Aunque la muerte de Guacho tuvo mucho eco mediático por la figura de terror en que se había convertido el jefe del frente Óliver Sinisterra, la caída de Rodrigo Cadete, en un operativo militar ejecutado este sábado, es una baja incluso más fuerte para las disidencias de las Farc. Aunque no ocupaba los titulares por sus acciones sanguinarias, como sí lo hacía Guacho, Cadete tenía un rol clave dentro de estas estructuras residuales, pues el mismo Gentil Duarte, jefe del grupo disidente más grande del país, lo había designado como el articulador principal de estas estructuras que están diseminadas a lo largo y ancho del territorio nacional. En materia estratégica, esa muerte es el mayor logro de la fuerza pública en la guerra contra las disidencias.
En diciembre de 2016 ocurrió la primera gran desbandada de comandantes disidentes. Entonces, cuando el acuerdo del Teatro Colón acababa de firmarse, el secretariado de la guerrilla expulsó de sus filas a varios hombres importantes de la organización que ya mostraban la intención de torcer el camino del desarme. Jhon 40, Giovanny Chuspas, Julián Cholló, Euclides Mora y Gentil Duarte estaban en esa lista. Ahí empezó a configurarse una nueva amenaza en materia de seguridad.
La fuerza pública tuvo que identificar cómo combatir a estos grupos residuales, que si bien nacían del seno de las Farc, mostraban unas características distintas. Por ejemplo, al contrario que la exguerrilla, los disidentes no sostienen combates sino que golpean y huyen. Por eso, para los militares fue clave entender que, antes que buscar el control territorial de las zonas de los disidentes, tenían que perseguir y acorralar a estos delincuentes.
La muerte de Cadete, por ejemplo, se produjo en medio de un bombardeo en zona rural de San Vicente del Caguán, en Caquetá, una de las regiones donde la presencia de los disidentes del Bloque Oriental de las Farc es más poderosa. Cadete se movía allí pero también hacia el sur del país. De hecho, SEMANA contó hace algunos meses cómo, por orden de Gentil Duarte, Cadete se había desplazado hacia Putumayo buscando absorber a otras disidencias ubicadas allí.
Y no todos los jefes disidentes le estaban caminando al plan. Alias Sinaloa, exmiembro del frente 48, se había negado, pues prefería seguir traficando por su cuenta. Eso sí, las estrategias de expansión de Cadete no se limitaban a juntar exguerrilleros, sino que también habría reclutado delincuentes comunes a sueldo, como quedó en evidencia en un operativo que los militares hicieron contra sus tropas en Cartagena del Chairá.
El límite de expansión de Cadete en el sur del país llegaba justo hasta Nariño, el departamento con más coca del país. Allí, a finales del año pasado, justamente murieron los dos disidentes que estaban moviendo la mayor tajada del narcotráfico en el suroccidente del país y que por su forma violenta de actuar también eran perseguidos con intensidad. EL 21 de diciembre se reportó la muerte de Guacho. Tres meses antes David, el otro capo de Tumaco, había corrido la misma suerte.
Aunque llevaba 13 años dentro de las Farc, como miliciano de la columna Daniel Aldana, David escaló hasta la cúspide del narcotráfico en apenas dos años. Como venganza tras la muerte de su hermano, un disidente conocido como Don Y, armó su propio grupo, al que bautizó como las Guerrillas Unidas del Pacífico. David extendió la disidencia más allá del casco urbano y se apoderó del norte del pacífico nariñense, un enclave estratégico, lleno de ríos y con una salida privilegiada al mar, el sueño de un capo. Su base la estableció en San Juan. Desde allí una red de más de 100 hombres armados capaz de enviar 5 toneladas mensuales de cocaína a Estados Unidos.
En la disputa del negocio, David terminó enfrentado a muerte con Guacho, que operaba desde el casco urbano de Tumaco hacia el sur de Nariño, y sobre la frontera con Ecuador. Con las muertes de los dos, los índices de violencia se han reducido en Nariño. Además de las muertes, también ha habido capturas importantes.
Fuente: Semana