Con más de 4.300 muertes violentas en El Salvador en lo que va de año, parecería difícil encontrar una luz de esperanza en la dura realidad del país. Pero muchos salvadoreños trabajan, con frecuencia en humilde soledad, y en ocasiones en alianza con grupos estadounidenses, para mejorar las condiciones de vida de los cuscatlecos.
Lo que sigue cierra la serie de reportes que hicimos en El Salvador entre finales de agosto y primeros de septiembre, como parte de una colaboración entre WAMU 88.5FM, Telemundo y El Tiempo Latino.
El lago Ilopango se encuentra situado al interior del crater de un volcán en el centro de El Salvador. Aquí llegan los salvadoreños a nadar, a pasear en barca y a organizar barbacoas de pescado. Ilopango es, además, conocido por ser una jurusdicción controlada por la pandilla MS-13.
No lejos de aquí está la Granja El Progreso. Este centro de esperanza está liderado por Marvin González, un joven que estuvo unos diez años en prisión por crímenes vinculados a sus actividades con la MS-13.
En El Progreso se cultivan tomates orgánicos. Los trabajadores son adolescentes, todos ellos pandilleros. Son niños que en su día fueron “desechados” por sus familias y por su comunidad. Pero Marvin los acoge sin juzgarlos.
“Hemos salvado cuarenta vidas”, además de la de aquellas personas a quienes estos jóvenes hubieran hecho daño, dice Marvin.
En Progreso también se crían pollos que luego se venden en los kioskos de comida del lago. En la granja no se produce por un valor superior a los $500, pero es suficiente para alimentar a los jóvenes, darles alojamiento y enseñarles que existen otros caminos que nada tienen que ver con la violencia. Al menos, esa es la esperanza de Marvin.
Construir esperanza
A cientos de quilómetros de aquí, la estación de policía de Lourdes, un cantón del municipio de Colón en el departamento de La Libertad, resulta un tanto primitiva, pero las mejoras pagadas en parte con dinero de la ayuda estadounidense hacen que ésta sea una de las estaciones de policía mejor equipadas del país. Los agentes de policía disponen de radios, chalecos antibalas y armas de nueva fabricación que les permiten enfrentar a unos grupos pandilleros bien armados.
Las celdas o bartolinas están limpias, parecen seguras y no están demasiado abarrotadas. Las computadoras permiten recoger datos sobre el crimen de manera que las patrullas pueden ser más eficientes y proactivas. Cuentan incluso con un centro de llamadas al 911.
“Lo que tratamos de hacer es ayudarles a fomenter la capacidad hacer cumplir el estado de derecho”, dice Jim Rose quien trabaja para el Departamento de Estado de Estados Unidos como consejero para la policía salvadoreña en este programa piloto que comenzó en 2009.
“Los policías salen cada día con una misión, bien informados, para relacionarse con la población, preparados para conocer los problemas de la comunidad y dispuestos a encontrarles soluciones”, dice Rose.
En este complejo policial se construyó además un pequeño patio de recreo donde acuden los niños de una escuela que está al lado. Aquí los pequeños juegan y comparten con los policías. Esta iniciativa ha tenido éxito en cuanto a que se ha conseguido la reducción del crimen en Lourdes, y la Policía Nacional Salvadoreña aspira ahora a replica este modelo a nivel nacional.
Luces y sombras en Ilobasco
Ilobasco es una municipalidad del departamento de Cabañas a unos 50 kilómetros al noreste de la capital, San Salvador. Conocida por sus cerámicas, sus “miniaturas” de barro, y su extrema actividad pandillera, Ilobasco es el pueblo del que huyó Danny Centeno hace dos años. Centeno era un joven de 17 años residente en Sterling, Virginia, que fue asesinado supuestamente por mareros cerca de su casa cuando, a primeros de septiembre, caminaba hacia el bus escolar. Su tío dijo que el joven se había escapade de Ilobasco después de haber sido amenazado por las maras. Al parecer, su trabajo consistía en conducir una moto-taxi por lo que veía obligado con frecuencia a cruzar las fronteras territoriales establecidas por las pandillas. La policía arrestó a tres jóvenes salvadoreños en relación con el asesinato de Centeno.
En el Centro de Alcance “Por mi Barrio” Miranda, en Ilobasco, los jóvenes saben de este temor a perder la vida. El Centro es una pequeña casa donada por el gobierno local. Aquí niños y jóvenes aprenden música con instrumentos usados, otros juegan tenis de mesa con raquetas desgastadas o aprenden habilidades básicas de computación.
Según cuenta Kevin, de dieciocho años, el Centro es un oasis de salvación donde protegerse de las peligrosas calles de Ilobasco. Su historia parece repetirse con demasiada frecuencia: sin padre y con una madre a la que no ve desde que ésta se fue a Estados Unidos cuando Kevin tenía seis años. Kevin fue abusado por las personas que supuestamente debían cuidar de él y, dice, estuvo a punto de unirse a una de las pandillas que luchan por el control criminal de Ilobasco.
“Yo quería que me respetaran”, dice Kevin. “Auería que la gente me tuviera miedo”. Pero el joven encontró consejo y consejeros a tiempo en el Centro Miranda. Ahora se pasa 12 horas al día allí. “Ya no necesito las calles”, dice Kevin. Y no es el único.
“Ahora muchas de las esquinas de este pueblo están vacías porque los jóvenes vienen aquí”, dice.
Alejandra tiene 13 años y va a la escuela en Ilobasco, un lugar ubicado entre dos territorios controlados por pandillas rivales.
“Mi sueño es que las cosas mejoren en El Salvador y que los jóvenes como yo nos podamos quedar aquí”, dice. “Podemos cambiar nuestro país paso a paso”.
Este centro es uno más de los 118 que existen a lo largo y ancho de El Salvador apoyados por USAID. Pero ante lo que parece un estado de guerra sin fin, a diario, la realidad es que hay cientos de vecindarios más y miles de esquinas y calles con niños y adolescentes perdidos y vulnerables, potenciales víctimas y victimarios.
Y esta realidad resulta un dolor inmenso en el corazón de los 250.000 salvadoreños que viven en la región de Washington.