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Armando Caicedo, caricaturista, escritor, artista gráfico.



Archivo-ETL

Armando Caicedo, caricaturista, escritor, artista gráfico.

Es periodista y, además, sabe escribir. Perdón por el chiste, pero si los humoristas tuvieran que pedir perdón cada vez que abren la boca o dibujan una caricatura caerían en un estado de eterno y catatónico arrepentimiento. El estado catónico implica rigidez e inmovilidad, algo imposible para este hombre que vive siempre al borde de un ataque de nerviosa lucidez e incómodas opiniones.

Armando Caicedo ha sido profesor universitario en Colombia —decano en la Facultad de Publicidad en la universidad Central—, ha escrito tres novelas y libros sobre el humor… pero, sobre todo, y ése es mi privilegio, lleva colaborando conmigo unos 15 años.

Caicedo se asoma todas las semanas por esa ventana que El Tiempo Latino le cedió —al comenzar el nuevo milenio— bajo tres compromisos: opinar con total libertad sobre los hechos que afectan a nuestra comunidad hispana; defender las buenas causas que son patrimonio del espíritu americano; y hacer pensar a nuestros lectores.

Que en muchas ocasiones las opiniones gráficas de Caicedo y las mías no coincidan, nos hacen más fuertes, a mí como persona, como su amigo y como director de El Tiempo Latino, que es hoy la publicación hispana de The Washington Post. Nuestros eventuales desacuerdos reflejan nuestra —la mía y la de mi medio de comunicación— consideración por la diversidad, nuestra vocación por la sana convivencia entre las culturas y nuestro respeto a las opiniones ajenas.

En estos días de horror, cuando la libertad de expresión y el humor pretenden ser silenciados por acciones terroristas, no me quedó otro camino que ir hasta ese recuadro editorial donde se refugia Caicedo, golpear a su puerta y someterlo a un serio interrogatorio.

La idea es compartir con nuestros lectores su opinión, sobre lo que sienten los humoristas cuando se abre un debate moral sobre sus presuntos excesos y sobre la mortal reacción de quienes se sienten ofendidos.

—¿Cómo se siente un caricaturista cuando se debaten los fundamentos éticos de su profesión?

—¡Confundido! Quienes vivimos del humor, somos tímidos, esquivos y modestos. Pero, de súbito, resultamos trepados en el escenario público, nos alumbran con reflectores, y, sin ensayo, debemos representar dos papeles: héroes y villanos.

—¿Por qué ‘héroes y villanos’ al mismo tiempo? ¿Todo humorista tiene doble personalidad?

—¿Me quieres sicoanalizar? Primero, debo confesar que me tocó ser humorista contra mi voluntad y a contrapelo de la cantaleta de mi madre que insistía: “si no eres serio, no vas a llegar a ninguna parte”. Para acabar de regarla, me tocó ser caricaturista, porque nadie es perfecto y, además, tenía que pagar las cuentas. De la misma manera accidental, ahora nos tocó actuar —en simultánea— como “héroes” y “villanos”. Héroes que defendemos la libertad de expresión y villanos que abusamos de ella.

—¿Es el humor editorial una actividad de riesgo?

—Siempre que uno emplea la sátira y el humor para dejar en evidencia una injusticia, no falta el desgraciado que te coloca en su lista de “los diez más odiados”.

—¿Se debe o no hacer humor sobre la religión?

—Yo respeto todas las creencias, y, en especial, respeto a aquellos dirigentes religiosos que disfrutan de buen humor. Es el caso del Papa Francisco, que posee una risa contagiosa. Pero me asalta una sensación agónica —entre culillo y pánico— cuando un clérigo fanático, para mostrar el valor de sus dogmas, amenaza al resto del mundo con su mal humor. Considero que existiría mayor tolerancia religiosa, si, por ejemplo, en la Biblia, en el Corán y en el Talmud apareciera uno que otro chiste judío (que son tan, pero tan graciosos) o si uno de los cuatro evangelistas hubiese sido caricaturista.

—Pregunta de reportero: ¿Para qué sirve esto del humor editorial?

—El humor editorial es tan sano como la comida orgánica, con una ventaja adicional: alimenta el espíritu, sin peligro de engordar. Además, invita al lector a sonreír y lo obliga a pensar y a reflexionar. Claro que tiene sus riesgos. Si existiera un “manual técnico sobre humor”, éste empezaría con la Advertencia: “Precaución: El Humor Editorial es altamente RADIOACTIVO (debe manipularse con responsabilidad)”

—Pongámonos didácticos: ¿Qué características debe poseer una caricatura editorial?

­­—Veo cuatro gordas: La caricatura debe ser oportuna, clara, absurda y corta.

1. Oportuna, porque la caricatura es como el pescado: por fuera del refrigerador, su vida es muy corta. 2. Clara, porque el lector hace una cortísima parada en la ventana y si no entendió, se larga… sin siquiera despedirse. 3. Absurda, porque ése es el principio del humor. Nuestros primos hermanos, los gorilas y los chimpancés, improvisan un rictus de sonrisa en sus labios, cuando de manera sorpresiva se enfrentan a situaciones absurdas o incomprensibles. 4. Corta. Eso es lo más difícil. Winston Churchill le escribió a un amigo…. “Por favor discúlpeme por escribir una carta de cinco páginas, pero es que no tuve tiempo de escribir una carta más corta”.

—Eres caricaturista, pero en realidad te encantaría escribir los editoriales, ¿cierto?

—Sí, jefecito. La diferencia entre un buen editorialista y un buen caricaturista es que el editorialista no sabe dibujar.

—¿Los caricaturistas critican a todo el mundo, pero cómo reciben las críticas?

—Prefiero que hablen mal de mí, a que me castiguen con la indiferencia. El problema crítico es cuando alguien se siente agredido por el caricaturista, y entonces utiliza una ametralladora de calibre respetable, para silenciarlo… Ahí es donde se enfrenta uno, a un dilema moral, porque pareciera que el método más efectivo para que hablen bien de uno, es morirse.

—Por razones políticas, por razones religiosas, por aquello de la “decencia”… ¿El caricaturista debe autocensurarse?

— No. No puede existir un caricaturista “políticamente correcto”. Es como si una “bailarina de tubo”, ejerce su oficio, pero sólo mueve los ojos. El humor es por naturaleza, irreverente, cínico, mordaz, caustico e ingenuo. La autocensura solo produce… (aquí el entrevistado bostezó)… aburrimiento…

—Para un caricaturista, ¿qué es la verdadera libertad?

­—Libertad es poder ejercer este oficio tan riesgoso, sin tener que pedirle licencia al gobierno. Después de la espeluznante tragedia de “Charlie Hebdo”, la verdadera libertad consiste en estar vivo y poderse morir de la risa.

Avendaño es Director Ejecutivo de El Tiempo Latino, la publicación hispana de The Washington Post.

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