Éste es el título de la obra fundamental de una de las grandes mentes del mundo musulmán. En “La Incoherencia de la Incoherencia” o “La Destrucción de la Destrucción” como se tituló en una traducción al latín, el filósofo árabe Averroes defiende el uso de la filosofía aristoteliana al interior del pensamiento islámico, sin incompatibilidades.
Buscaba crear armonía entre fe y filosofía asegurando que Aristóteles estaba en lo cierto y que el Corán era la verdad eterna. Para Averroes la religión venía después de la filosofía la cual —parecía implicar el sabio— debía decidir lo que se debía interpretar alegóricamente y lo que se debía interpretar literalmente.
Pero este pensador ibérico y musulmán perdió su batalla intelectual —algunos de sus escritos fueron quemados— y lo que triunfó fueron los principios que enfatizaban la debilidad del entendimiento humano y promovían la necesidad de una fe fuerte e incuestionable. Sin duda, la visión racionalista de Averroes chocó contra la ortodoxia de sus poderosos contemporáneos.
De haber sido aceptado el pensamiento de Averroes por el establecimiento político árabe de su tiempo, las actuales relaciones entre el mundo árabe y el mundo occidental habrían sido diferentes —¿Más cercanas?
Tal vez, al decir esto, incurra en exceso de ingenuidad o, peor, en fantasías filosóficas. La Europa cristiana de la Edad Media y de siglos posteriores sufrió de la misma arrogancia religiosa fundamentalista que otras muchas teocracias.
A Averroes se le ha llamado el padre fundador del pensamiento secular de la Europa occidental, pero debieron pasar siglos antes de que esta mentalidad se materializara en sociedades civiles y tolerantes democracias.
Averroes (1126-1198) —Ibn Rush, en árabe— nació y fue enterrado en Córdoba (lo que hoy es España). Vivió una época en la que el imperio árabe e islámico desarrolló una civilización que promovía la educación y valoraba la literatura, la filosofía, la medicina, las matemáticas y la ciencia.
Una época en la que los líderes culturales del imperio no eran solo árabes, sino cristianos y judíos.
La brecha actual entre el occidente democrático y el mundo árabe necesita de pensadores que construyan puentes. Contamos con una sobreabundancia de profetas y soldados listos para desplegar la ira de cualquier dios sobre la faz de la tierra, y una clamorosa escasez de pensadores, de constructores de relaciones.
Alguien como nuestro medieval Averroes listo para dialogar con filósofos y teólogos, con dios y con el cosmos.No se puede silenciar el ruido de la intolerancia ni mitigar el dolor de las balas con la simplicidad de un lápiz. Pero no se nos debería forzar a elegir entre la pluma y la espada. Es más simple. Pensemos en la comunidad humana que compartimos. No podemos atiborrar de libertad y principios una parte de nuestro cuerpo mientras desangramos la otra parte de nuestra humanidad. Solo la tolerancia y el descubrimiento humano derrota a la intolerancia.
Odio no es una palabra árabe. Solo Dios —el Amor— es fuente de toda pluralidad aunque él sea simple e inmutable, dice Averroes.
Avendaño es Editor Ejecutivo de El Tiempo Latino
alberto@eltiempolatino.com