Hablemos de fútbol. El 15 de Julio, El Salvador le ganó a Haití y se clasificó para los cuartos de final de la Copa Oro. El rival de El Salvador sería Estados Unidos. Solo ese día, se vendieron 40,000 tickets para el partido que se iba a disputar en el M&T Bank Stadium de Baltimore. Y el 21 de Julio, la sesión doble –El Salvador vs. Estados Unidos; y Honduras vs. Costa Rica- para disputar los cuartos de final de la Copa Oro de la CONCACAF registró un lleno hasta la bandera en el estadio de los Ravens de Baltimore. Un total de 70,540 fanáticos, en su mayoría salvadoreños, tiñeron de azul las gradas y se mezclaron con el rojo y azul de los estadounidenses en lo que el periodista deportivo del Washington Post, Steven Goff, llamó “todo un mosaico celebrando la diversidad estadounidense y un deporte que representa como ninguno nuestra multiculturalidad”.
Al final, Estados Unidos goleó 5-1 a El Salvador. Pero lo que los salvadoreños no pudieron hacer en el campo con el balón, lo hicieron cantando y celebrando unas raíces que tuvieron que dejar atrás a la fuerza. La guerra civil fue la responsable de su éxodo hacia Estados Unidos en los años 80 y 90 del siglo pasado. De hecho, el crecimiento de la comunidad salvadoreña en este país es un buen ejemplo de cómo el intervencionismo estadounidense provoca una de las más recientes olas migratorias hacia el Norte. Y hoy los 2 millones de salvadoreños que viven en Estados Unidos están a punto de convertirse en la tercera población del país sobrepasando a los cubanos. Ya son la primera población hispana del área metropolitana de Washington.
Fue un legislador republicano, y cubanoamericano, Lincoln Díaz Balart, quien en 1997 impulsó la Ley NACARA, por la que se suspendió la deportación de miles de salvadoreños. Esa ley ayudó a 500,000 personas que iban a ser deportadas y que hoy son residentes o ciudadanos. En 2001, los salvadoreños también recibieron un Estatus de Protección Temporal (TPS) del Servicio de Ciudadanía e Inmigración, luego de que dos terremotos devastaran el país. Aunque el TPS se había planificado para durar 18 meses, ha sido renovado varias veces, y acaba de ser extendido hasta marzo de 2015. La esperanza de cientos de miles de salvadoreños es que ese estatus especial los lleve a la residencia permanente. Los hijos e hijas del TPS solo pueden tener un futuro estadounidense. Y ese futuro hay que empezar a construirlo con la Reforma Migratoria.
Mientras, los goles que los salvadoreños meten en Estados Unidos tienen que ver con sus contribuciones económicas y culturales al Tío Sam y a su país de origen. Las remesas que envían son un 17 por ciento del producto interior bruto salvadoreño. Son goles que valen oro aunque no ganen la Copa de Oro.