Noticia de impacto. Cuando en abril de 2011 mi doctora me dijo “estás al borde de la diabetes”, quedé media en “shock” y de inmediato se me vino a la mente las imágenes de papá y mamá, y la de dos de mis hermanos; quienes padecían de esa enfermedad. En ese entonces, papá recién había sido diagnosticado con Alzhaimer a causa de múltiples microinfartos provocados por los altos niveles de glucosa en la sangre. Diez años antes uno de mis hermanos había perdido casi todos sus dientes por una periodintitis aguda a causa de la diabetes y el otro hermano tenía que purificar su sangre para tratar la psoriasis también provocada por la enfermedad. Ante la posibilidad de ser diabética me entró un gran temor.
Qué significaba. El examen de sangre que me realizaron arrojó un nivel de alerta de glucosa en mi sangre. “Estás en un nivel de prediabetes” expresó mi médica. Los niveles normales de glucosa son de 70 a 100mg/dl en ayunas. Cuando los resultados son entre 100 y 126mg/dl se considera prediabetes. Ese día mis análisis en ayunas mostraron que yo tenía 110 mg/dl de glucosa.
Tienes que cambiar. ¿Qué puedo hacer? le pregunté a la médica — una vietnamita vegetariana que siempre está promoviendo unas dietas imposibles de cumplir—. Ella me miró a los ojos fijamente y con una voz muy suave me respondió como si fuera la solución más sencilla: “tienes que cambiar tus hábitos de comida, bajar de peso y hacer ejercicios”. La doctora Nguyen me conocía por más de una década y sabía que mi estilo de vida no era el más óptimo para una persona que tenía tendencia a la diabetes por generación. Pero yo no me daba cuenta.
¿Qué estaba haciendo mal?. Yo no consideraba tener malos hábitos ni me consideraba obesa. Aunque confieso que me pasé varios años tratando de bajar de peso, pues antes de casarme era talla 4 y con los años me subí a 10 (Y hasta esa talla me quedaba apretada). Al educarme me di cuenta de cómo estaba preparando mi cuerpo hacia el camino de la diabetes con mis malas costumbres. Errores que cometí se resumen en: Sin o mal desayuno: a veces no lo tomaba sin saber que el saltearme la primera comida del día incrementaba mis ansias por los carbohidratos y alimentos que engordan y se convierten en altos niveles de glucosa. Otras veces me compraba un desayuno al paso: un “egg and chesse muffin”, sin darme cuenta de las muchas calorías y grasa que tiene, sobre todo si lo acompañaba con los “hash browns” (papa majada frita). Desordenada: no tenía un horario de comida, desayunaba a diferentes horas y a veces ni almorzaba sólo me llenaba con galletitas o pan. Cena voraz: lo peor que hacía era pasarme varias horas sin comer y llegar a casa por la noche para “devorarme todo”. A veces cenaba a las 9 ó 10pm el plato fuerte que debía ser mi almuerzo. Gran error, porque por la noche el cuerpo no quema las calorías que ingiere y hay que comer más liviano, alejarse de los chocolates y pasteles que no tienen nutrientes. Mis acostumbrados apple pies en McDonald’s con mi amiga Gabi a las 9:45 de la noche al culminar los ensayos del coro de la iglesia me estaban “matando”, así como la acostumbrada “Noche de Familia” los jueves con pizza, buffalo wings y CocaCola. Peleada con el agua, frutas y ensaladas: podía pasar un día sin tomar un sólo vaso con agua. Las frutas en casa sólo se las comía mi esposo y a veces mi hija; y en mi menú no existían las ensaladas.
No lo creen. Los amigos que me conocen post abril 2011, no me imaginan con mis viejas costumbres. Hoy soy disciplinada, calculo las calorías de las comidas. Una persona sedentaria como yo, no debe comer más de 1.200 calorías al día. (Pero a veces un solo “meal” de comida rápida llega a 1000 calorias. Que horror!!!). También aprendí a leer las etiquetas nutricionales de los alimentos para seleccionar los más saludables: altos en fibra y proteína; y bajos en calorías y azúcar. No bebo soda (un vaso de soda tiene hasta 4 veces más el azúcar que necesitamos en todo el día). También tomo al menos ocho vasos de agua al día. Y por supuesto como mis frutas y vegetales.
Como más veces. Todo el día estoy comiendo, al menos cada tres horas. Si no lo hago, mi cuerpo siente la falta de alimento y decide ahorrar energías quemando menos grasa.Tomo mi desayuno y dos horas después un snack. Almuerzo entre la 1 y 1:30pm y tres horas más tarde como otro snack. Finalmente ceno liviano, procurando que no sea más tarde de las 8pm. Si más tarde quiero comer algo, escojo un snack que no sea carbohidrato. Me hice amiga de la avena (oatmeal), linaza y apio. Y fiel compañera del agua.
Mi premio es un postre. Yo sé que mi cambio fue radical, pero confieso que mi debilidad aún siguen siendo los postres, por eso de vez en cuando (por no decir casi siempre) me doy mi gusto comiendo uno.
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