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El Salvador: el "virus" de las maras

En el rostro de este marero salvadoreño, el símbolo pandillero de la muerte.


           
   

Cort. Armando Trull

En el rostro de este marero salvadoreño, el símbolo pandillero de la muerte.

Una noche cualquiera, en El Salvador, al menos 10 personas morirán asesinadas. La culpa, dicen, la tiene la proliferación de las pandillas, conocidas aquí como “maras”, que operan con total impunidad.

“You know, in the States, you gotta run fast…” explicó en inglés un joven ex-marero al que entrevistó Armando Trull —periodista de WAMU 88.5FM en el área de Washington, DC. “En Estados Unidos tienes que correr porque la policía llega rápido. Aquí (en El Salvador) te acercas a alguien y le disparas a la cabeza y te marchas como si nada  porque nadie va a hablar”.

Son las palabras de “José” (nombre ficticio) una tarde de septiembre en San Salvador conversando con Trull. José es un ex-marero de poco más de veinte años, Utlizar su nombre real pondría en peligro su vida.

José vivió durante unos años en el área metropolitana de Washington. Pero después de un violento en el que se vio involucrado fue enviado a

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Cort. Armando Trull

El subdirector de la Policía Nacional Civil de El Salvador, Howard Cotto, habla en septiembre de 2014 sobre la iniciativa de la policía comunitaria en la colonia (vecindario) Centro América de San Salvador

la cárcel y, una vez cumplida la sentencia, deportado a El Salvador. Al llegar al país necesitó permiso de los altos mandos de la mara para desvincularse de la organización. Sin embargo, no le fue permitido librarse de los los tatuajes pandilleros ganados en el campo de batalla de las golpizas, los apuñalamientos y otros crímenes.

“Tengo que vivir con mis tatuajes por el resto de mi vida”, dijo José.

“¿Por qué?”, preguntó Trull.

“Porque es parte de las reglas. Si te borras los tatuajes te juegas la vida. Es tu sentencia de muerte”, explicó el joven.

En 2012  fuentes oficiales del gobierno salvadoreño estimaron que existían unos 30.000 miembros en las maras del país. Si a esto le añadimos familiares y asociados de estos individuos encontramos que cerca de medio millón de personas en El Salvador —un 10 por ciento de la población— tiene vínculos con las maras.

“La mara es como un virus, solo con que alguien venga por aquí se propaga el virus. Yo estoy en esta colonia y no hay maras y yo soy el primero, llamo a alguien en prisión y le pido permiso para empezar una nueva clica aquí y me dan permiso, me dicen que empiece a reclutar, y voy por ahí hablando con los cipotes que quieren unirse a la mara y entonces empiezo a enseñarles cómo cometer crímenes y cómo usar las armas…”, contó José.

Mareros, armados con AK 47s, y M-16 colectan “impuestos” y “cuotas”.  Se adueñan del hogar de los residentes y los utilizan como “casas locas” donde las víctimas son torturadas, asesinadas y en algunos casos les cortan los miembros. Las maras le pagan también a las autoridades para que hagan la vista gorda o para que se conviertan en cómplices.

“Te dan dinero o te dan una bala. Tú ya sabes lo que la bala significa. No te queda otra, o tomas el dinero o la bala. La mayoría toman el dinero”, explicó José.

En un vecindario de clase media de San Salvador —la colonia Centro América— el subdirector de la Policía Nacional Civil, Howard Cotto, hablaba con los residentes una noche del final del verano. Lo rodeaban policías armados con ametralladoras.

Durante la reunión Cotto presentó ante los vecinos la llamada Inicativa de Policía Comunitaria promulgada recientemente por el Gobierno. Como parte del orden del día de la reunión, Cotto les dijo a los vecinos quiénes iban a ser los policías que desde ese momento patrullarían su colonia.

“Podemos tener una zona donde mucha gente siente simpatías con las pandillas o pertenecen a las pandillas, pero hay escuelas… y un policía comunitario debe preguntarse qué puede hacer para asegurarse de que los niños no dejen de ir a la escuela”, dijo Cotto quien indicó que el esfuerzo de la policía comunitaria había reducido la violencia en aquellos lugares donde se implementó como experiencia piloto. Esta iniciativa acaba de lanzarse a nivel nacional, como una respuesta del gobiero salvadoreño a la escalada de la violencia.

El año pasado, unas 2.500 personas murieron asesinadas en El Salvador. Hasta el momento, este año se han producido 2.700 muertes violentas en el país en un país de unos 6 millones de personas. En comparación, el estado de Maryland en Estados Unidos, con una población similar, registró el año pasado 387 asesinatos.

“Hay tres problemas que afectan nuestras vidas”, dijo Daniel quien no quiso dar su apellido.Daniel tiene 20 años, trabaja en un restaurante y vive en una “zona roja” donde varias maras luchan por tener el control.

“Primero que nada serían los pandilleros contrarios, de otro vecindario; segundo los pandilleros de nuestra comunidad y tercero las autoridades porque ellos consideran a todos los que vivimos aquí un aliado o una persona que colabora con las pandillas”, expresó Daniel.

Elizabeth Kennedy es una académica de la prestigiosa institución estadounidense Fulbright: “La mayoría de los muchachos con los que he hablado han sido testigos de crímenes, ya sea asesinatos o violaciones y la mayoría conocen a alguien que ha desaparecido”.

Kennedy ha entrevistado a más de 600 jóvenes salvadoreños que han abandonado el país, pero que en el camino hacia el éxodo, fueron deportados desde México antes de alcanzar la frontera con Estados Unidos. Casi el 60 por ciento de estos jóvenes le dijeron a Kennedy que huían de la violencia de las pandillas.

“Están aterrorizados, sobre todo los jóvenes que proceden de vecindarios pobres. Las pandillas son los elementos más presentes en sus vidas”, dijo Kennedy.

Hace dos años disminuyó la violencia. Fue cuando se produjo una tregua entre las dos pandillas más grandes del país, la Mara Salvatrucha y Barrio 18.

José explicó que el acuerdo se basaba en que no matarían a policías, militares, abogados o jueces ni a sus familias. “Y dijeron que no iban a matar a más niños en las escuelas”, añadió José.

Pero a mediados de 2013 se rompió la tregua y José aseguró que “por dos o tres meses no pude ni siquiera salir de mi casa”.

Un reciente informe de la universidad Centro Americana dice que las maras utilizaron la tregua —y las amenazas con más violencia— en su propio beneficio para conseguir concesiones del Gobierno. Una de estas concesiones fue dividir a los mareros según su organización en prisiones diferentes, así como internar a los altos mandos de las maras en prisiones de baja seguridad.

“Así pudieron seguir comunicándose con la calle para planear ataques y extorsiones, matar a quien hiciera falta, comprar armas, conseguir drogas y todo eso”, comentó José, el ex-marero.

La reciente violencia, después del fin de la tregua, coincide con la llegada, en números récord, de niños salvadoreños sin papeles a la frontera sur de Estados Unidos. Y no se trata solo de la violencia de las maras, según explica Daniel y nos describe el encuentro a plena luz del día con policías de paisano en su vencindario: “Una camioneta llena de individuos vestidos de civil me siguió. Dos se bajaron en marcha apuntándome con las pistolas pero sin enseñarme su placa de policía. Uno me puso la pistola en la cabeza, el otro contra mi pecho. Ninguno me preguntó cómo me llamaba solo me insultaron y me tiraron al suelo”.

Le pregunté al jefe de la Policía, Cotto, sobre ese tipo de incidentes —explica Armando Trull en su crónica radiofónica. Cotto Respondió que la iniciativa de la policía comunitaria animará a la ciudadanía a denunciar comportamientos abusivos. Pero eso no ocurre, dijo Kennedy, la investigadora de la Fulbright: “Los jóvenes dicen que no hacen denuncias a la policía porque, dicen, la policía y las maras son lo mismo”.

Todo parece indicar que seguirá la huida de los jóvenes hacia el norte, a pesar de los esfuerzos para convencerles de que se queden en su país. Ni siquiera canciones patrocinadas por el Gobierno de Estados Unidos, que se escuchan en las radios salvadoreñas, donde se cantan los peligros de la inmigración detendrá el éxodo.

ESTE PRIMER ARTÍCULO DE UNA SERIE DE 3 FUE ESCRITO POR ALBERTO AVENDAÑO SIGUIENDO EL REPORTAJE RADIOFÓNICO DE ARMANDO TRULL —WAMU 88.5FM (NATIONAL PUBLIC RADIO).

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