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Artista salvadoreño que dejó huella

Entrar a la vivienda que fuera del artista Benjamín Cañas, en un tranquilo vecindario del norte de Virginia, es un exquisito encuentro con el artista más internacional que ha dado El Salvador. Su presencia está ahí. En la sala parecen flotar los personajes enigmáticos que concibió este creador que llegó a Washington a finales de los años 60 reclutado por una prestigiosa compañía de arquitectura.

La anfitriona, Dora de Cañas, convivió 33 años con el pintor hasta que un paro cardíaco se lo llevó la mañana del 8 de diciembre de 1987. Ella abre la puerta con la sonrisa franca de quien muestra un tesoro del arte latinoamericano.

De inmediato, la perfecta composición de luz, color y dislocantes perspectivas que caracterizan los cuadros de este pintor cautivan la mirada.  “El crítico de arte”, 1978, un óleo sobre madera en un perfecto cuadrado de 122 por 122 centímetros observa con dos hileras de ojos como saliendo de un abismal oscuro arropado con toga de un rojo vibrante.

La leal compañera del artista, como acostumbrada al ritual, después del saludo, deja un lapso de tiempo en un efecto silencioso de complicidad con el  creador de las piezas de arte, en las que los destellos del tiempo aún dejan ver su  fisonomía inmortalizada en las figuras del pintor que llegó a Washington DC en 1969 contratado como arquitecto de la firma Watergate Improvement and Associates Inn.

Esta compañía había reclutado a Cañas al conocer sus obras en varios países de Centroamérica como el Santuario María Auxiliadora y el Gimnasio del Colegio Don Bosco en la ciudad de Guatemala y otras estructuras que han sido demolidas en San Salvador para dar paso a nuevas construcciones, como el ex Cine Vieytez y el antiguo edificio de la Lotería Nacional de Beneficencia, abandonado en el centro histórico.

Benjamín Cañas nació el 4 de junio de 1933 en Tegucigalpa, Honduras, por azares del destino y ocupaciones de su padre salvadoreño que repartía películas en Centroamérica.

Hasta su llegada a Estados Unidos junto a su esposa hijos, Benjamín Cañas había compartido la arquitectura con la pintura; pero una exposición que realizó en 1970 en la Organización de Estados Americanos, OEA, le planteó un dilema: los cuadros se vendieron la misma noche de la apertura sin regateos y un diplomático le susurró y casi ordenó “que se debería dedicar de tiempo completo al arte, para que diera todo su potencial”, comentó la señora de Cañas.

Luego llegarían exhibiciones exitosas en Washington y Carolina del Norte, París, Francia y Roma, Italia, para que el artista decidiera quemar naves y con el dinero de la venta de la casa en San Salvador arreglárselas para dedicarse en pleno al arte, recuerdó Dora de Cañas, mientras recorre la vivienda donde figuran además piezas escultóricas y cuadros de otras firmas reconocidas del arte salvadoreño.

También, la custodia del legado del artista muestra las piezas inconclusas, dos cuadros en gran formato, con los que iniciaba una serie para una exhibición requerida por una prestigiosa galería de Nueva York.

El paso fugaz, pero certero de Benjamín Cañas por la historia del arte latinoamericano, donde en la década de los 80 llegó a ser considerado como uno de los cuatro grandes pintores del continente, no pierde vigencia. Cuando aparece una de sus obras en las casas de subastas en Nueva York, los coleccionistas acuden y en las pujas pueden alcanzar cifras importantes. Tal es el prestigio de este salvadoreño universal.

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