Vuelven a sonar los tambores de la guerra. La retórica del president francés, François Hollande, no es hoy muy diferente del discurso de George W. Bush después del 11 de septiembre de 2001. Pero la similitud termina donde empieza la nueva realidad. Hace 14 años, el mundo occidental abrazó a Estados Unidos hasta que la obsesión estadounidense con Saddam Hussein y la vocación de fracaso que tiene toda intervención para reconstruir culturas distantes desgastó la solidaridad y cuestionó el modelo de las buenas intenciones. En estos años, occidente comprobó lo que ocurre cuando golpeas un avispero —llámese éste Irak o Libia— o cuando se es incapaz de terminar con el horror de Boko Haram en África.
La nueva realidad nada tiene que ver con los “hijos de perra” que están de nuestro lado —según el Teddy Roosevelt de un incipiente imperio— hasta que decidimos que ya no nos gusta su proceder. Esa realidad bipolar, fácil, de poner y quitar peones, de geoestrategia, de realpolitik… Todo eso se ha acabado.
El jihadismo es un reto del siglo XXI contra los valores de las democracias occidentales que se ha sabido nutrir de la relación disfuncional —a veces torpe, a veces éticamente correcta y siempre económicamente interesada— con Oriente Medio, con los países árabes, con África… El llamado Estado Islámico es la explosión nuclear e ideológica de Al Qaeda. Se trata de una explosión bien financiada y bien equipada mediáticamente que incluye 100.000 mensajes diarios en internet. Los bombardeos de occidente —por muy necesarios— no serán nunca suficientes para apagar este fuego. Se necesitará cultivar la inteligencia, desarrollar las contradicciones y ofrecer, y defender, a quienes no tienen más remedio que sucumbir a la jihad, una alternativa en sus propios territorios. Y la solución es difícil porque ya sabemos que el “nation building” de los neoconservadores no funciona en esos territorios. Y uno tiene la sensación de que el asesinato del archiduque de Austria y su esposa en Sarajevo, en 1914, a manos del grupo la Mano Negra y que sería el detonante de la Primera Guerra Mundial, parece un juego de niños comparado con la capacidad destructora del yihadismo antioccidental.
Lecciones
El concepto Estado Islámico es una traducción de como se autodenomina este grupo terrorista que se autoproclama “califato”, es decir, un estado regido por un califa o sucesor del Profeta Mahoma. Las siglas ISIS responden a “Islamic State in Iraq and Syria” y surgen como un brazo de Al Qaeda en Irak durante la ocupación de Estados Unidos. Y a raíz de los ataques en París, el presidente francés, Hollande, y el presidente estadounidense, Obama, están utilizando el término “Daesh” que se relaciona con las siglas anteriores pero que en árabe puede tener una connotación negativa o insultante, como “racista que impone sus puntos de vista sobre los otros”, según escribió en octubre de 2014 Zeba Khan en el Boston Globe, luego que un arículo de AP reportara que ISIS había amenazado con cortarle la lengua a quien utilizara públicamente el término Daesh.
La experiencia reciente parece indicar que este terrorismo anti democracias occidentales es muy sensible a lo que consideran “insultos” y que se nutren de su capacidad de golpear los valores que representan esos países.
La guerra contra ellos no empezó en París después del 13 de noviembre. ISIS ya había perdido territorio en Irak y Siria, así como a varios líderes, y reportes oficiales estimaban que unos 20.000 militantes terroristas habían muerto. Algunos analistas llegaron a decir que ISIS necesitaba un “facelift”. Y entonces llegaron los ataques de París —129 muertos—, Beirut —43 muertos—, y la explosión en el aire de un avión comercial ruso —224 muertos. Todo en el espacio de tres semanas.
De la política de “contención” —que incluye ataques limitados— de la que Obama habló en ABC News apenas horas antes de la tragedia del 13-N en París se está pasando ya a asumir que “estamos en guerra” y que el presidente ruso, Vladimir Putin, quien ayer era un incómodo y adverso interlocutor, hoy se convierte en un aliado ante el enemigo común.
Esta nueva guerra mundial es multipolar y ataca a una ideología que penetra el tejido social de nuestras propias comunidades occidentales y que encuentra parte de su caldo de cultivo en el fracaso democrático que es el gueto y en la selva impredecible del internet y el mundo virtual para mentes vulnerables o mercenarias.
El 13-N ha empezado una nueva guerra mundial.