Por Olga Imbaquingo | Especial para El Tiempo Latino
La niña salvadoreña que quería ser pediatra, porque los pequeñitos son su debilidad, por ahora es enfermera y con el tiempo quiere ser partera, “porque no hay mejor regalo que la vida y nuestra obligación es cuidar de ella”, dice Elvia Sorto, enfermera de Mary’s Center.
Sorto tiene ese “no se qué” para atraer a los niños. Sabe como robarle una sonrisa hasta al más retraído y una vez que se enroscan en su cuello no quieren zafarse. “¿Cómo no ayudar al proceso de traer al mundo esas vidas tan pequeñitas, nada es tan maravilloso como eso?”, se pregunta, pero como son tiempos de pandemia lo urgente es ser enfermera.
Mientras llega el día de ser partera, su vocación de servicio va en beneficio de los pacientes de este centro de salud comunitario. Se graduó de la escuela de enfermería en Chamberlain University de Virginia, en abril del 2020. Ella que se aprestaba a ponerse su uniforme para tomar la presión y temperatura, revisar los signos vitales, supervisar la dieta y la actividad física, tomar muestras de laboratorio y poner en orden las historias clínicas de los pacientes, en junio era una enfermera que debía lidiar con el coronavirus.
Atrás quedó lo de tomar la temperatura y el peso, lo nuevo era trabajar desde casa haciendo citas virtuales, conectando a los enfermos con los doctores, pidiendo ambulancias para los que se ahogaban por falta de aire, llamando a las farmacias para que envíen las medicinas a los pacientes o enseñando a bajar aplicaciones en el celular.
“Tuve un paciente que tenía cita, pero no aparecía por ningún lado. Sus familiares solo sabían que fue al hospital porque no se sentía bien y desde entonces nadie sabía de él. Fueron tiempos de mucha angustia”, recuerda Sorto. El siguiente desafío llegó con las pruebas del coronavirus. “En la clínica de la Georgia Avenue hacíamos 50 pruebas diarias, el 95% de estas daban positivo. Venían con síntomas respiratorios, malestares gástricos, fiebres y no eran solo adultos, muchos eran niños. Parecíamos un centro de transferencia de pacientes a las emergencias de los hospitales”.

“No hay que perder la esperanza”
Llegó a este país hace 21 años, aquí terminó la secundaria y empezó en Mary’s Center como asistente médica en el 2008. En 2017 entró a estudiar enfermería, obtuvo su licenciatura en dos años y medio, trabajando y estudiando a tiempo completo. “Ver presumir a mi hija Natalie de que su mami era enfermera me impulsa a no desfallecer”.
Doctores y enfermeras estudian para salvar vidas, no para decidir a quién hay que darle otra oportunidad y a quien hay que dejarlo ir. Durante esta pandemia muchas veces han tenido que optar por lo último, pero ese no ha sido el caso de Sorto. Lo de ella ha sido monitorear vía teléfono o computadora a los pacientes para saber si la fiebre ya pasó, si el dolor de los músculos y los huesos aún es agobiante, si pueden respirar y si el resto de miembros de la familia están bien.
Hay que entenderlo así: sin enfermeras y enfermeros no hay sistema salud que funcione. En esta pandemia, desde China hasta Estados Unidos, estos profesionales de uniforme blanco, azul o verde son sinónimos de héroes. Se las llama soldados de mandil y una vez que termine esta crisis sanitaria, a Sorto, le gustaría borrar de su memoria esos días dantescos y solo pensar que “en medio del caos, lo poquito que aporté evaluando a los pacientes y haciendo pruebas fue importante para alguien”.
¿Qué lección le queda? “que, aunque todo pinte mal afuera, no hay que perder la esperanza. Aprendí a no entrar en pánico porque los pacientes me necesitaban y no podía fallarles, a celebrar la recuperación de un enfermo como un triunfo y a vivir un día más sin contagiarme con gratitud”. Sorto se considera una enfermera con suerte, porque aún con la constante exposición al coronavirus no se ha infectado.
La rutina en algo ha cambiado: una semana hace telemedicina desde casa y otra en la clínica donde llega a vacunar a más de 30 personas al día. Esa tarea tampoco está exenta de dificultades porque a última hora cancelan las citas o no aparecen. “Como cada frasco tiene 10 vacunas y solo dura seis horas abierto hay que apresurarse a buscar quien quiere adelantarse en la lista”.
Nadie está obligado a vacunarse, pero a esta profesional de la salud le gustaría que todos se la pongan para no volver a ver a pacientes que no podían subir las gradas porque sus niveles de oxígeno eran mínimos y la única elección era una ambulancia.
