Sonia Gutiérrez es una mujer que a sus 84 años camina con calma, pero siempre lo hizo sin freno. Ella, quien por más de medio siglo ha luchado para que las oportunidades y derechos de los inmigrantes no se queden en la antesala del olvido, va por la vida dando ejemplo de fortaleza y entereza a las nuevas generaciones de hispanos.
Cuando en 2019 dijo adiós a los alumnos de la escuela de adultos Carlos Rosario International Public Charter School se fue sabiendo que allí se quedaba lo mejor de su vida. “¿Y sabes qué nena?, lo hice con gusto. Por allá dejé a mis dos maridos y no me arrepiento”, sentencia durante una larga conversación embellecida de anécdotas, nombres y recuerdos de tiempos, en los que los latinos reclamaban su derecho de piso en DC.

Sus luchas a favor de los inmigrantes, su legado y su ejemplo para las mujeres hispanas en el área metropolitana solo es comparable a la de otra latina, María Gómez, quien fundó e hizo de Mary’s Center un centro de referencia nacional en salud, lo mismo que la escuela Carlos Rosario, en educación.
Que la vida iba en serio y que había tanto que hacer por los inmigrantes lo comprendió al vuelo. Gutiérrez, una jovencísima madre de familia, de gran poder adquisitivo en Puerto Rico, se encontró en DC con un motor infatigable de nombre Carlos Rosario, boricua también.
El “viejo” y la “nena” se convirtieron en la dupla que iba a por todas, sea por presupuestos para programas a favor de los inmigrantes, por subvenciones que completaran el costo de servicios, por respeto a los derechos o por el reclamo de ciudadanía. Eran los albores de los 70.
Por eso cuando se hizo realidad tener una escuela para los latinos, donde se podía aprender inglés y sacar el GED en español, Gutiérrez no dudó en llamarla Carlos Rosario, porque “el viejo fue quien empezó todo para darles trabajo, comida y servicios a los inmigrantes; yo solo era la nena que emuló sus pasos y eso se pega, mija”.
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces. De 100 estudiantes en un sótano maloliente en Chinatown, 50 años después la escuela es sinónimo de educación para adultos. Más de dos mil alumnos, el 75% latinos, un 25% etíopes y unos cuántos asiáticos, estudian en dos edificios. De allí salen las asistentes de enfermería y de artes culinarias que trabajan en la ciudad. “El mayor logro es que todos salen con empleo”, ese es su orgullo.
Si los años no pesaran tanto
Si la amenaza de eliminación de fondos para la escuela o alguna organización hispana llegaba a sus oídos, un “¡Ay Virgen del Carmen!” era el primer anuncio de tormenta. El segundo era asomarse a la puerta de las aulas: “¿Dónde hay que ir a protestar Miss Gutiérrez?”, preguntaban los estudiantes. Esos momentos los recuerda con una sutil dosis de picardía de quien siempre se salía con la suya.
Un día se llevó a sus fieles piqueteros a golpear las puertas de un superintendente de educación. “No quiero estar en la horma de tus zapatos si te atreves a quitarme el presupuesto de mi escuela”, le espetó apuntándole con el dedo. No le restó ni un centavo. “Si hasta le metimos un piquete a la policía porque eran terribles con los latinos”, cuenta esta líder a la que le gustaría ver a la comunidad hispana más activa en sus reclamos.

“Ay, nena, si no tuviera 84 años me iría a la frontera a pelear por los que vienen. Yo no era de llorar, pero ahora viendo que los maltratan a los que vienen sin nada de nada, lloro como una magdalena. ¿Por qué no entienden que si vienen es porque en sus países se están muriendo de hambre?”, se pregunta y enfatiza: “Nuestra desgracia fue la elección de Donald Trump, es lo más racista y anti latino que nos ha pasado, ha convertido al Partido Republicano en un chorro de anti inmigrantes”.
Los Carlos Rosario (así a veces se refiere a los estudiantes de esta escuela) vienen sin inglés y sin trabajo. Salen adelante, trabajan en dos o tres partes y encuentran tiempo para estudiar y lo que a Gutiérrez le molesta que es que no se quiere ver que “los latinos solo necesitan un empujoncito para volar”.
Eso lo dice una mujer que, entre una operación de cerebro, dos de rodilla y una de vesícula, administraba una escuela en la calle Harvard y golpeaba puertas y más puertas hasta reunir más de 2 millones para construir el edificio propio, cerca de la estación de metro Rhode Island. “Si les daba por quitarnos el edificio o no ayudarnos para la renta del plantel de la calle Harvard nosotros tendríamos nuestras propias instalaciones”.
Su ex marido José Gutiérrez, quien la puso a escoger entre la Carlos Rosario y él, la ayudó a conseguir los últimos $250 mil que faltaban. “Conste que yo adoraba a ese hombre, pero no pude aceptar que me pida dejar a mis estudiantes y quedarme en casa esperándolo con la cena en bata de dormir. Esa no soy yo”. Lo suyo era vocación.
“Nadie me dice que no”
A Gutiérrez la reputación le sobra y de esa sigue haciendo uso. “Tengo el honor de que nadie me dice que no a lo que pido para mi gente. Cuando alguno de mis antiguos estudiantes me llama por una necesidad, hago las llamadas y pido”. Así pasaron sus casi tres años de ostracismo obligado por la pandemia.
El pago por todo este legado se resume en una anécdota que le pasó hace muy poco. Fue al mercado y se dio cuenta que un señor le sonreía mientras se le acercaba. “Miss Sonia, quería darle las gracias. En su escuela estudié inglés y saqué el GED”. Encuentros casuales como este son los que le reafirman que valió pena. A ese goteo permanente de “gracias Miss Gutiérrez”, ella tiene una respuesta: “Mijo, agradécete a ti mismo por tus esfuerzos y perseverancia”.
Desgrana y desgrana nombres de latinos y latinas que arrimaron el hombro para conseguir que ser reconocidos como una hebra fundamental en el tejido social de la ciudad, pero hablando de la nueva generación con mucho cariño menciona a Abel Núñez, director ejecutivo de CARECEN y a Jackie Reyes, directora de la Oficina de Asuntos Comunitarios de la ciudad. Para ellos y para sus estudiantes tiene un pedido: “nunca se den por vencidos, no olviden que los latinos somos el futuro”.