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Fútbol: el sonido y la furia

Cuando todo termine, la mitad de la población de nuestro planeta habrá seguido la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014. Todo un fenómeno planetario lleno del sonido y de la furia épica del deporte que mejor amaina a la fiera tribal que todos llevamos dentro.

Las cifras, en inversión, en previsión de retornos, en flujo de caja, son tan vertiginosas que deja claro que la pasión y la gloria tienen un precio muy alto.

En nombre del fútbol se han hecho poemas y películas, se han levantado estatuas propias de vetustos emperadores y se han erigido joyas arquitectónicas para su disfrute. Muchos intelectuales han conectado el alma de un país a la magia de un balón entre los pies de una estrella. Y en las turbulencias psíquicas de algunos futboleros se ha querido ver el destino de naciones enteras.

Pero más allá de la sublimación épica de las cosas, el fútbol es una industria rica en resultados y posibilidades. Es arma llena de presente y cargada de futuro. Es un deporte que, entre otras cosas, por su penetración social a nivel internacional se ha convertido en un valioso mecanismo para la diplomacia blanda, el encuentro de culturas y la relación pacífica entre los pueblos. Es además un incipiente mecanismo de desarrollo y oportunidad educativa en muchos países.

El fútbol es más que un grupo de seres humanos vestidos en colorida ropa interior tratando de controlar una esfera. Y hablando de esferas: el balón de este mundial es más “inteligente”. Cada vez se diseña una pelota diferente y mejor que la anterior. Hoy es posible modificar muchos de los aspectos de los balones con nueva tecnología: la vejiga interior que contiene el aire, la carcasa que la rodea, la capa superficial, el rebote, la direccionalidad, el control, el sonido que se produce al patearla y otras cualidades físicas de su desempeño.

El primer trofeo del Mundial se le dedicó al primer presidente de la FIFA, Jules Rimet. Estaba hecho de plata chapada en oro y lapislázuli. Y representaba a Niké, la diosa griega de la victoria. En 1970, Brasil ganó el trofeo en propiedad. El trofeo de reemplazo fue introducido en la Copa Mundial de 1974. Diseñado por Silvio Gazzaniga y producido por Bertoni, Milano, mide 36,8 cm de altura y está hecho con 5 kilos de oro sólido de 18 quilates (es decir, 75% de oro) con una base de 13 centímetros de diámetro con dos anillos concéntricos de malaquita. El trofeo pesa más de 8 kilos y representa a dos figuras humanas sosteniendo al planeta. Hoy el trofeo ya no puede quedar en propiedad del ganador.

Disfrutar una Copa Mundial de fútbol es vivir la brecha entre la realidad y el deseo. ¿Quién ganará? La respuesta me la dio el presidente de Uruguay, José Mujica Cordano: “Que gane Uruguay, o un cuadro latinoamericano. Y de no poder ser, que gane España o Italia”.

Eso son raíces.

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