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EN PRIMERA PERSONA
   Por Milagros Meléndez-Vela



EN PRIMERA PERSONA
Por Milagros Meléndez-Vela

De cerca. Por años reporté sobre el Alzheimer, el misterio de esta enfermedad y el impacto en las familias ; pero por más concientizada que estaba no alcancé a imaginar el golpe tan duro de un diagnóstico que quebranta, hasta que me tocó de cerca.

Shock. En agosto de 2010 mi padre fue diagnosticado a los 67 años, tras un episodio traumático que cambió la vida para siempre de mamá y papá. Un lunes en Lima, Perú, mi madre salió de compras y mi padre se quedó en casa como de costumbre, viendo televisión. Dos horas después cuando mi madre regresó, no lo encontró. Una amiga la llamó por teléfono y le dijo “Luchita ven a buscar a tu esposo. Está tocando las puertas de las casas preguntando por su menú de comida… Está muy raro”.

Todo cambió. Desde entonces, nada sería igual. Mis padres empezaron un nuevo caminar, después de 50 años de matrimonio. Papá desvariaba, olvidando el presente, quedándose la mayor parte del día en el pasado: 30 ó 40 años atrás. Las puertas de casa se mantenían con cerrojo para que no “se escapara” y se pudiera perder. Los momentos más quebrantadores eran cuando no reconocía a mamá o actuaba sin ningún juicio. Un día mientras mamá dormía, papá se quedó en el patio (tal vez por horas) bajo la lluvia. Cuando mi madre se levantó y lo fue a buscar le preguntó. “¿Augustito qué haces aquí?” y él le contestó. “Esperando a mi esposa para subir al tren. ¿Usted la ha visto?”.

MI encuentro. Viajé a Perú cinco semanas después del diagnóstico, preparada para afrontar cualquier golpe emocional. Cuando llegué del aeropuerto a casa abracé a papá y él me saludó respetuosamente, pero con una mirada un tanto perdida. De pronto se levantó de su asiento en el comedor y dijo a los que estábamos allí: “me voy”.”¿A dónde?”, le pregunté. Y el me contestó “a recoger a mi hija que viene de Estados Unidos”. Mirándolo con amor quería gritarle “yo soy tu hija”, pero me contuve y dije “vamos”. Caminamos unos pasos hasta la sala y nos sentamos en el sofá. Vimos televisión por un rato y recosté mi cabeza sobre su hombro. Al instante volteó y como si nada hubiera pasado me dijo “Hola hijita ¿a que hora llegaste del colegio?”

Marchito En ese primer viaje, sentía que delante de mí estaba papá (sólo en cuerpo) con un alma marchita y mirada perdida. No sostenía una conversación y podía pasarse horas sentado sin decir una palabra si es que alguien no le preguntaba algo. Todo era muy nuevo para todos.

Pérdida. Era como si mi madre hubiera perdido a su esposo estando vivo, y nosotros —los hijos— como si hubiéramos pérdido a nuestro papá y también estuviéramos perdiendo a mamá. Ella no era la misma. Era demasiado abrumador para ella, quien tuvo episodios de depresión y se aisló de amistades, después de haber tenido una vida social plena.

Mejoras. Recurrimos a todo recurso médico, contratamos a una cuidadora y mi tercer hermano y su familia se mudaron a casa de mis padres para estar al pendiente. Papá seguía un tratamiento médico y terapias de memoria todos los días en casa, que mejoraron su calidad de vida.

Al año del diagnóstico hubo avances. Lo noté más lúcido. Incluso, reconociendo a sus hijos, nietos y sosteniendo conversaciones. Contrario a algunos casos, mi padre nunca fue violento, sino que se volvió un niño obediente y divertido.

Sin sufrir lo peor.Su caminar con el Alzheimer fue corto. Papá se marchó con Dios el 22 de septiembre de 2011, irónicamente, por un paro cardíaco a causa de una deficiencia renal no diagnosticada. Los médicos habían estimado que viviría con el Alzheimer por unos 10 años. Sin embargo, papá se fue al año, aunque sin sufrir o experimentar lo peor de esta cruel enfermedad.

Leer nota: URGEN MÁS FONDOS PARA EL ALZHEIMER

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