Fue un 14 de abril de hace 150 años, Viernes Santo de 1865. En el teatro Ford de Washington, DC, se cometió un magnicidio que todavía hoy resuena en el imaginario colectivo de este país. Ese día, Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de un joven país que acababa de terminar una guerra civil en la que habían muerto 600.000 personas, recibía un disparo por la espalda que acabaría con su vida. La bala había sido disparada por el actor John Wilkes Booth con una pistola Deringer del calibre 44.
El arma de acero, con empuñadura de madera, podía albergar una única bala. Y esa pistola, junto a otros objetos que rodearon aquel fatídico e histórico momento se pueden ver estos días en una exposición organizada por el Teatro Ford. Pero la bala de plomo que acabó con la vida de Lincoln —y que le fuera extraída de la cabeza por el doctor Edward Curtis durante la autopsia— no se puede ver expuesta en el Ford. La bala se encuentra en Silver Spring, Maryland, ya que fue guardada por los doctores que intentaron salvar la vida de Lincoln y el National Museum for Health and Medicine es hoy su “hogar”.
“Es pequeña, no más grande que la uña de un dedo pulgar”, explicó a la emisora de radio WTOP Tim Clarke, funcionario del museo que, según explicó Clarke, sucedió a lo que se conocía como el museo médico de la Guerra Civil.
Aquí, en Silver Spring, también se exhibe la carta que el doctor Curtis le escribió a su madre describiendo la autopsia.
También parte del museo: huesos de Wilkes Booth, restos del cráneo de Lincoln, mechones de pelo del presidente y la camisa del doctor Curtis manchada con la sangre presidencial.
El miércoles 15 de abril por la tarde, las campanas de las iglesias de Washington DC volvieron a repicar como lo hicieron hace 150 años, con tristeza y un profundo sentido de la historia.