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Trump Kong vs Hillary

En la película de 1933, Ann Darrow —el personaje de Fay Wray— es una actriz sin trabajo ni hogar, una desamparada que vive en las calles de Nueva York, una víctima de la Gran Depresión. Un director de cine la rescata y se la lleva a Skull Island o Isla Calavera. En la isla, Ann es capturada por los nativos quienes la ofrecen en sacrificio a Kong, a quien consideran un dios. A pesar del terror que siente Ann, Kong se enamora de ella y se la lleva a su cueva. Cuando Ann es rescatada, Kong se enfurece y se inicia una terrible batalla que culmina con la destrucción del poblado y la captura del gigantesco gorila.

Luego viene la llegada a Nueva York, el mundo de los intereses económicos, el show business, la amoralidad de los “reality” en un tiempo donde la televisión aún no existía. Y finalmente la escena de Kong subido al Empire State Building, sujetando a Ann con firme delicadeza y siendo abatido por la realidad de las armas y de la fuerza más bruta que la del gigante Kong.

¿Y qué tiene que ver esto con Hillary Clinton y Donald Trump? Nada. Pero la película narra una brecha imposible, entre sentimientos y realidad, además de ser un aterrador retrato social de quienes quieren generar beneficios económicos aprovechándose de furibundos sentimientos primarios proyectados sobre la humanidad.

Hillary no es Ann Darrow, pero Trump está hoy sujetando con retórica fuerza a todos los que se sienten en la calle, sin futuro. Todos de los que Trump siempre dice: “I love them”. Trump arrasó en las primarias republicanas en Nueva York —uno de los estados del país más golpeados por la desigualdad y la brecha económica.

Por su parte, Hillary ganó sin problemas sus primarias demócratas en estados plagados con desigualdad económica y falta de oportunidades. Sin embargo, es Bernie Sanders quien ha sido en todo este tiempo el abanderado demócrata por los desheredados de la tierra.

¿Qué está pasando?

Que Hillary mantiene sólidas posiciones —que Sanders nunca pudo superar— en la comunidad afroamericana y latina, dos segmentos electorales que sufren en carne propia las estadísticas de la recesión económica, de la falta de oportunidades. Hillary —y la marca Clinton en general— tiene una relación, a veces complicada, pero ratificada en el tiempo, con un electorado al que Sanders no fue capaz de atraer.

Mientras, Trump —quien en su día cortejó a Hillary invitándola a bodas y banquetes— es capaz de ser el Kong de los sentimientos desordenados y primarios, el mejor símbolo de una tribu que busca recuperar la esperanza. Por eso, dice Trump, le disparan de todos los flancos sin misericordia.

Para aquéllos que sitúan a Sanders y a Trump como los polos opuestos que se tocan desde sus partidos, les diré que Trump no está tan lejos de Hillary y Hillary no está tan lejos de Sanders. Los tres son el resultado de la desazón emocional ante un sistema que intenta adaptarse a la nueva relación entre la política, la economía y el pueblo.

Avendaño es director de El Tiempo Latino la publicación en español de The washington post

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