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Jenni Rivera: el nacimiento de una leyenda

Ocurrió cuando murió Carlos Gardel, Michael Jackson, John Lennon, Selena, Kurt Cobain. Los famosos que dejan este mundo de manera trágica generan una respuesta automática y colectiva: los fanáticos, los medios, hasta los familiares con sus declaraciones, comienzan a tejer el entramado que dará origen a una leyenda.

Tal es el caso de la cantante mexico-americana Jenni Rivera, quien murió brutalmente el domingo 9, cuando la avioneta privada en la que viajaba desde Monterrey cayó en picada desde más de mil metros de altura en Nuevo León, México.

No es un lugar común decir que, a sus 43 años, Rivera estaba  en la cumbre de su carrera, con 15 millones de discos vendidos, un perfume, un reality show, programas de TV. También había transitado dos tumultuosos divorcios, polémicas públicas con otros artistas, disputas familiares y hasta un doloroso caso de abuso doméstico.

Mamá a los 16 por primera vez, a su edad ya tenía cinco hijos y dos nietos. Pero la fatalidad de su inesperada muerte hará esfumar las peleas públicas para comenzar a construir hipótesis conspirativas —“fue una venganza del grupo narco Los Zetas”, dice la prensa amarilla— y lograr que el valor de su música se eleve a las nubes.

Ya se ha visto en otros casos: Selena sigue siendo récord de ventas a 17 años de su muerte.

Mientras sus padres, Doña Rosa y Don Pedro Rivera, aseguran que “Jenni le está cantando a Dios”, el ADN dará la prueba científica final, y luego los restos serían cremados.

La imposibilidad de ver un cuerpo alimenta al mito Rivera.

A los que construyen ese mito no les importa demasiado que el piloto de la nave estrellada tuviera 78 años, que el avión 43 de servicio. Rivera murió y hay que comenzar a venerarla.

Los primeros signos de la veneración son las vigilias, frente a la casa de la “La Diva de la Banda” en Long Beach, en Monterrey, en el Distrito Federal. Ya hay peregrinaciones al lugar en donde todavía hay escombros de la nave.

Un esfuerzo común por tratar de entender lo incomprensible y despejar lo que el sacerdote Pedro Junior, amigo de la familia Rivera, define como un “profundo,        profundo dolor”.

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