Dos cosas me han llamado poderosamente la atención de Donald Trump. Por un lado, la profunda contradicción que es en sí mismo el personaje, que se ve reflejado en lo que dice y en la percepción tan dispar que genera en la gente; y por otro, las características de su estilo de liderazgo, que está caracterizado por una alta orientación a los resultados y un optimismo desmedido en sí mismo, en lo que es capaz de hacer, que roza la ingenuidad.
Si algo queda claro, después de un estudio riguroso del fenómeno Trump, es que el magnate inmobiliario es mucho más que la imagen que se empeña en presentar y que los medios difunden con una sorprendente propagación típica de la lógica del espectáculo.
En efecto, he escuchado a personajes de muy diversos niveles culturales y posiciones ideológicas llamar a Trump de todo: un hombre exitoso, un césar romano, un excelente negociador, un dictador, un hombre con una capacidad intuitiva sobresaliente, un payaso, un vendedor de humo, un racista, un misógeno, un peligroso manipulador, entre otras linduras.
Sin embargo, el fenómeno Trump no es sólo Trump sino más bien una respuesta interesada de un ganador que ha querido aprovecharse de un contexto ideológico, social e institucional muy especial, que ha hecho posible que su natural liderazgo haya adquirido una magnitud inesperada para los expertos.
Recuerdo una conversación en el Café Dupont el pasado mes de julio. En esta cafetería, situada en un barrio tradicional de la ciudad de Washington, por el que vale la pena pasear observando su bella arquitectura, por ejemplo la sede de la Embajada de Indonesia, un alto diplomático me dijo lo siguiente: “El éxito de Trump como un outsider de la política se explica en gran parte por un tendencia creciente de la población que rechaza la política tradicional, mucho menos las consecuencias negativas de la globalización, y por su excelente capacidad comunicativa, que ha cautivado a los medios”.
Trump es un genio de la comunicación, entendida como la habilidad de conectar con la gente, ya sea para ser aceptado o rechazado. Conecta con la gente por su autenticidad y por un discurso que, aunque es políticamente incorrecto para muchos, tiene el mérito de haber logrado representar el ideal de grandeza que está en la esencia del sueño americano.
Hagamos que América vuelva a ser grande resume lo que la mayoría de los estadounidenses quieren. Aunque es verdad que Estados Unidos está mejor que hace ocho años, cuando Obama tomó las riendas del país, logrando superar su mayor crisis económica, la percepción y la realidad de buena parte de la población no es de grandeza. Una cosa es estar mejor que en el 2008 y otra muy distinta es tener casa propia, buenos autos, poder llevar a los hijos a universidades privadas, cada vez más costosas, e ir de vacaciones sin particulares restricciones.
Trump sabe que hay una parte importante de la sociedad que está endeudada, frustrada e indignada por no poder tener todo lo que quiere y a ella ha dirigido sus mayores esfuerzos con un mensaje directo, violento y radical: hay enemigos, hay obstáculos, que impiden que Estados Unidos siga siendo grande, y él es la solución, sin duda mejor opción que Hillary, insiste.
En El Fenómeno Trump, la periodista Diana Castañeda y yo concluimos que el magnate tiene fortalezas y limitaciones, que van más allá de sus ideas políticas expresadas con una inusitada violencia.
RASGOS DE EFICACIA
- Aprovecha los retos 2. Competitivo: sin miedo al enfrentamiento 3.Comunicación directa: lenguaje sencillo, poco técnico, cercano a la gente 4.Orientado a los resultados Persuasivo, auténtico
RASGOS DE INEFICACIA
1.Presumido, percepción de un ego muy alto 2.Trato brusco, actitud dictatorial 3.Dificultad para escuchar opiniones contrarias 4.Exagerado y radical en sus juicios 5.Bajo nivel de autocontrol que puede llevar a toma de decisiones impulsivas
Corresponde a la responsabilidad personal hacer fructificar los dones recibidos y esforzarse por minimizar las limitaciones que tenemos, generalmente rodeándonos de personas que nos complementen llenando los vacíos que podemos tener. ¿El ego de Trump, lo permitirá?
La gente puede rechazar o indignarse con el fenómeno Trump. Pero una cosa es clara: el magnate es sólo la punta del iceberg, un síntoma de una crisis más profunda: del sistema democrático, con una institucionalidad cada vez menos eficiente; de la política tradicional, con dinámicas cada vez más corruptas que cercenan la soberanía del pueblo con impunidad; del Partido Republicano, con problemas serios de legitimidad y liderazgo; de la baja popularidad de Hillary Clinton; de una crisisque ha acentuado el lado negativo de la globalización: cada vez será más difícil ser grandes y mantener los valores identitarios del pasado. Negar esta realidad es querer vivir un sueño.
Pablo Álamo Universidad Sergio Arboleda Bogotá, Colombia