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Una artista y académica estadounidense de origen salvadoreño mantiene una de las colecciones de arte salvadoreño más completas que existen, rescatada durante los años de la guerra civil en el país centroamericano desde los años 80 hasta principios de los 90 del siglo XX. Pero es más que una colección de pinturas, se trata de un espacio de emociones que capturan la historia personal y colectiva de un país.

“Esta obra da voz a aquellas víctimas”, dice Muriel Hasbun ante un cuadro de bellos colores. “El nombre de este cuadro es La Masacre de los Santos Inocentes… se ve la caótica escena de mujeres gritando y niños muriendo… los asesinos son figuras estilizadas que parecen sacadas de una película de cine negro”.

Hasbun, fotógrafa y profesora en la Galería de Arte Corcoran y en la Universidad George Washington, explica que Miguel Antonio Bonilla pintó ese cuadro en la época más dura del conflicto armado salvadoreño para representar las atrocidades que dejaron unos 80.000 muertos entre 1980 y 1992.

“Pero hay algo que acabo de descubrir en el cuadro, aunque llevo años mirándolo: hay una cámara en la esquina superior derecha”, comenta Hasbun.

En 1981 Alma Guillermoprieto del Washington Post y Ray Bonner del New York Times documentaron la masacre de El Mozote donde murieron unos 900 hombres, mujeres y niños. La administración del president Ronald Reagan calificó de mentira el reporte de los periodistas. Años más tarde, Naciones Unidas confirmaría la información y ayudaría a desenterrar los cuerpos.

“Es muy duro porque mi papá llegó a Estados Unidos escapando de la guerra en El Salvador”, comenta Kimberly Benavides al ver el cuadro de La Masacre.

“No crecimos oyendo estas historias en nuestras familias, es como si quisieran borrar nuestra historia del recuerdo, no me puedo imaginar lo que es vivir en un país en guerra”.

Las impresiones de Benavides se grabaron como parte del The Laberinto Project, que busca crear una historia oral a través de las reacciones ante obras de arte. “Para mí el arte es la historia de un individuo que crea una historia colectiva”, comenta la profesora Hasbun quien está utilizando una enorme colección de arte producido durante la guerra y que fue coleccionado o rescatado por su madre, Jenine Janovsky, quien tenía una galería de arte en San Salvador llamada El Laberinto que se convertiría en refugio de artistas e intelectuales de diferentes tendencias.

Con The Laberinto Project, Hasbun permite que otra generación de salvadoreños hable su verdad.

Cualquiera puede grabar su reacción ante las obras artísticas, no solo los salvadoreños. Juan Cortés es de Colombia, un país que conoce bien la guerra: “yo escogí Los Héroes Están Cansados de Dagoberto Nolasco, en la que se muestra a un soldado salvadoreño en una silla con una camiseta y pantalones cortos, le falta una pierna, está soñando, alrededor de su cabeza giran fantasmas y espíritus… El soldado me recuerda a mi abuelo… Sé que tiene muchos monstrous adentro y se pregunta por qué luchó y para quién”.

Pero no todo el arte es una alegoría de la violencia. Hay también bellos bodegones con mangos y frutas que parecen llenar de aromas la estancia.

“Me llamo KC y cuando vi esta pintura me recordó a El Salvador que solía visitar con mi mamá, mi abuelita y mis hermanas, recuerdo los árboles de mango y cómo cogíamos los mejores”. Otro cuadro muestra un volcán enmarcado por un cielo azul pálido y sobre un bosque de un verde diverso: “Esa belleza… ésa es la imagen de El Salvador que quiero conservar”, dice Elizabeth Rodríguez nacida aquí de padres salvadoreños. Para ella, el cuadro del volcán “muestra la esperanza de un pueblo a pesar de todo el sufrimiento que ha tenido que pasar”.

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