Este año, el tema de los niños migrantes no acompañados abrumó a los políticos de Estados Unidos cuando miles de infantes cruzaron la frontera sur de Estados Unidos. Mientras el fenómeno de “niños no acompañados” ha salido del radar público, éste ha provocado profundas consecuencias para los Estados Unidos en las elecciones de medio término y más allá.
Las autoridades de Estados Unidos, sin embargo, parecen no escuchar las señales culturales del fenómeno cuando diseñan mensajes y abordajes de comunicación para las audiencias clave en Centroamérica.
Las estadísticas sorprenden. Fuentes oficiales estadounidenses reportan que más de 68 mil niños no acompañados fueron capturados en la frontera entre el 1 de octubre de 2013 y el 30 de septiembre de 2014. Este aumento significa casi el doble de las detenciones del año pasado.
Este reciente y dramático aumento es sin duda causa de preocupación. La cantidad de menores ha abrumado a las autoridades locales y ha afectado también la opinión de ciertas comunidades, preocupadas de que el fenómeno generará una sorpresiva disminución de sus recursos y supondrá una carga en su estilo de vida.
Luego de medidas significativas tomadas por la administración del presidente Barack Obama, los números se han reducido. Sin embargo, los factores subyacentes todavía permanecen inmutables; el problema no ha desaparecido. Los niños continúan viniendo porque la razón principal para hacerlo no ha desaparecido. En nuestra opinión, una de estas razones es la cultura, específicamente la importancia de la unidad familiar en la cultura latina.
El abordaje del tema por parte de los Estados Unidos ha sido básicamente informacional. La Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP) produjo videos, panfletos y segmentos de audios para desalentar la migración, materiales que se concentraron en el riesgo del viaje. Adicionalmente, Estados Unidos ha ejercido presión en los países de origen de estos niños (Guatemala, Honduras y El Salvador) para iniciar acciones similares. Pero al enfocarse en proveer datos, estadísticas y presentaciones, la campaña pierde el centro del asunto: el problema no es la falta de información. Los padres conocen los riesgos del viaje, muchos de ellos han experimentado en persona este peligroso trayecto.
El corazón del problema es relacional. Estos niños sin acompañantes tratan de reunirse con sus familias. La familia es sagrada en la cultura de Centroamérica y actúa como el centro de la vida social. Mientras en la constitución de Estados Unidos se enfatiza el individuo, la familia toma prominencia en las constituciones de la región. Las constituciones salvadoreña y guatemalteca dedican capítulos enteros a la familia. La Constitución de El Salvador explica de manera clara que “la familia es la base fundamental de la sociedad” y la carta magna guatemalteca establece que el Estado “garantizará la protección social, económica y jurídica de la familia”.
El concepto de familia en la cultura de Centroamérica se extiende más allá de la familia nuclear, una cosa que la diferencia de la de los Estados Unidos.
La reunificación familiar necesita ser un elemento central de la política migratoria de Estados Unidos. Aquí las estadísticas son más impactantes. El Salvador, pequeño en comparación con los Estados Unidos, tiene una población dentro de sus fronteras de 6 millones de habitantes, mientras 2 millones más viven en este país. En otras palabras, un cuarto de la población de salvadoreños está fuera de El Salvador. Esto significa que casi todos los salvadoreños tienen un anclaje emocional con los Estados Unidos. La proporción es similar con Honduras, que con una población de 7 millones en su frontera, tiene un millón de hondureños viviendo en Estados Unidos. Asimismo, el Pew Research Center estima que El Salvador, Honduras y Guatemala son los tres países que reciben más remesas en relación a su Producto Ingreso Bruto.
Estos son los datos que importan. Todavía el problema es visto principalmente desde los lentes de la seguridad y la economía, y no se les observa como un tema de relaciones. Los Estados Unidos han gastado millones de dólares en mejorar las capacidades de seguridad de las policías centroamericanas y en reforzar sus relaciones con la región, lazos altamente influenciados por la agenda de las agencias de seguridad de este país. Esta tendencia ha puesto bajo el prisma de seguridad las relaciones con la región.
El tema de seguridad puede llamar la atención y convocar los recursos de los actores políticos de Washington, pero puede hacer más daño a las relaciones con el istmo, y, por ende, crear más inseguridad.
Este abordaje impide conversaciones transnacionales sobre factores históricos que influyen en la inseguridad de la región, tales como la marginación de los jóvenes, el consumo de drogas, la concentración de la riqueza y las inadecuadas políticas culturales.
Otro abordaje del fenómeno es el económico. Este abordaje sugiere que las razones del éxodo de estos niños apuntan, sobre todo, a la pobreza, y que el remedio es mejorar la inversión extranjera en el triángulo norte de Centroamérica.
Aunque la visión de trasfondo económico parece sólida, esta perspectiva subestima el hecho de que los padres y familias de los niños usualmente trabajan y viven en Estados Unidos. Lo que tiene como consecuencia que la calidad de vida de ellos dependa más de la economía estadounidense que de la inversión en sus países de origen.
El abordaje de los Estados Unidos no aprecia la relevancia de la cultura y subestima la importancia de las relaciones, no solo a nivel familiar, sino también a nivel transnacional. Asimismo, podría dañar a largo plazo los lazos con la región al concentrar las relaciones en las agendas de seguridad y de economía. Aquí es donde no estamos de acuerdo con ese abordaje, aunque lo consideramos bien intencionado.
Para adquirir una visión más efectiva del tema migratorio, las autoridades de Estados Unidos necesitan enmarcar de mejor forma la importancia de las relaciones en este fenómeno en su agenda de diplomacia pública.
En primer lugar, cuando se diseñan mensajes y estrategias que hablen a la gente de Centroamérica, la familia debe estar al frente y en el centro del tema. Esta continuará siendo la principal preocupación de las familias centroamericanas tanto en Estados Unidos como en la región.
En segundo lugar, cuando se trabaja en relaciones entre gobiernos, es necesario un abordaje que fortalezca el diálogo y privilegie las relaciones familiares sobre la información y las órdenes.
La familia importa mucho para los centroamericanos en ambos lados de la frontera. Reconocer esta dimensión ayudará a los Estados Unidos a tener un mensaje y un entendimiento más efectivo del fenómeno.
Ricardo J. Valencia fue diplomático salvadoreño y ahora cursa un doctorado en la Universidad de Oregón. Dr. R.S. Zaharna es profesora asociada de la Escuela de Comunicación de American University. La versión original del artículo fue publicada en el sitio de internet del Centro de Diplomacia Pública de la Universidad del Sur de California (USC)