SAN SALVADOR, El Salvador – Se suponía que por estos días Lizandro Claros Saravia ya estaría en la universidad de Carolina del Norte. En la práctica de fútbol. En la biblioteca.
En cambio, la estrella de fútbol de 19 años de Germantown, Maryland, está a cientos de kilómetros de distancia, en una sofocante nación centroamericana que apenas reconoce y a veces teme.
Los funcionarios de inmigración estadounidenses rápidamente lo deportaron a él y a su hermano mayor, Diego, el 2 de agosto, días después de que Lizandro les dijo durante una visita de rutina que tenía una beca para asistir al Louisburg College.
“No sé qué vamos a hacer”, dijo Lizandro, con la mirada fija en una entrevista aquí la semana pasada, mientras él y su hermano esperaban recoger en el aeropuerto a su abuelo de 83 años, que había estado de visita en Estados Unidos con una visa cuando sus nietos fueron deportados. “Siento como que en este país no tengo futuro”.

Sarah L. Voisin — The Washington Post
Lizandro Claros Saravia, de 19 años, y su hermano mayor, Diego Claros Saravia, de 22 años, recogen a su abuelo, Pedro Orellana, en el Aeropuerto Internacional de San Salvador el 16 de agosto. Los hermanos, inmigrantes indocumentados de Maryland, fueron deportados el 2 de agosto.
La expulsión de los hermanos, ambos egresados de la escuela secundaria de Gaithersburg y ninguno de los cuales había sido acusado de haber cometido delito alguno en Estados Unidos, indignó a los legisladores demócratas y a los defensores de los inmigrantes, así como a sus maestros, amigos y compañeros de equipo.
Lizandro y Diego, de 22 años, usaron visas y pasaportes fraudulentos para entrar a Estados Unidos en 2009 y reunirse con su familia, algunos de los cuales también estaban en EEUU ilegalmente. Lizandro tenía 10 años, según el Departamento de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés). Su hermano tenía 14 años.
A ellos se les otorgó una orden de deportación en 2012 pero esa orden se suspendió en 2013. Dos solicitudes subsiguientes de estancias fueron denegadas. Pero con sus registros limpios y diplomas de escuela secundaria, los hermanos no eran una prioridad para la deportación bajo la administración de Obama.
Bajo el presidente Donald Trump, sin embargo, ya no hay “grilletes” (o esposas), en las palabras del director interino del ICE, Thomas Homan. Cualquier persona que viole la ley de inmigración puede ser blanco de deportación. Los funcionarios dicen que quieren reducir la población de inmigrantes indocumentados de la nación, actualmente de alrededor de 11 millones de personas, y disuadir a los posibles migrantes de hacer el viaje ilegal, y a veces mortal, hacia el norte.
Los críticos dicen que el enfoque de la administración Trump está quitándole a EEUU inmigrantes talentosos y dedicados, y poniendo en peligro a jóvenes americanizados al enviarlos ahora a sus desconocidas países de origen sin sus familias.
El diputado por el partido demócrata John Delaney (Maryland) criticó a ICE por deportar a los hermanos a El Salvador, que él calificó como uno de los “países más violentos del mundo”. El ejecutivo demócrata del Condado de Montgomery, Isiah Leggett, dijo que “ICE debería avergonzarse de sí mismo”.
Los compañeros de equipo de Lizandro en el Club de Fútbol de Bethesda -él los llama sus “hermanos”- han iniciado una recolección de dinero con la esperanza de ayudarle algún día a realizar su sueño de convertirse en el primero de su familia en obtener un título universitario.
Los hermanos dicen que extrañan a todo el mundo en Maryland, especialmente sus padres y dos hermanos, amigos y el personal en el Guapo justo al lado de la I-270 en Gaithersburg, un restaurante donde tenían cenas familiares. No salen mucho ahora porque no creen que sea seguro.
En cambio, se quedan en su nuevo hogar, un par de viviendas vecinas que Lizandro y Diego comparten con sus tías y tíos en un pueblo de aproximadamente 1.000 personas fuera de Jucuapa. El año pasado, Reuters citó a la ciudad como un lugar donde el negocio de los ataúdes ha despegado, en parte alimentado por las altas tasas de homicidios.
Las reglas son que Lizandro y su hermano permanezcan en contacto constante con sus tías y tíos, a menos que viajen todos juntos juntos. Por la noche, duermen en una de las casas de su tía, con barras en las ventanas y perros de guardia en la puerta.
Los hermanos dicen que están tratando de mezclarse con su nuevo país, pero claramente se destacan. En el aeropuerto de esta semana, sobresalían entre la multitud, vestidos como si hubieran sido sacados de un centro comercial estadounidense.
Diego llevaba una camiseta estampada con las iniciales USA. Lizandro llevaba unos zapatos Top-Siders, pantalones cortos y una camisa decorada con diminutas gafas de sol. Él habla inglés mejor que español. No reconocería al presidente de El Salvador si lo viera en la calle.
“Para ser honesto, no me siento bien de estar aquí”, dijo. “La gente me mira diferente … Todos mis amigos de cuando era joven, ahora apenas me conocen”.
Preguntado sobre la posibilidad de ir a la universidad en El Salvador, Lizandro dijo: “No sé si puedo hacerlo aquí, es difícil ir otra vez de abajo hacia arriba”.
Sus entrenadores en Estados Unidos dicen que Lizandro podría haber jugado fútbol en una escuela de la Primera División. Pero una beca no cubriría suficientemente los costos, así que él tomó con una opción menos prestigiosa. Se suponía que la beca del Louisburg College, una escuela de dos años afiliada a los metodistas en Louisburg, Carolina del Norte, sería el primer paso hacia un título de cuatro años, tal vez en ingeniería.
Ahora, se pregunta si el fútbol también podría ser su salvavidas en El Salvador. Casi todos los días, los hermanos practican con un equipo local. Esperan que se traduzca en una nueva carrera.

Sarah L. Voisin — The Washington Post
Gustavo Torres, director ejecutivo de CASA de Maryland, habla en una conferencia de prensa en la que denuncia la deportación del 2 de agosto de Lizandro y Diego Claros Saravia. A su derecha están los padres de los jóvenes, Lucia Saravia y José Claros Saravia, y su hermana mayor, Fatima Claros Saravia, de 25 años.
Lizandro dijo que nunca imaginó que podría ser deportado de Estados Unidos después de ingresar a la universidad. Se pregunta si Canadá lo trataría de otra manera y está considerando tratar de mudarse allí, para que pueda reunirse con sus padres y sus dos hermanos en Estados Unidos.
“Me vi como alguien con éxito en Estados Unidos después de la universidad”, dijo. “Yo estaba planeando tener una carrera y todo y luego un trabajo y todo eso, pero no pude hacerlo, no me dejaron hacerlo”.
(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)