Hace un año, Richard Reyes-Gavilán se encontraba de pie en uno de los comedores del segundo piso del Hamilton, un restaurante de moda en el centro de la ciudad. Estaba allí para hablar sobre cierto edificio, frente a propietarios de negocios y líderes cívicos que llenaban el salón.
“Estoy seguro de que ustedes están familiarizados con la MLK”, dijo Reyes-Gavilán, director ejecutivo de las Bibliotecas Públicas de DC, utilizando la abreviatura para la Biblioteca Conmemorativa Martin Luther King Jr., la sombría y desgastada biblioteca central de cuatro pisos, ubicada a dos cuadras al oeste del Verizon Center. A pesar de haber sido diseñada por Ludwig Mies van der Rohe, el célebre modernista del siglo 20, la estructura en forma de caja es menos conocida por su colección de libros y más por su desafortunada clientela, la cual ha motivado la creación de una larga lista de restricciones conductuales, como usar sacos de dormir o “emanar olores que puedan ser detectados a seis pies de distancia”.
“Estaba obsoleta desde el día en que se abrió”, dice a las personas que están en el salón. “Ha sido un edificio poco apreciado durante mucho tiempo.”
Hace una pausa.
“Pero siempre ha tenido potencial”.
Durante la siguiente media hora, Reyes-Gavilán muestra a los asistentes algunas imágenes de las instalaciones que fueron inauguradas en 1972, al igual que representaciones virtuales de las renovaciones proyectadas. Si todo marcha según lo previsto, las colecciones de libros y el personal de la biblioteca se mudarán a finales de 2016 o a principios del siguiente año, de manera que la construcción pueda comenzar. Se planea abrir la MLK en el 2019, como una biblioteca pública del siglo 21, rediseñada con visión futurista. Pero las ambiciones de Reyes-Gavilán van más allá de los ladrillos y el mortero. Él quiere que la biblioteca pública de DC esté a la vanguardia de las bibliotecas estadounidenses y que sea un modelo nacional, al implementar una cultura “hacker” que trate a los usuarios de la biblioteca no como consumidores pasivos de información, sino como creadores. Su mantra es: “Las bibliotecas no son solo sus instalaciones”, sino “los motores del capital humano”.
Nació en Queens, Nueva York, siendo el menor de tres hijos de inmigrantes cubanos. Su madre, Nora, se quedó en casa para criar a sus hijos, mientras que su padre, Rodolfo, desempeñó diferentes trabajos: por temporadas fue operario en una fábrica de cerillas y realizó trabajos manuales en el Creedmor Psychiatric Center, en Queens Village, Queens. Durante los meses de verano, su padre lo llevaba consigo al hospital mental. Para entretenerse —tenía entonces 8 años de edad— Reyes-Gavilán participaba de los juegos imaginarios de béisbol que los pacientes jugaban sin pelotas, guantes ni bates.
Los sábados por la mañana, su padre lo dejaba en la Biblioteca principal de Queens. “Los libros no me atraían tanto como el lugar en sí”, dice. “Se trataba de un lugar donde había tanta libertad, que te podías perder”.
Con poco más de 20 años, se ganó la vida vendiendo libros, ayudando a Hank Salerno, padre de su novia de entonces y director de una escuela de Long Island, en su negocio extra de distribución de libros raros.
Muchos años después, a sugerencia de Salerno, obtuvo su grado de ciencias bibliotecarias y encontró trabajo en sucursales de bibliotecas públicas en el Bronx.
Eventualmente, Reyes-Gavilán ascendió a bibliotecario jefe de la Biblioteca Pública de Brooklyn, ganando premios por sus iniciativas, como la creación de centros de apoyo profesional en las bibliotecas.
Más adelante, en 2013, el Consejo Administrativo de las Bibliotecas Públicas de DC eligió a Reyes-Gavilán como director ejecutivo.
Gregory McCarthy, presidente del Consejo, dice que el Consejo quedó impresionado “con la increíble alegría de la educación y del apoyo al espíritu empresarial que él asocia con las bibliotecas, y la forma como lo exuda cuando habla de lo que es nuestra biblioteca y lo que puede llegar a ser”.