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Un restaurante más abre sus puertas en la zona metropolitana, pero no es uno cualquiera, sino uno más que se agrega a la lista de negocios de Dora Hilda Escobar, una salvadoreña y empresaria quien hoy y por “el momento”, cuenta con 4 restaurantes, salones de belleza, joyerías, bienes raíces y diez casas de cambio.

Dora Hilda Escobar recibió a El Tiempo Latino en su nuevo restaurante de comida latinoamericana ubicado en la University Boulevard, en Hyattsville, Maryland para conversar sobre su vida y sus proyectos. Antes de comenzar la entrevista Escobar, hizo que trajeran a la mesa un café y un cebiche al estilo salvadoreño. La taza, tiene escrito en letras color azul, el nombre de “La Chiquita” el apodo que le pusieron desde que llegó a la capital. “Así me gusta tomar mi café –con leche y azúcar- y quiero que todos prueben mi comida. Y, como el producto es mío, ¡todo está rico!”, dijo entre risas. “Mis restaurantes tienen un espacio para celebrar los 15 años, bodas, cumpleaños, y baby showers”. A ella no le celebraron sus 15 años, pero dice que vive cada día como si celebrara su quinceañera.

“Es importante celebrarle los cumpleaños a sus hijos pero siempre decirles hasta dónde los padres pueden gastar en una fiesta”, comenta.

“Hacer una fiesta con moderación y hasta donde lleguen sus posibilidades. Hablarles a sus hijos con la verdad. Que lo importante es que estén unidos cada día. Estar contento con lo que se tiene y se puede”, son las sabias palabras de una mujer emprendedora que sigue generando empleos. Ella dice que sus valores se los enseñó su padre.

“Desde pequeña, todos sabíamos nuestras obligaciones, como traer agua al cantón, cocinar y lavar. Mi padre siempre me enseñó a ser independiente, hacer los mismos trabajos que los varones y a defenderme de lo que no me parecía”, recuerda con orgullo.

Dora “La Chiquita” Escobar, recuerda cuando junto con su padre sembraban sus milpas de maíz y frijoles para luego llevar la mercancía a vender. Además, cuenta que era “muy popular” en la escuela, porque le gustaba cocinar diferentes platos, aunque sencillos pero con un rico sabor y lavaba la ropa de los maestros. A los 18 años, Escobar se casó y se fue a vivir con su marido. Con el correr del tiempo, tienen a su primer hijo, los trabajos son escasos y mal pagados, así que Rolando su esposo, decide viajar a los Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades.

Dora, se puso a vender ropa entre toda clase de mercancías para solventar los gastos de la casa. Al percatarse que la situación no mejoraba y que solo pasaba el tiempo con poco dinero, pocas cartas por correo y una que otra llamada de su esposo, Escobar a los 21 años, decide que era el momento de alcanzar a su marido al norte. “Para comenzar, planeamos que yo llegaría a Los Angeles. Tardamos 30 días atravesando ríos y cruzando montañas. Estaba contenta de que por fin viviría y trabajaría para los gringos. Pero todo fue un espejismo”.

Su primer trabajo en el país fue en una fábrica de pantalones. Más adelante, comenzó a laborar en casas particulares donde la situación no mejoró. “Los dueños de la casa, me daban una comida al día y consistía en un plato de arroz y un vaso de agua. Dormía en el piso sobre una colcha y cerca de la cocina. Estas experiencias, me ayudaron a comprender que el respeto debe ser el principal elemento entre los seres humanos”.

Después de un tiempo de residir en Los Angeles, su hermano la ayudó a viajar a Maryland, donde se encontraba su esposo. “Cuando llegué a Maryland, me sentí a gusto y conocer a más personas de mi país. Enseguida conocí a una señora que hacía pupusas y yo, me ponía a venderlas en los diferentes departamentos de los edificios. La gente me comenzó a conocer y a llamarme “chiquita” y me gustó poder convivir con diferentes personas de diferentes países y que hablabámos el mismo idioma”, dice con una alegría que se le nota con un brillo en sus ojos.

A Dora “La Chiquita” Escobar, no le gusta ver televisión, no le gustan mucho los libros y tampoco usar una computadora. “A mí lo que me gusta es platicar y ayudar a la gente, que traten de sentirse y ser felices. Y además, cada mañana, me levanto con nuevas ideas y quiero aprovechar las oportunidades que se me presenten durante el día”. Escobar quien a tenido y sigue teniendo diferentes clases de negocios, quiere expandir su legado de mujer trabajadora y emprendedora. “Quiero ver qué otros negocios se pueden poner con el nombre de “La Chiquita”, dice entre risas. En ese momento, una de sus empleadas se acerca a la mesa con un plato con humeante sabor a carne, camarones, arroz, ensalada y frijoles. “Estas fajitas les encantan a mis clientes, son de los platillos favoritos” agregó mientras revisa que el plato luzca como a ella le gusta. “Seguimos creciendo y lo hago pensando en mis hijos. Ahora, ellos me guían y aunque en ocasiones quieren cambiarme algunas cosas, ya saben que la última palabra la tengo yo” dice cruzando los brazos y moviendo la cabeza.

Dora “La Chiquita” Escobar agrega “tengo la capacidad de hacer cualquier trabajo. No pienso que soy mejor que un hombre. Soy una mujer que vé que todos tenemos las mismas oportunidades. Soy una mujer decidida y no le tengo miedo a nada ni a nadie” agregó mientras que saludaba moviendo sus manos, a unos clientes que iban saliendo del restaurante.

Escobar comienza a caminar por su restaurante. Saluda a la gente que se encuentra en cada mesa. Sobre el bar se encuentra un jarrón de flores y comenta “estas flores las envió un cliente agradeciendo nuestro buen servicio” dijo con orgullo.

Y regresamos al tema de las quinceañeras y a sus consejos:

  1. Los padres no deben prometer organizar grandes fiestas.
  2. No gasten lo que no tienen, pero los papás son los que deciden.
  3. Otra opción es salir en familia a cenar o a comer. No tiene que ser una fiesta en grande. Y el dinero que guarden, lo pueden usar para la universidad.
  4. Las Quinceañeras se ven lindas, alegres, es la emoción del momento. Pero así deben seguir adelante, con la ilusión de que sus sueños se van a hacer realidad, luchando por ellos.
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