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La novela de Graham Greene “Nuestro hombre en La Habana” es una inusual fusión de comedia y suspense. Un espía accidental comienza a inventarse reportes de inteligencia en los que incluye una lista de los agentes que recluta y que solo existen en la cabeza de nuestro hombre. Todo va bien hasta que estos agentes imaginarios —o gente que se les parece— comienzan a ser asesinados. Es una parodia política con básicos sentimientos humanos de fondo. Esta comedia de los errores es interpretada por un hombre que participa en un juego que desconoce —un tipo normal con ambiciones simples y obsesionado con cuidar de una hija a la que adora.

Cuando fui a La Habana, y cuando, como periodista, informé o escribí sobre la comunidad cubana de Estados Unidos, jamás me encontré con un espía accidental pero hablé con personas cuyas vidas fueron cambiadas por la fuerza inmisericorde de los vientos de la ortodoxia política.

Muchos en la isla debieron jugar a ser soldados por una causa. Algunos tenían amigos o familiares en la cárcel por pensar diferente —¿espías?— o por ser diferentes —homosexuales, rockeros, punkis… La mayorían deseaban cosas simples —jabón, jeans, una comida en un restaurante para turistas. También conocí a algunos que solo necesitaban un poco de espacio para respirar sin importar el sistema político y más allá de la relación disfuncional entre La Habana y Washington.

Muchos en USA se me identificaron como la línea dura en la causa por la libertad de Cuba. Algunos podían recordar con minuciosidad el momento en que tuvieron que dejar atrás su isla. La mayoría me aseguraron que irían voluntarios a una deseada invasión estadounidense de su país de origen. Mientras sus hijos y nietos me dijeron que Cuba está cerca de sus corazones, pero lejos de sus vidas. Para ellos “no hay traición” en un posible levantamiento del embargo y “no hay razón” para la hostilidad entre Cuba y Estados Unidos.

Una vez, en Miami, mi entrevistado me llamó “comunista” al saber que yo había estado en Cuba. Y hace poco, mi suegro —un creyente sincero en la causa de la libertad cubana— utilizó la palabra “traición” cuando le comenté sobre cómo Obama estaba templando la actual guerra fría bilateral.

Pero no parece ser la búsqueda de la libertad el motor de la caída del muro cubano. Más parecen razones económicas y geopolíticas. Ya que Rusia y China se han posicionado en la isla, es hora para que Washington envíe su mensaje: EE.UU. también jugará en esa parte de su jardín trasero caribeño.

China es el mayor prestamista de Cuba y su segundo socio comercial. Es fácil ver automóviles, buses y electrodomésticos de fabricación china. Rusia perdonó —en julio de 2014— el 90% de la deuda cubana contraída en la era soviética, lo que dejó el camino franco para negocios en el sector de la energía, planes para instalar una base satelital y promesas de aumentar el comercio bilateral.

Washington es reactivo —no proactivo— en el tema cubano. Ojalá su participación en este juego de tronos geopolítico proporcione a los cubanos las cosas simples de la vida que tanto deseaba nuestro hombre en La Habana.

Avendaño es Director ejecutivo de El Tiempo Latino

alberto@eltiempolatino.com

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