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HORARIOS. Vuelo a Cuba, con retraso.



Armando Caicedo

HORARIOS. Vuelo a Cuba, con retraso.

La expresión cubana más adecuada para calificar el ambiente extravagante, impensado y, para algunos, absurdo que hoy se vive en la Isla, a escasos días de la visita de Barak Obama, es que esto parece “un arroz con mango”.

No porque haya caos, ni desorden, sino porque suceden tantas cosas y no sucede nada.

Cada ciudadano que entrevisté tiene una visión diferente de su futuro, desde la continuidad de las bondades de la Revolución por otros cincuenta años, hasta “no joooooda, esto ya no lo aguanta nadie”. En lo único que encontré casi unanimidad es en la advertencia: “hermano, si va a publicar algo, no ponga mi nombre”.

La misión de tomarle los signos vitales a Cuba nos tomó una semana.

Aunque cruzamos el estrecho de la Florida en un placentero vuelo de apenas 40 minutos; el viaje real entre el aeropuerto de Miami y la primera calle que pisamos en La Habana nos demandó 12 horas.

Los pasajeros del charter de Air Aruba soportamos las incomodidades de la espera, con esa actitud de resignación, como si ese fuera el peaje que los exiliados están obligados a pagar por el privilegio de poder retornar a sus casas, por pocos días.

El problema no es administrar a los 138 pasajeros (95% de ellos cubano-americanos).

El verdadero reto es lidiar con las toneladas de equipaje que llevan de regalo a su isla ­—ubicada, ahí no más, a noventa millas del país más rico del mundo.

Una isla que se ajusta 57 años de estar rodeada de necesidades por todas partes.

Es tan contagiosa la emoción del arribo, que en el instante en que el enorme jet coloca sus ruedas sobre la pista del aeropuerto José Martí, los pasajeros estallan en gritos y aplausos, como si en cambio de estar en La Habana, estuviéramos en el estadio de los Mets en New York, presenciando otro jonrón del superlativo bateador cubano, Yoenis Céspedes.

Es que viajar a Cuba es sentirse de regreso a ese mundo “real maravilloso” que nos describe el escritor cubano Carpentier.

Viajar a Cuba es viajar medio siglo en reversa, en esa “máquina del tiempo” que se imaginó Wells. Es aceptar que Cuba continúa encerrada en esa suerte de “cápsula del tiempo”, donde todo quedó detenido, justo en el año 1959, “el año de la revolución”.

Aproveché en esta semana varias coincidencias. Se cumple el primer año de la reanudación de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, y 57 años de la Revolución.

Se reúnen en La Habana, el Papa Francisco y el Patriarca ruso Kiril, representantes de las iglesias católica y ortodoxa rusa, iglesias que ajustan mil años de separación.

Muere el “Mongo” Castro, el hermano mayor de Fidel, el menos visible de los delfines de esta dinastía que, hasta hoy, parecían inmortales y, para rematar, se firma el acuerdo que permitirá realizar hasta 110 vuelos internacionales diarios a La Habana y a otros 8 destinos en la Isla.

¿Qué opinan los cubanos ante esta avalancha de coincidencias?

Allá en la calle, sin asomo de modestia, la gente siente que viven en el centro de la noticia del planeta.

Nada más, nada menos.

Es que luego de 57 años de esperanzas frustradas, los cubanos están curtidos de sorpresas.

Claro que se nota interés sobre los efectos de la normalización de las relaciones con la “Yuma”, pero el escepticismo flota en el aire desde hace décadas, pues ya están acostumbrados a perderlo todo, incluso, su capacidad de asombro.

Pese a tantos anuncios de normalización de las relaciones, los cubanos de a pie -que son la mayoría- mantienen un optimismo moderado, porque ya se acostumbraron al monótono paisaje de expectativas frustradas que han contemplado durante el último medio siglo.

Pero los cambios son visibles. Los oficiales de inmigración ya no exhiben caras amenazantes, no hacen preguntas incómodas y no falta la oficial de seguridad que te regale una franca sonrisa de oreja a oreja. Los turistas siguen arribando por hordas, con sus bolsillos cargados de dólares y euros, con la ilusión de tener el privilegio de contemplar las viejas consignas revolucionarias pintadas sobre vallas y muros, y los enormes Chevrolet y Dodge “cola de pato” de los años 50, circulando por las calles habaneras, antes que el maleficio -o “bilongo” de la globalización- invada las calles de La Habana con sus Walmarts y MacDonald’s.

Por lo pronto, La Habana exhibe esa dignidad de las actrices famosas, cuando el maquillaje ya no puede taparles las arrugas, ni las ojeras, ni la pérdida de un par de dientes o no pueden disimular la artritis y la osteoporosis.

Es una ciudad bellísima, cargada de historia, que se desmorona, poco a poco, por falta de recursos.

En próximas crónicas le tomaremos el pulso a la loca economía; al bloqueo; a los cubanos antagonistas que se muestran los colmillos a ambos lados del estrecho de la Florida; a las nuevas tendencias que lideran los jóvenes, a la fiebre del fútbol y al renacer de la iniciativa privada con la creación de los “cuentapropistas”. Bueno y resaltaremos otros detalles humanos que me permiten asegurar -bajo la gravedad del juramento- que el “realismo mágico latinoamericano” continúa vivito y coleando en la isla más grande del archipiélago de las Antillas.

caicedo es escritor y autor de humor gráfico, colaborador de el tiempo latino, la publicación hispana de The washington Post.

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