El Campeonato Mundial de la llamada “Batalla de las Naciones” ya va por su sexta edición. Este año se celebró en Praga, la capital de la República Checa y, en el país centroeuropeo, participaron en el particular evento luchadores de 35 naciones de todo el mundo, entre ellas de Chile, Argentina, México, Australia o Estados Unidos.
La lucha medieval surgió hace solo un cuarto de siglo en el Este de Europa con la recreación histórica de batallas de la Edad Media, y se convirtió paulatinamente en un deporte propio, en la actualidad regulado por dos federaciones internacionales. Es una disciplina de lucha con contacto pleno y armas de la época, que reúne elementos de varios deportes, como la lucha, el kickbox, las artes marciales y la esgrima antigua, entre otras.
Trajes de 30 kilos
“En Rusia este deporte es casi tan popular como el f˙útbol. Tienen salas de entrenamiento especiales y, por eso, los rusos son los mejores del mundo, junto con los polacos y los ucranianos”, explica Eva Gramusova, una luchadora checa que participó en el Mundial de Praga. “Lo hago por el deporte y porque me gusta la historia”, cuenta la joven praguense.
Además destaca que “hay un ambiente estupendo y, cuando necesitas ayuda, enseguida te la brindan. Aquí nadie se burla de nadie, predomina el ‘juego limpio’ y es lo que me gusta de este deporte”.
Nadie queda indiferente ante este espectáculo, y es el espectador quien experimenta con más intensidad una mezcla de pasiones, como lástima, rabia y euforia, al oír el golpe sordo de las armas.
“Practicarlo es duro, pero los espectadores lo aman. No puedes verlo y no sentirte impresionado. Y si lo vives en directo más. El ruido de los aceros chocando es absolutamente impresionante”, asegura José Martínez, un luchador español de 45 años de edad.
Son estos luchadores, enfundados en trajes de acero almohadillado que pesan cerca de 30 kilos, los que ponen el condimento de la épica, donde hay que tumbar al oponente a base de golpes de hachas, espadas, alabardas, mazas y falchones.
“Puede parecer violento y dramático, y nuestro papel es que lo parezca, pero que no se convierta en violento. Debemos proteger a los luchadores para que no acaben lesionados, y asegurar que sea una pelea pareja y justa”, explica el inglés Jon Parry, un “mariscal”, o sea, árbitro de la lucha medieval.
Aun así, las ambulancias y equipos de socorristas forman parte esencial del paisaje en estos eventos, donde las idas al hospital por roturas de huesos o cortes profundos resultan frecuentes.
Con todo, “lo que nos gusta es que, a menudo, tenemos familias y niños pequeños, y aprenden algo del deporte y de la Edad Media en general”, asegura Parry.
Este deporte “quizás nos habla del honor y ese tipo de cosas. Honor y ser personas de confianza, algo de lo que algunos hoy carecen”, agrega el “mariscal”.
Marcel Bernal participó como luchador, junto con su hijo Cristian, en la “Batalla de las Naciones” que tuvo lugar en la colina de Petrin en Praga.
“Mi hijo empezó a practicar el esgrima histórico, pero queríamos algo más real, y empezamos a venir a estos campeonatos.
En el taller de casa hacemos nuestras propias armas y las hemos ido mejorando con el tiempo”, recuerda este español.
Al ambiente de estas batallas ayuda la recreación de la vida medieval, con poblados, mercados, recintos de lucha y atuendos de la época que, en el caso de una armadura completa, pueden llegar a costar unos $3.300.
“Antes de practicar este deporte hacía recreación histórica y lo hago todavía. Y me cambió muchísimo el concepto de lo que es la historia”, cuenta la luchadora argentina Adriana Di Francesco.
“Siempre me gustó esa época. Cuando era más chica me tenían por un bicho raro en la escuela, porque me gustaban los castillos, los guerreros”, recuerda esta diseñadora gráfica.
Recuerda en ese contexto que Argentina no tiene ningún tipo de historia medieval y que “es muy difícil conseguir información más allá de Internet”.