El 26 de julio el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, anunció que a partir de agosto su país exigiría una visa humanitaria a los venezolanos. Según el mandatario, este requisito buscará regularizar a los migrantes, ya que su gobierno es consciente “del desamparo que enfrentan los hermanos venezolanos por parte del régimen opresor de Venezuela”.
El trámite, que podrá realizarse en los consulados ecuatorianos en Lima, Caracas y Bogotá, costará 50 dólares. Además, los solicitantes tendrán que presentar su pasaporte con plazo de vencimiento que no supere los cinco años. Desde el anuncio de la medida, y ante el temor de no poder ingresar luego de esa fecha, miles de migrantes han cruzado por el puente internacional de Rumichaca, que une a Colombia con Ecuador.
Durante la última semana, cerca de 3 mil venezolanos cruzaron por este paso diariamente. Ante el alto flujo migratorio, Migración Colombia anunció un plan de contingencia, que consiste en aumentar el número de funcionarios de la autoridad migratoria en el puesto de control en Rumichaca. Por su parte, la alcaldía de Ipiales decretó la calamidad pública en el municipio para llamar la atención del gobierno y de las organizaciones internacionales que hacen presencia en el lugar.
A pocas horas de que la medida entre en vigencia, las autoridades reportan normalidad en el paso fronterizo, pero se espera que más de 7 mil personas lleguen a ese punto durante el fin de semana.
A un paso
Luego de días de espera, miles de familias venezolanas siguen haciendo la fila para llegar al puesto de control y, finalmente, pisar suelo ecuatoriano. Diferentes organizaciones internacionales dan información a los migrantes sobre lo que necesitan para cruzar regularmente y para prevenirlos frente a los riesgos del camino.
Muchos llegaron caminando desde Cúcuta, a más de 1.500 kilómetros de distancia. Ahora, en la frontera con Ecuador, enfrentan temperaturas que en la madrugada pueden descender hasta un grado centígrado, sin abrigo ni techo. Mientras intentan cruzar el puente, la mayoría sin ropa para ese clima ni alimentos para sus hijos, hacen la fila y cuidan sus maletas, la única posesión que conservan luego de salir de su país.