Joven, de tez blanca y ojos claros, esta mujer originaria de Izabal, Guatemala, emigró a Estados Unidos en mayo de 2003, impulsada por razones más allá de la situación económica que atravesaba su país. María Ester Tobar, con 27 años en ese momento, huyó de Guatemala por miedo a perder la vida. Era agredida física, psicológica y verbalmente por su ex esposo.
“La violencia se fue haciendo cada vez más grande… llega un punto en que no se puede soportar más, o es la vida o la muerte”, dijo Tobar a El Tiempo Latino, brocha en mano, mientras pintaba paredes en una habitación, uno de los oficios con el que se gana la vida en EE.UU.
Al igual que lo hizo Tobar, unas 45 mil mujeres huyen anualmente de países de Centroamérica, especialmente de Guatemala, El Salvador y Honduras por ser víctimas de la violencia.
La relación de María Tobar con aquel hombre en Guatemala duró nueve años, al inicio “todo estaba bien”, pero con el pasar del tiempo “todo cambió”, admitió.
“Me separé de él por mucha violencia, y por eso tomé la decisión de venirme para acá. Fui a la corte en Guatemala para denunciarlo por tanta agresión y le pusieron orden de arraigo”, recuerda.
Sin embargo, su expareja hizo caso omiso a esta orden y le seguía los pasos “Él no la cumplía, me seguía amenazando y amenazando, yo me movía de un lugar a otro a donde mi familia, y él siempre me localizaba, me amenazaba de muerte, llegó al punto de golpearme alguna vez, amenazarme con armas o con lo que tuviera en sus manos¨, afirmó.
De esta relación María tuvo un hijo, al cual dejó de 9 años cuando decidió emigrar. ¨Yo lo dejé con mis familiares, porque el papá tenía serios problemas psicológicos”.
Ella junto a cuatro mujeres más del mismo lugar iniciaron el viaje hacia los Estados Unidos, “Mi viaje duró un mes hasta el día que llegué aquí a Maryland. Yo no abordé el tren apodado “La Bestia”, nos transportaban en carro o en autobuses hasta que llegamos a la frontera de Agua Prieta (frontera entre México y Estados Unidos). Fue difícil por los nervios, mucha policía, puestos de registro, hay que venir dando dinero para que lo dejen pasar a uno en México, pero a la vez fue fácil porque los coyotes nos ayudaron a lanzarnos por la barda”, recuerda. En su caso, resultó un viaje con menos sufrimientos que los de otros, que al final del día tuvo un costo de seis mil dólares.
Al llegar a Maryland una hermana la esperaba. Le tomó alrededor de un mes conseguir trabajo, pero las cosas no irían bien…
“Empecé trabajando como mesera, pero no me gustaba ese sistema de trabajar en restaurantes hispanos. No era que me trataran mal, sino que era demasiado el acoso de parte de los hombres. No es fácil lidiar con esas situaciones cuando una no está acostumbrada. Trabajé en dos restaurantes diferentes y la historia fue la misma”. A partir de allí María decide trabajar por su cuenta y empezó a involucrarse en el trabajo de pintura, el cual realiza hasta la fecha.
“Ahora me dedico a la pintura en interiores de casa, y también hago limpieza de casas, una parte del tiempo la dedico a limpiar y la otra a pintar. Ya no tengo la presión de tener un jefe, nada de eso, yo soy mi propia jefa porque yo trato con los clientes directamente”, dijo satisfecha.
María resalta que la mayor dificultad que encuentra en este trabajo es que la gente no confía en poner en las manos de una mujer un proyecto de pintura. Sin embargo, con una sonrisa tierna y humilde asegura que eso no la desanima: “En parte es complicado ser mujer, en referencia a mi trabajo que es pintura, he aprendido a hacerlo bien, me gusta hacerlo bien, le agarro amor a lo que empiezo, lo termino y trato de que la gente se quede bien contenta con mi trabajo. Es satisfactorio saber que muchas personas se sorprenden de ver a una mujer haciendo un trabajo duro”, dijo sonriente.
Tres años después de haber llegado a este país, María logró traer junto a ella a su hijo desde Guatemala al que todos los días pensaba con amor, un joven que ahora tiene 23 años.
¨Bendito sea Dios, el pasado quedó en un capítulo cerrado. Ahora tengo una vida nueva, las cosas del pasado son como pesadillas, algo que ya no se volverá a repetir. Estoy muy contenta de estar en un episodio nuevo”.
Así se refiere la guatemalteca a su nueva vida junto a Alfredo Barrios, con el que lleva una relación de doce años y seis de casados. Fruto de ese amor nacieron dos hijos varones. Aunque no cuentan con documentos, María vive una vida sana en familia, junto a su esposo y sus tres hijos de 23, 11 y 7 años.
María cree en las segundas oportunidades, tal como le pasó a ella y finaliza con esta reflexión: “Mi mensaje para las mujeres que sufren violencia —cualquier tipo de violencia— es que no se queden calladas, que denuncien al agresor, porque el agresor nunca cambia, es progresivo cada vez¨.