajaba mucho en los ranchos manejando tractores y cosas así. A los 30 años conoció a mi mamá, que se llama Lucía, se casaron y nací yo”, cuenta Litchfield quien habla español con acento mejicano y sus grandes ojos verdes brillan al recordar sus orígenes: “En 1992 conocí por primera vez donde nació mi papá, luego hemos ido en Navidades y la última vez que fui a Chihuahua fue en 2007 antes de que mi tía falleciera”.

Ella tenía claro desde niña que quería entrar en el Ejército: “Veíamos el comercial en la tele cuando yo era chiquita y yo le decía a mi papá ¡quiero entrar en los Marines!”. Pero además de ser su pasión, en el caso de Litchfield, como en tantos otros, el Ejército supuso la posibilidad de hacer carrera.

“Éramos bien pobres, yo sabía que mis padres no podrían mandarme a la universidad, así que cuando acabé la escuela, con 18 años, empecé la carrera militar”, cuenta la sargento mayor Litchfield. “En esos tiempos no se escuchaba mucho que una niña entrara en Los Marines pero ya después, cuando entré y mi familia me vio tan bien, tan feliz, haciendo las cosas que más me gustaban como el ejercicio… Me encantaba correr…” -sonríe y sigue contando- “al principio tenía miedo, nunca había salido de California, sólo para ir a México. Y la primera vez que fui a Japón me decían ¡qué bueno mihija que estás conociendo todo! y yo les mandaba fotos y postales y algo de dinero para ayudar a pagar la renta o lo que fuera”.

Como cualquier madre, orgullosa de sus niños, Litchfield saca el móvil y nos enseña la foto de sus cinco hijos cuyas edades van desde los 16 a los dos años: Davian, Aadan, Diego, y las gemelas Eva y Evan. “Mi familia es un apoyo fundamental para mí, sobre todo en los periodos que tengo que irme. Mi esposo, Fernando Javier Litchfield también es Marine… La primera vez que me fui, en 2007, durante un año, mis dos hijos mayores se quedaron con mi mamá, que los cuidó muy bien, y luego cuando regresé los Marines me dieron una casa para vivir con ellos”.

Al hablar de sus hijos su cara se ilumina: “Ahora, aunque el mayor no sabe aún qué quiere ser, el de 12 años tiene claro que quiere ser un marine y, a veces, sale a correr conmigo”.

Para Litchfield la promoción es “el trabajo que haces” y siempre se ha encontrado totalmente integrada en el Ejército.

Capitán de corbeta Branton M. Joaquín

Branton M. Joaquín tiene 30 años de servicio, es capitán de corbeta de la Navy y director adjunto de ingeniería de sistemas del programa PMA-260 de NAVAIR. Su misión es supervisar el desarrollo de los equipos de apoyo y pruebas de la Aviación Naval. Se autodefine “afro-latino” ya que “Me crié en una casa con estas dos culturas, la afroamericana y la latina”.

“El padre de mi abuela nació en Cuba y creció en Puerto Rico”, cuenta Joaquín. “Ellos emigraron a USA a principios de los 40 y se establecieron en Nueva York donde nació mi abuela. Mi madre es mitad afroamericana y mitad latina y yo hablo suficiente español como para establecer una conversación amigable”, bromea mientras habla en un perfecto inglés. “Provengo de una familia muy humilde, con pocos recursos, que no podían enviarme a la universidad y mis notas no daban para una beca así que a los 17 años hice las pruebas para policía. Mi plan original era alistarme durante cuatro años y luego volver para ser policía en Nueva York, pero me enamoré de la Marina… Como mi carrera fue exitosa durante los 4 primeros años, decidí realistarme y eso fue hace ya 30 años. Así que puedo decir que me alisté por la necesidad de tener un trabajo y acabé haciendo algo que realmente amo”.

Para capitán de corbeta Joaquín, la vida militar supuso una salida laboral a la vez que el desarrollo de su vocación de servicio. “En mi familia estábamos acostumbrados a trabajar duro. Mi madre era muy disciplinada así que la disciplina militar no fue ningún problema para mí”, explica. “Yo creo que el Ejército te juzga por lo que haces; si trabajas duro, estudias y te propones cosas, lo consigues. Ya cuando era joven entendí que nadie me iba a regalar nada. Las oportunidades están ahí pero tienes que ir a por ellas. Las oportunidades están para todos aunque parece ser que hay minorías que no se dan cuenta de que existen esas oportunidades o no cuentan con mentores que les guíen. A mí en mi carrera sólo me han valorado por mi trabajo”

Joaquín coincide con sus compañeros en que lo más duro de su trabajo son las ausencias: “Te pierdes vacaciones, cumpleaños, aniversarios…” Él y su esposa Angie tienen cuatro hijos ya adultos: David, de 28 años, Andrew y Branton, de 22, y Yancy de 19. “Todos están muy orgullosos de que su padre esté en la Navy”. También valora mucho las ventajas que supone su trabajo para su familia. “Gracias al Ejército mis hijos han ido a la Universidad”, recalca.

En sus 30 años de carrera, Joaquín dice que la diversidad hispana es mayor hoy en día en la Navy: “Cuando me alisté casi todos los hispanos eran de México, Puerto Rico o República Dominicana. Ahora hay más presencia de centroamericanos procedentes de Nicaragua, El Salvador…” Y Joaquín anima a los jóvenes latinos: “Les diría que no piensen que llegar al Ejército supone cambiar quienes son. Yo creo que hay que estar orgulloso de quien se es. Eso aquí no supone ningún problema. Hay las mismas oportunidades para todos”.

Senior Chief Francisco J. Pérez

Francisco J. Pérez lleva 25 años de servicio, es Senior Chief y trabaja como administrativo en el edificio de mando de NAVAIR. Actualmente es el ayudante personal del Vicealmirante David Dunaway, comandante al mando de NAVAIR. Casado con María Letizia “Letty”, como él la llama, es padre de Robert, Francisco, Gabriel, Gabriella e Isabella y su familia está muy centrada en la vida militar. “Para nosotros es una forma de vida”, explica Pérez. “Robert está en la Navy, Francisco está a punto de graduarse y de alistarse y una de mis hijas quiere ser enfermera de la marina”.

De origen mexicano, los padres y los abuelos de Pérez nacieron en Texas. Su llegada al Ejército fue una mezcla de deseo de aventura y búsqueda de un destino.

“Quería hacer algo distinto, excitante, tenía muchos amigos que se estaban alistando y mi hermano mayor estaba en los marines, para mí él siempre ha sido una referencia…”, dice Pérez. “Pero yo también quería construir mi propio camino. Hacer algo por mí mismo, con mi propio esfuerzo y con mis propias metas”.

Cuando mira atrás reconoce que en estos años ha hecho muchas cosas. “Mucho y suficiente”, sonríe. “He estado en tres barcos… mi principal ocupación ha sido y es administración y personal. Desde 2002 he trabajado para tres generales del Ejército de tierra, un general de la Fuerza Aérea y cuatro almirantes”. Para él la clave está en no conformarse: “He aprovechado cada oportunidad para hacer algo más allá de lo que se requería y se consideraban mis obligaciones. Siempre andaba buscando más”.

Al referirse a la base de Patuxent River destaca su crecimiento en los últimos años y el aumento de oportunidades laborales tanto para la población hispana como para todos en general. “Si tengo que dar algún consejo a los jóvenes que quieren seguir la carrera militar es que tengan un roadmap, que establezcan metas, se preparen, se esfuercen y trabajen duro porque el camino es interminable”

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