Su hija había estado desaparecida durante aproximadamente un mes cuando María Reyes invadió la cuenta de Facebook de la chica de 15 años y descubrió las amenazas de muerte.
“Esos tipos quieren matarte”, advirtió un mensaje en español. “Ya les han dado permiso para agarrarte”.
“Prepárate”, decía otro mensaje.
Los perfiles de las personas que hacían las amenazas incluían cráneos, armas, ataúdes y signos de pandillas que Reyes reconoció inmediatamente como emblemas de la Mara Salvatrucha, más conocida como MS-13. La mujer de 36 años había presenciado la brutalidad de las pandillas callejera en El Salvador. Y en el verano de 2014, había mandado a buscar a su hija para que se uniera a ella en los Estados Unidos y así escapar de la MS-13.
Ella leyó las amenazas de muerte en la cuenta de Facebook y se dio cuenta de que había perdido a su hija, después de todo.
Cuatro semanas más tarde, el 11 de febrero, la policía encontró el cuerpo de Damaris Alexandra Reyes Rivas cerca de un parque industrial en Springfield, Virginia. Había muerto hacía un mes.
La policía arrestó a diez personas en relación con el asesinato cometido a manos de pandillas, así como otras seis por otro asesinato vinculado al caso ─una señal decepcionante del resurgimiento de la MS-13 en la región de Washington.
El aumento de la violencia relacionada con la MS-13 se produce en un momento de intenso debate nacional sobre la inmigración y la aplicación de la ley. Como candidato presidencial, Donald Trump a menudo advertía que “hombres malos” eran enviados desde América Latina a Estados Unidos. Como presidente, ha prometido acelerar las deportaciones, especialmente de aquellos con antecedentes penales.
La policía culpa a la MS-13 por una serie de asesinatos en el condado de Montgomery, Maryland, durante los últimos dos años. Las autoridades también están investigando si la pandilla es responsable de dos cuerpos encontrados en un parque del condado de Fairfax a principios de este mes.
En muchos de estos casos, la víctima o el presunto asesino ─a veces ambos─ son jóvenes adolescentes que llegaron a Estados Unidos desde Centroamérica a través de contrabandistas de personas (o coyotes), al igual que Damaris. Su destino ofrece una ventana a la forma en que menores no acompañados están cayendo presa de la MS-13, reforzando sus filas, pero también convirtiéndose en sus víctimas.
“No sabía que personas como estas existieran en los Estados Unidos”, dijo Reyes de la banda. “Pensé que era súper seguro tener a mi hija aquí conmigo”.
Huyendo de la violencia
La vida de Damaris fue apagada por la violencia antes de que ella fuera lo suficientemente mayor como para recordarla. En 2005, María Reyes estaba criando a su hija sola en San Vicente, El Salvador, cuando fue testigo del robo de un autobús. Ella cooperó con la policía, pero luego estaba preocupada de que los ladrones la fueran a buscar para vengarse de ella.
Reyes huyó en medio de la noche, dejando a Damaris con su abuela.
“Fue difícil dejarla”, dijo Reyes. “Todavía estaba amamantando, pero tenía que hacerlo”.
Ella tomó los autobuses a la frontera entre Estados Unidos y México, luego caminó seis días por el desierto. Se unió a su hermana en Maryland, trabajando largas horas en un restaurante para enviar dinero a El Salvador. Finalmente se casó y tuvo dos hijos.
Todo el tiempo, Reyes vio a su hija crecer a través de la pantalla de un teléfono celular. Durante una década, ella ahorro para traer a Damaris a Estados Unidos. Cuando Damaris tenía 12 años, ya no podía esperar más.
“Los miembros de las pandillas la codiciaban” por sus rasgos delicados y su agradable sonrisa , recordó Reyes. “Caminaban detrás de ella en las calles, diciéndole cosas, siguiéndola por todas partes”.
Reyes pagó a los coyotes 11.000 dólares para traer a su hija en carro hasta Gaithersburg, Maryland. Pero la policía mexicana detuvo el coche y arrestó a Damaris. Pasó 15 días en una instalación para menores no acompañados antes de que Reyes pudiera mandar a su hija de vuelta a San Vicente.
Damaris pasó dos días en El Salvador antes de embarcarse nuevamente en el viaje de 3.000 millas. Esta vez le tomó un mes, pero lo logró. Cuando la niña de 12 años salió de un camión y vio a su madre por primera vez en una década, bromeó diciendo que Reyes era más delgada de lo que parecía en línea.
“¡Pensé que eras una mujer gorda!”, exclamó Damaris.
Amigos prohibidos
Para su primera comida americana ella pidió McDonald’s. Aprendió rápido inglés en Montgomery Village Middle School y, más rápido aún, aprendió a comprar, montando un armario lleno de zapatos deportivos del centro comercial local.
Pero la década que pasó apartada de su madre había creado distancia entre ellas, incluso una vez que estaban en la misma casa. Reyes no trabajaba pero estaba ocupada a menudo con sus dos hijos jóvenes, de 4 y 7 años.
“¿Por qué me dejaste?”, Damaris le preguntó una vez, dijo su madre. “¿Por qué no me trajiste antes?”.
Ese sentimiento de separación, según los defensores, ha dejado a miles de menores no acompañados susceptibles a la MS-13.
“Estos niños han sufrido traumas por lo que tuvieron que pasar para llegar hasta aquí”, dijo Mark Edberg, profesor asociado de la Universidad George Washington que estudia menores no acompañados. “Son altamente reclutables en esa etapa de vulnerabilidad”.
Cuando ella llegó a Watkins Mill High School en agosto, Damaris fue contactada por Identity, una organización que apoya a jóvenes latinos en riesgo, ya que sabía que había sido menor no acompañada. Pero ella no estaba interesada en su programa, que se llevaba a cabo después de la escuela. Los empleados de Identity se preocuparon más cuando la vieron pasar el rato con un pandillero.
Damaris estaba “buscando algo muy normal, que es pertenecer a algún lugar”, dijo Diego Uriburu, director ejecutivo de Identity. “Eso fue lo que la mató”.
Reyes dijo que empezó a notar problemas a semanas de haber empezado el año escolar. Ella dejaba a su hija en la mañana y la veía entrar a la escuela, pero más tarde recibía una llamada diciendo que no estaba en clase.
Damaris comenzó a desaparecer de su casa también. Una noche durante la semana, Reyes fue a verla a su cuarto alrededor de la 1:00 a.m., pero encontró su cama vacía. Estaba de fiesta.
Y luego fue un día de noviembre cuando Reyes fue a recogerla temprano de la escuela, pero la escuela no pudo encontrarla. Damaris estuvo desaparecida por una semana.
Cuando finalmente llamó, pidiéndole que volviera a casa, le dijo a su madre que tuviera cuidado de recogerla.
“No quiero que te vean”, dijo ella, “porque te puede pasar algo”.
A la mañana siguiente, Damaris se negó a revelar lo que había estado haciendo.
Reyes decidió enviar a su hija a vivir con parientes en Texas, lejos de problemas, después de que pasaran la Navidad juntas.
Pero en la mañana del 10 de diciembre, Damaris se había ido de nuevo, esta vez para siempre.
Reyes informó de la desaparición de su hija a la Policía de Gaithersburg, quien asignó un detective al caso. Durante semanas después de eso, Reyes envió mensajes a Damaris pidiéndole que regresara a casa, pero no recibió respuesta.
En cambio, su única ventana en la vida de su hija era Facebook, donde vio indicios de que su hija estaba enamorada y en problemas.
“Enamórate de una chica como yo”, escribió Damaris en su muro junto a una foto de ella con un pasamontañas negro con emojis de armas y dinero en efectivo. Ella publicó memes sobre la marihuana y mostró un nuevo tatuaje. Y en Navidad publicó un selfie con uno de los hombres que, dos meses más tarde, sería acusado de su asesinato.
El 4 de enero, Damaris finalmente respondió a la llamada de su madre. Reyes le rogó a su hija que regresara a casa, pero Damaris dijo: “No puedo”.
Una vez que leyó las amenazas privadas de muerte dirigidas a su hija, Reyes comenzó a tocar puertas para encontrarla. Ella y su hermano se dirigieron a los apartamentos de Springfield Square en Virginia, donde distribuyeron un poster con la desaparición de Damaris. Una mujer señaló a un grupo de jóvenes fumando cerca de una cancha de baloncesto. “Ten cuidado”, le advirtió a Reyes. “Son peligrosos”.
Reyes entregó a los adolescentes tatuados la foto de su hija, pero negaron conocerla. Mientras se alejaban, el hermano de Reyes oyó a uno de ellos decir en español: “Tenemos que callarla”.
Una semana más tarde, el coche de Reyes desapareció del frente de su casa.
“Supongo que fueron ellos quienes trataron de enviarme un mensaje”, dijo Reyes.
Ellos fueron más directos después de que ella habló con la policía y los periodistas sobre la muerte de Damaris.
“Tienes una lengua suelta”, le dijo un hombre que la llamó. “Tú eres la próxima”.
El breve llamado le ha provocado el mismo miedo que sintió en El Salvador antes de huir a los Estados Unidos, dijo Reyes. Esta vez, sin embargo, ella se niega a desaparecer.
La ejecución
Damaris fue interrogada y torturada antes de ser asesinada, según una orden de registro presentada en la corte del circuito del condado de Fairfax. Su muerte fue en represalia por el asesinato de Christian Alexander Sosa Rivas, de 21 años, un posible rapero posiblemente asesinado por afirmar que era un líder de pandillas.
Su ejecución fue capturada en video por sus presuntos asesinos, al menos dos de los cuales llegaron al país como menores no acompañados. Una chica, de sólo 17 años, llegó al mismo tiempo que Damaris y procedía de la misma ciudad de El Salvador. Ella y Damaris habían salido con Sosa.
Momentos antes de morir, Damaris pidió perdón, según las personas familiarizadas con el caso, pero la chica de 17 años supuestamente la cortó con un cuchillo.
Un mes después de que el cuerpo de su hija fuera encontrado detrás de los apartamentos de Springfield Square, cerca de un puente de la autopista con el graffiti de la MS-13, Maria Reyes estaba sentada en un oscuro salón mirando un video diferente de su hija.
Es un clip de Damaris cuando llegó por primera vez a Maryland. “Hola abuela”, dice en la cámara, dirigiéndose a su abuela y riéndose. “Te echo de menos, pero sólo un poco, no mucho, porque me encanta aquí”.
Reyes se prepara para el funeral de su hija, que se llevará a cabo en la misma iglesia donde habían planeado celebrar su fiesta de quince años. Damaris ya había elegido su vestido rosado y zapatos de plata, que todavía están en su armario.
Su madre recientemente tuvo un sueño en el que Damaris le habló desde el otro lado de una puerta de cristal dorada.
“Ella decía: ‘Te quiero, mami’”, recordó Reyes. “Y yo dije, yo también te amo, mi hija’”.
En el sueño, Damaris le rogó que la dejara entrar, pero Reyes respondió: “No puedo, hija, no puedo”.
“No sé lo que eso significa”, dijo Reyes, mirando una y otra vez el video de su hija en el teléfono.
*Justin Jouvenal contribuyó con este reporte.
(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)