El pelotero puertorriqueño Roberto Clemente, de cuya muerte se cumplen 40 años el lunes 31 de diciembre, es leyenda de la isla caribeña y figura imprescindible para los latinos de Estados Unidos, donde sufrió, en la década de los sesenta, su condición de negro e hispano.
Fallecido en 1972 en un accidente aéreo en San Juan muy cerca de donde había nacido cuando viaja a Nicaragua con ayuda humanitaria, Clemente forma parte del Salón de la Fama del béisbol de Cooperstown desde 1973, gracias a una trayectoria que le llevó a ganar 12 guantes de oro.
Considerado uno de los mejores jardineros derechos de la historia del béisbol, en 1972 entró en la lista de jugadores que han alcanzado los 3.000 imparables.
Su carrera de éxito en Grandes Ligas no ha dejado olvidar su compromiso con los más desfavorecidos, sensibilidad que despertó en el puertorriqueño las amargas experiencias sufridas en Estados Unidos donde, a pesar de estrella del deporte, en los primeros años conoció de primera mano la discriminación racista.
Nacido el 18 de agosto de 1934 en la localidad de Carolina, próxima a San Juan, fue el menor de siete hermanos del matrimonio formado por Melchor Clemente y Luisa Walker, quienes trabajaban en una plantación de azúcar y una tienda, respectivamente.
Tras practicar atletismo en su niñez pronto comenzó a destacar en el béisbol, lo que le llevó a debutar, en 1952, en la Liga puertorriqueña con los cangrejeros de Santurce de la capital.
Convertido en poco tiempo en la principal figura del béisbol nacional, se lo disputaron los principales equipos de Estados Unidos y en 1954 termina, por cuatro mil dólares, en los Pirates de Pittsburgh, donde se convirtió en el mejor jugador de su historia.
Clemente, que por su origen latino y marcado acento de hispanohablante no gozó del reconocimiento de la prensa estadounidense, es considerado el jugador más importante de toda la década de los sesenta de las Grandes Ligas de Estados Unidos.
El puertorriqueño consiguió en 1958 eliminar a veintidós corredores rivales y dos años más tarde, en 1960, su equipo ganó la Serie Mundial ante los Yankees de New York.
En 1966 fue elegido jugador más valioso de la Liga Nacional y en 1971 llevó a los Pirates de Pittsburgh, un equipo mediocre hasta su llegada, a conquistar un segundo título de la Serie Mundial.
Clemente logró durante su exitosa carrera en Estados Unidos participar en 14 ocasiones en el partido de las estrellas, el “All-Star”, doce de forma consecutiva y en otras tantas logró el Guante de Oro. Además, obtuvo cuatro títulos individuales de bateo (1961, 1964, 1965 Y 1967).
La carrera de Clemente en Estados Unidos, a pesar de su incuestionable éxito, no fue reconocida en su justa medida, probablemente por su origen latinoamericano y por su marcado acento de hispanohablante al utilizar el inglés.
De aquellos años las crónicas hablan de que Clemente, incluso, tenía que separarse de sus compañeros para viajar en autobuses de negros y comer y dormir en establecimientos para gente del color de su piel.
Clemente dijo siempre, en aquellos tiempos difíciles, que aspiraba a que lo trataran como un ser humano y quedan en el recuerdo sus palabras en favor de trato igualitario para jugadores latinoamericanos y de color.
Durante sus frecuentes viajes a Puerto Rico aprovechaba para enseñar el béisbol entre los niños más desfavorecidos, una sensibilidad que lo llevó en 1972 a viajar a Nicaragua, donde en ese año se había registrado un terremoto de consecuencias devastadoras.
La corta vida de Clemente terminó de forma abrupta un fatídico 31 de diciembre de ese año, cuando el avión con carga humanitaria que se dirigía a Managua calló al mar poco después de despegar en un incidente del que no se recuperó el cuerpo de la leyenda del béisbol local.
La figura de Clemente nunca ha sido olvidada en Puerto Rico, donde uno de los campos de béisbol más importantes de la capital lleva su nombre.
Precisamente a principios de mes se presentó en San Juan el musical “DC-7, la historia de Roberto Clemente”, en cartel en Estados Unidos durante casi un año.
La obra de teatro, según el dramaturgo Luis Caballero, servirá para que los puertorriqueños conozcan la discriminación que sufrió Clemente en Estados Unidos, su vertiente en favor de la igualdad y su faceta humanitaria.
Clemente se convirtió el 30 de septiembre del 1972 en el primer pelotero latinoamericano en la historia de las Grandes Ligas y el undécimo jugador en conectar 3.000 imparables, cifra que automáticamente lleva a cualquier jugador al Salón de la Fama de los Estados Unidos.
Clemente, además, ganó un premio de Jugador Más Valioso en las Grandes Ligas en 1966.
El Museo del Deporte de Puerto Rico exhibe, desde diciembre de 2011, las placas de los miembros del Salón de la Fama de Béisbol que, junto a Clemente, incluye las de los otros puertorriqueños Orlando Cepeda y Roberto Alomar.
Alomar bateó en su carrera 2.724 imparables, hizo 474 robos, participó en doce Juegos de Estrellas, obtuvo diez Guantes de Oro y 1.508 carreras anotadas en 17 temporadas con los Padres de San Diego, Indios de Cleveland, Orioles de Baltimore, Diamondbacks de Arizona y Medias Blancas de Chicago.
Cepeda por su parte jugó en siete Juegos de Estrellas y se convirtió, en 1967, en Jugador más valioso de las Grandes Ligas con los Cardenales de San Luis.