Cuando en Estados Unidos se habla del hecho que inició la celebración del Día de Acción de Gracias, casi siempre se hace referencia a una comida que compartieron los peregrinos y los nativos Wampanoag en el año 1621, en Plymouth Rock, Massachusetts, agradeciendo una buena cosecha. Pero esta historia no la aceptan todos. Michael Gannon es profesor de historia en la Universidad de Florida y en Massachusetts se le conoce como “the grinch who stole Thanksgiving”. Esto se debe a que sus estudios revelan que el primer Día de Acción de Gracias no tiene nada que ver con la historia de los peregrinos, sino que fue un español, Pedro Menéndez de Avilés, quien en 1565 celebró por primera vez un oficio católico en San Agustín, Florida, donde compartió una comida con la tribu local.
Esto plantea un dilema bastante grande. Aceptar la historia de Gannon aparentemente conduce a dejar de celebrar el Día de Acción de Gracias ya que los españoles no son los que fundaron el país y la cultura de Estados Unidos. Si no se acepta, parece que lo único que se puede hacer es seguir “confortably numb”. Esto último parece lo más fácil, pero existe un razonamiento filosófico que defiende que, aunque se acepte la historia de Gannon, la tradición no tendría por qué dejar de celebrarse.
Si paseamos por la filosofía occidental, el primer razonamiento que lleva a aceptar la tradición es el relativismo cultural. Esta corriente filosófica defiende que toda verdad es local y que los sistemas morales o éticos varían de cultura a cultura y que todos son igualmente válidos. Si las ideas de bien y mal varían de una cultura a otra, no resulta difícil defender que una tradición se celebre en un lugar, aunque para otras culturas no tenga validez ninguna. Se puede entender esto como un acercamiento a una respuesta, pero este planteamiento no es del todo válido porque el relativismo cultural hace referencia a la ética, no a la verdad. El movimiento filosófico que de verdad defiende que el Día de Acción de Gracias se celebre tal y como se celebra, aunque los hechos de los que parte sean falsos, es el historicismo.
El filósofo alemán Wilhem Dilthey, uno de los principales intelectuales del historicismo, dividía las ciencias en dos partes. La primera, las ciencias de la naturaleza, son aquellas que tratan la realidad tal y como la perciben los sentidos, grupo en el que se puede incluir la historia. La segunda parte son las ciencias del espíritu, que tratan la realidad humana, donde se puede incluir la cultura. Estas ciencias del espíritu no solamente son completamente válidas, sino que además tienen un carácter de superioridad con respecto a las ciencias de la naturaleza, porque tratan el ser humano desde dentro. Por lo tanto, mientras los historiadores estudian la historia como ciencia de la naturaleza, teniendo que atender a criterios científicos de “esto pasó así y es inamovible”, la cultura y las tradiciones deben estudiarse como una ciencia del espíritu que defiende que el ser humano no es una realidad fija, sino que se va trasformando en devenir histórico.
Así, la celebración del Día de Acción de Gracias, que entra en el campo de estudio de las ciencias del espíritu, no debe cambiar al transformarse su base histórica, sino que debe mantenerse como resultado de la transformación que el ser humano ha ido consolidando a lo largo de su existencia.
Pero el asunto no acaba aquí. El filósofo español Ortega y Gasset, que leyó en profundidad a Dilthey, rechaza el racionalismo porque lucha de manera ciega a favor de la verdad, pero también rechaza el relativismo porque es demasiado irracional. Ortega cree conveniente cambiar estos razonamientos por el perspectivismo, en el que mezcla un poco ambas corrientes.
La verdad es importante, pero hasta cierto punto. La vida es un hacerse a sí mismo, no solo como ser humano, sino también como sociedad. Y si la sociedad, dentro de su perspectivismo (y abandonando el racionalismo) crea ciertas tradiciones, éstas son completamente válidas. En el Día de Acción de Gracias, tiene más valor la construcción cultural que se ha consolidado a lo largo de la historia, que el hecho que la inició en sí. Por lo tanto, si los ciudadanos han aceptado esa celebración como parte de su cultura, la celebración pasa directamente a formar parte de su identidad, y si decidieran abandonarla, estarían dejando de lado parte de su identidad como sociedad. Algo que no se le puede pedir, porque además no entra en conflicto directo con los conceptos de moral y ética.
Por lo tanto, desde el punto de vista del racionalismo, el Día de Acción de Gracias debería dejar de celebrarse al demostrarse que sus bases históricas son otras. Pero desde la perspectiva de que lo que importa es la cultura que se ha construido alrededor de un hecho, y no el hecho en sí, no hay motivo por el cual los americanos deban traicionar a su cultura. No es la primera ni la última vez que una tradición se sustenta sobre hechos históricamente dudosos. Que los historiadores hagan su trabajo de la forma más fiel posible, pero que la cultura siga siendo aquello que los humanos construyeron, con bases históricas o sin ellas. Porque, según Dilthey, los acontecimientos individuales, como lo son las tradiciones, no deben estudiarse con los mismos métodos que se usan para investigar hechos físicos, como la historia.
Dicho esto, que nadie se preocupe que, de momento, no existe razón alguna por la que cambiar el pavo por la paella.
Diego Rodríguez Sánchez es estudiante de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Cofundador y editor de la revista cultural on-line ricksmagazine.com, colabora en diversos medios españoles de radio y prensa especializados en difusión cultural.
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