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Muchos niños omiten el desayuno por las prisas de los padres para ir a trabajar, porque a esta hora temprana tienen más sueño que hambre o porque están hartos de comer el mismo plato cada día, apostilla Rubén Bravo, experto en nutrición y portavoz del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO).

En consecuencia —prosigue este experto— se enfrentan a una falta de combustible que durante el curso escolar les impide rendir bien en las clases y, además, comenzar la jornada con el estomago vacío genera en el pequeño un estado de ansiedad que puede tornarse en agresividad cuando alcanza la adolescencia, alterando su comportamiento lineal.

“Por otra parte, a la hora del descanso, el hambre hará que el menor sea más susceptible de comer golosinas que suelen estar presentes en las máquinas expendedoras y que provocan estímulos fuertes por las subidas de azúcar, pudiendo inducir una cierta dependencia, añade.

Bravo, el experto de nutrición, destaca que la infancia y la adolescencia son determinantes, ya que es cuando se forman las células grasas que pueden convertir a un niño rellenito en obeso para toda la vida.

Un niño de 3 años, por ejemplo, necesita unas 1.300 calorías diarias, y si tiene 12 años, cerca de 2.200. Podemos calcular la cantidad de calorías recomendada, partiendo de una base de 1.000 calorías y añadiendo 100 por cada año de edad en el proceso de crecimiento, explica.

Un lácteo entero que puede consistir en un vaso de leche entera, acompañado o no de una cucharada de postre de cacao en polvo, o un yogur alto en proteínas.

Durante la adolescencia hay que cuidar el aporte diario de calcio y proteínas que ayudarán a formar los músculos y el esqueleto óseo que están en crecimiento.

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