Hace sol y una brisa agradable esta mañana de primeros de octubre. La mujer se acerca a la barandilla de la terraza, mira hacia abajo donde la calle K traspasa la 14 y, mientras el viento le desordena el cabello, dice: “Por ahí caminaba yo para ir a limpiar casas después de la escuela”.
Estamos en el Penthouse del edificio del Washington Post y Rocío Treminio López —la primera alcaldesa hispana electa en Bretwood, Maryland— está más interesada en recordar sus raíces de inmigrante y de enfatizar su compromiso comunitario que en hablar de las “elecciones históricas” de mayo de 2015 en Brentwood, una jurisdicción en la que había servido como alcaldesa interina tras la renuncia del exalcalde James Cooksey en noviembre de 2014. En su día, Treminio López declaró que su elección como alcaldesa era “un logro importante no solo para mí sino para nuestra comunidad”.
Pero esta mañana es un día para recordar. Primero su peligroso viaje como joven inmigrante indocumentada desde El Salvador hasta Nueva York donde estaba su mamá, la entrada en una escuela donde no entendía mucho hasta que se fue adaptando.
Y luego su decisión de venir al área de Washington a vivir con una tía y sus primos con los que creció.
“Llegué a Bell Multicultural en 1995 y me gradué en 1996”, dice y asegura que lo disfrutó pero reconoce que sufrió un shock cultural. “Yo venía de Nueva York, todo fashion, y aquí todos los estudiantes iban muy normalitos… (por eso la maestra) me enviaba de vuelta a casa a cambiarme”, sonríe.
Reconoce que construir su vida en este país fue difícil porque “porque tienes sueños…yo quería ser periodista… pero estaba la barrera del idioma… yo quise estudiar y no podía porque era ilegal”.
En 1999 Treminio López consigue un permiso de trabajo y se matricula en la Universidad del Distrito de Columbia. “Me mudo a Maryland, voy a Montgomery College hago una pausa para tener hijos”, cuenta que tiene 4 hijos y que una hija está en segundo año de la universidad: “Vi mis sueños realizándose en ella”.
Asegura que ella no se siente política, sino activista comunitaria. “A mi me gusta trabajar para la gente”, dice y relata cómo en su historial laboral todos los empleos han tenido una vocación de servicio social. Cuando en 2003 cierra una empresa en la que trabajaba se fue a estudiar cosmetología. Esta mujer no para: “tengo licencia de cosmetóloga en Maryland. Estudié eso durante el embarazo de mi tercer hijo”.
Recuerda el tiempo en que trabajó en Bank of America cuando se podía ayudar a inmigrantes a abrir sus cuentas con documentos de sus países. Y luego regresa a otro trabajo mucho más social: “En 2007 hubo una crisis de niñas embarazadas… yo visitaba a las adolescentes para apoyarlas y empoderarlas”.
Finalmente llega a la estructura del gobierno local y se rebela contra la burocracia y está decidida a hacer oir su voz en la crisis de educación pública que vive Prince George’s. “Mi vocación es hablar y decir lo que está mal”, enfatiza.
Reconoce que su hoy y su mañana político no es posible sin el apoyo de su esposo Aníbal López, de Chalatenango, y de unos hijos que son su vida.