El lunes, 1 de junio, visitó The Washington Post —y mi oficina de El Tiempo Latino— una delegación de “Societat Civil Catalana” (SCC), un grupo suprapartidario en lo político que se forma como reacción a la enorme presión social, política y emocional ejercida por el movimiento secesionista que busca una Cataluña independiente. Conversé con la profesora de derecho, Susana Beltrán; con el empresario en el sector del diseño, Juan Mellen; y con la hispanounidense catalana, Ivy Roselló. Mi sensación: Beltrán, Mellen y Roselló representan miles de voces hasta ahora calladas, silenciadas o amortiguadas por el ruido ensordecedor de quienes se quieren separar de España sin importarles lo más mínimo el estado de derecho, la estructura democrática del país al que pertenecen y la realidad económica, cultural y política de la Cataluña actual.

Pregunta: ¿Se puede construir un nuevo país independiente contra la mayoría de sus habitantes? Definir lo catalán atacando, silbando —incluyendo a los partidos de fútbol— y amenazando a lo español y a los españoles es un síntoma de debilidad cultural o de nazi-onalismo. No es un chiste, es una reflexión.

Mi conversación con los representantes de SCC fue cordial y de doble vía —en la sociedad estadounidense nos gusta estar de acuerdo en lo que estamos en desacuerdo y debatir como parte de nuestra esencia constitucional. En España debería ocurrir lo mismo, ya que España hoy vive —más allá de la brutalidad de la crisis económica— el momento de mayor nivel de libertades cívicas y políticas alcanzado nunca en su historia —por más que le pese a nostálgicos de izquierda y de derecha.

Mis interlocutores de SCC se expresaron con palabras inquietantes al describir el esfuerzo, el riesgo, el cálculo del precio a pagar simplemente por decidir hablar, por osar salir a la arena pública con una voz que no es la del monolito independentista. Decidieron “salir del armario” (que es como los ibéricos salen del closet) en territorio hostil. Pero reclamar una Cataluña democrática, basada en el respeto al estado de derecho y a las leyes, valorando las libertades, la coexistencia multicultural, y apreciando la riqueza de la diversidad —por cierto todos ellos conceptos muy “americanos”— podía traerles consecuencias negativas en la sociedad catalana.

Aviso para navegantes: las personas con las que hablé no son “fascistas” (uno de los insultos promedio a los que se ven sometidos los integrantes de SCC), pero sin duda no se ofenden si les llaman “españolistas”. Claro que en la misma medida son “catalanistas” —cada uno a su manera— y sinceros defensores de una Cataluña que siga contribuyendo a la sofisticada herencia cultural española que, en el siglo XXI, tiene el reto del crecimiento y de la influencia positiva a nivel global. ¿Por qué insultar a quienes defienden esos valores? Tal vez porque los independentistas no son mayoritarios, pero son hegemónicos en la comunicación y de una efectividad meridiana en el ejercicio de la represión y la intolerancia en la atmósfera social de la tribu catalana.

Tal vez yo sea un “xarnego” ideológico. Esa palabra catalana que personas como Mellen asumen desde lo positivo y multicultural, pero que nace en la “ideología” catalana como la estrella de David de los que no son “pura sangre”. Tal vez mi yo xarnego me impide entender el valor del independentismo en España. Seguro que algunos amigos me insultarán después de leerme y que —si pudieran— otros me declararían persona non grata para evitar que cruce la frontera de Cataluña. No importa. Ojalá me visite pronto una delegación del independentismo catalán y podamos intercambiar ideas en español.

No sé si la solución a los “políticos rebeldes” catalanes es aplicarles el artículo 155 de la Constitución española que les quitaría privilegios alcanzados con el esfuerzo de toda una comunidad. Lo que sí sé es que quienes creemos en el mercado libre de las ideas vemos como legítimo, necesario y saludable lo que están haciendo estos días en Washington, DC, Beltrán, Mellen y Roselló. Sin duda España es más con Cataluña y Cataluña es menos sin España.


Avendaño es director de El Tiempo Latino, la publicación en español de The Washington Post. @albertoavendan1

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