Al empezar la temporada 2018 de las Grandes Ligas, Alex Cora aparecía como el duodécimo manager latino en la historia de la pelota norteamericana, una con más de 100 años en juego y que desnudaba un tema debatido en múltiples ocasiones: las puertas no estaban del todo abiertas para dirigentes de origen que no fuera norteamericano.

No es un tema de odio, vale aclarar. Es habitual que cada país pondere a los suyos, sobre todo en Estados Unidos, donde este deporte es lo suficientemente arraigado para graduar año tras año a nuevos hombres cuya intención es la de dirigir.

Pero los latinos poco a poco se han abierto paso con su peculiar estilo de ver las cosas, aplicadas en su momento como jugadores, para ahora plasmarlas como estrategas.

Este cargo no es fácil de asumir. Expertos y fanáticos coinciden en un caso: sea cual fuere el deporte, convertirse en entrenador es aceptar pasar a ser el punto medio y más débil de una cadena en la que, cuando el fracaso toca la puerta, es más sencillo dar de baja a este que a todos los jugadores a pesar de que son los que deben demostrar que entendieron con detalle cómo debe ejecutarse la planificación, como tampoco rodará la cabeza de algún gerente ni propietario.

Cuando las cosas no salen bien es sencillo apuntar sobre el dirigente, pues es un padre que se ve obligado a quedarse con la derrota de su lado, aunque en el triunfo no todos los titulares lleven su nombre. Es una tarea que no cualquiera puede manejar y que Cora, debutante en 2018 con los Medias Rojas de Boston, bien logró realizar al punto de hacerse con el título de campeón en las mayores.

El antecedente

Luego de dejar en el camino en la última instancia de la zafra a los Dodgers de Los Ángeles, el puertorriqueño se convirtió en apenas en segundo manager latino en coronarse en el clásico de octubre.

Antes, sucedió en 2004 con el venezolano Oswaldo Guillén, año en que su Medias Blancas de Chicago apelaron a la entrega de diversos elementos, jugando con velocidad y una chispa caribeña que elevó a otro nivel la forma en que el juego es visto. Poco ortodoxo para muchos, este listón no solo era alto, también particular, pese a que cada campeón es distinto al resto; sin embargo, en este caso quedaba claro que la manera de sentir el béisbol dista mucho entre personajes de distintas zonas del continente americano.

Si alguien dice que el béisbol es el mismo en cualquier lugar que se celebre, está muy equivocado. No es igual la estrategia y disciplina del pelotero de origen asiático, siempre listo para actuar según lo dicten los códigos de cada conjunto, como lo es el espectáculo y poder que desde Estados Unidos se demuestra en a principal liga del planeta. A su vez, este dista mucho de la picardía con la que el latino sorprende en sus ligar invernales.

Pero si de algo puede presumir el sistema de Grandes Ligas es que ha logrado concentrar parte de la influencia de los extranjeros para hacer de la suya una pelota más completa. Sucede con los jugadores y la manera en que estos sirven de inspiración sobre otros al punto de, a pesar de haber nacido a miles de kilómetros de la ciudad donde juegan, llevan el uniforme con tal éxito que se vuelven hijos adoptivos del lugar.

Las lecciones en Houston

Influencia sobre la influencia. Alex Cora estuvo ahí con AJ Hinch cuando el año pasado los Astros de Houston celebraron el título en el séptimo juego de la Serie Mundial contra los Dodgers. En esa temporada, con la tarea de aprender todo lo que estuviera a su alcance para algún día estar al frente de un grupo, las críticas llovieron cuando se dio a conocer en plena definición de campeonato que los Medias Rojas lo habían contratado.

Básicamente, el error estuvo del lado de la organización de Boston al hacer oficial una noticia que podía esperar para revelarse un día después de bajar el telón de la campaña 2017 y así evitar poner a su nuevo estratega en tela de juicio cuando, de manera muy sensata, aún defendía los colores de otra divisa.

Fue precisamente al combinado sideral al que superaron en la Serie de Campeonato de la Liga Americana, porque, parece lógico, luego de Hinch en el que mejor conoce a los tejanos es Cora.

En su estadía con los Astros, aprendió cosas sumamente útiles para poner en práctica a su manera con los patirrojos, pero también algo que invita a recordar a Guillén con sus Medias Blancas de 2004: todos por el equipo.

Pese a contar con el Más Valioso de aquella ronda regular, José Altuve, Houston no puso su peso sobre solo una figura o un departamento. El bateo era temible desde el primer al último bateador según el orden del lineup no por batazos dantescos sino por la singularidad de cada toletero. Así, con una ofensiva variopinta, sumado a un cuerpo de abridores sólidos sin depender de un as y relevo que tuvo una tarea más sencilla que los dos departamentos mencionados anteriormente, pero que aún así se portó a la altura de los retos para dominar la pelota norteamericana.

El futuro patirrojo

La pregunta sensata que ronda sobre la figura de Cora y los Medias Rojas de Boston no es otra sino el qué vendrá ahora. Para un manager debutante haberse alzado con el trofeo de campeón es un sueño que pocos optimistas habrán establecido al saberse contratados para asumir las riendas de una franquicia, pero que a su vez está atada a un reto increíble e incalculable: ser mejor tras haber sido el mejor.

Esto demuestra que el deporte, como en cualquier materia de la vida, el éxito pasa tan rápido que con el final de la zafra 2018 de la gran carpa es el propio Cora el que tiene más tareas pendientes que el resto de sus colegas. Otra vez, como lamento o letra pequeña que se hace imperceptible en el acuerdo, la labor del manager es intensa, un tanto traicionera y solo para los más fuertes.

El boricua lo demostró, pero este es solo el abrebocas de su andar como dirigente. Concentró en su primer año a elementos de enorme experiencia con otros más jóvenes que supieron responder al llamado, así como una acción que pudo haber alimento ese antes y después que derivó en el título: la contratación de JD Martinez.

La conciencia patirroja, tan acostumbrada al éxito en este milenio, obliga a cada uno de sus integrantes a superarse constantemente, no solo por ser una de las franquicias de más rica historia en el béisbol estadounidense, también porque cada victoria suma a ese coctel adictivo del éxito, pues nadie quiere dejar de sentir esa sensación de imbatibilidad, sin importar cuál es el rival de turno.

Esta vez le tocó a Cora y respondió. La figura latina, cada vez con mayor auge en el béisbol de las Grandes Ligas, se abrió paso por sus propios medios para entrar en los libros de historia de una disciplina con incontables anécdotas.

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