El 4 de julio se comen en el país 150 millones de perros calientes (hot dogs), y se despliegan 14.000 fiestas de fuegos artificiales. La principal, la que muestra la imagen arriba, en el National Mall de Washington, DC, en donde el sábado se reunirán más de 700.000 personas, según datos del Servicio de Parques Nacionales.
Los simbólicos fuegos que visten el cielo ese día significan mucho más que una fiesta visual. Son la celebración de una nación que —a pesar de voces discordantes— sigue abrazando la causa inmigrante, mostrando que sí se puede, que hay muchos sueños todavía por cumplir, y también muchos logros que celebrar.
Los hispanos que estarán en el Mall la tarde del sábado seguramente ya tengan más acceso a la salud gracias al Obamacare, muchos habrán podido aplicar para la Acción Diferida, norma que ayuda a los estudiantes sin papeles, los dreamers, a tener un estatus legal.
Muchos de estos latinos tal vez acaben de llegar, o ya sean ciudadanos naturalizados con hijos nacidos aquí. Otros quizás no tengan todavía sus papeles, pero aspiran a tenerlos mientras cada año pagan sus impuestos con el número ITIN.
Asiáticos, europeos, blancos no hispanos, africanos, afroamericanos, a todos ellos se celebra, y celebran el 4 de julio. La patria que soñaron los padres fundadores, John Adams, Tomas Jefferson, y que se construye día a día como parte de un esfuerzo colectivo.