Ya sabemos que la Nasty Mujer no fue capaz de ganarle al Bad Hombre. Sabemos también que ambos candidatos presidenciales tenían mala reputación entre el electorado ­—al menos eso dicen las encuestas, pero ¿quién se fía de las encuestas?

Una vez que la dama perdedora aceptó su derrota, muchos republicanos corrieron a abrigar al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Pero ¿quién se cree que ganó un republicano? No ganó un republicano, señores, ganó Donald Trump, una marca que es un híbrido político o un parásito intestinal que se alimenta del cuerpo humano y que ese mismo humano necesita porque sin él sería un ser diferente. ¿Y quién quiere ser diferente?

Sin duda, en este ciclo electoral muchas cosas impredecibles han pasado. Pero entre ellas no figura la victoria de Donald Trump. Como tampoco era impredecible la victoria de Hillary Clinton. Porque, mis queridas damas, la señora Clinton ganó en el total de votos emitidos. Sí, ganó el voto popular pero sin los suficientes estados que le dieran el número de compromisarios necesarios para ganar la elección.

Alguno podría pensar que si ganas el voto popular y tu contrincante gana el número de compromisarios estatales, entonces estamos ante un empate. Pero esto no funciona así. Y dado que en estos momentos ser republicano y ser conservador parecen ser dos cosas distintas, la victoria a los puntos —por emplear lenguaje boxístico— es para Trump, para la marca Trump.

Sabemos que la marca Hillary llegó al ring muy golpeada, casi desgastada e incapacitada para generar entusiasmos idealistas —estilo el primer Obama— y capturar la mente y los corazones del estadounidense medio. Pero oiga, la marca Trump llegó como un desaforado elefante abriéndose paso en una cristalería o una tienda de espejos. Al final, la magullada Clinton ganó lo suyo gracias al temor Trump y el alborotado Trump también ganó lo suyo y la Casa Blanca gracias al odio Clinton incentivado por una campaña de mentiras y teorías de la conspiración vía redes sociales ante las que el campamento Clinton no supo reaccionar.

Claro que la aristocracia del Partido Demócrata nunca supo leer la situación del estadounidense blanco que pierde terreno porque la falta de planificación político-económica de poderes federales y estatales permitió el hundimiento social de ciertas industrias (la delcarbón o el acero son solo unos ejemplos) sin que esos estadounidenses tuvieran ante sí una alternativa de futuro más que la de perder poder adquisitivo y ganar incertidumbre. Cuando te hacen caer en la oscuridad te dejas guiar por el primer ciego que aparece y te vuelves sordo a la retórica más absurda o racista porque lo que oyes es que te guían hacia la luz. Claro que no todo el mundo es así. Ejemplo: en el deprimido sector minero de Pensilvania, la periodista de Efe, Beatriz Pascual, se encontró con desempleados o subempleados que añoran un Estados Unidos “como antes” que dijeron votarían por Trump; pero también encontró a Tanya James, una mujer blanca y pionera en el año 79 en el trabajo en la mina. James también lo perdió todo, pero no siente la nostalgia de muchos de sus colegas varones. Por eso, dijo, votaría por Hillary Clinton: “Creo que Trump es una pistola cargada de gatillo fácil”, dijo James.

Y hasta aquí hemos llegado: un país dividido. Nada nuevo. Clinton fracasó en hacer historia incrementando el voto de los nichos demográficos. Por ejemplo, (y los números son solo aproximados en este momento) Clinton recibió 10 puntos menos que Obama hace 4 años del voto afroestadounidense, varios puntos menos en el voto hispano, menos votos asiáticos, consiguió menos votos de la mujer que Obama hace 4 años, y a pesar de los esfuerzos del senador Sanders, fracasó con el voto joven respecto al récord alcanzado por Obama en la última elección. Sin batir récord en esos votantes nicho la cosa se pone difícil, sobre todo cuando los votantes indignados de Trump salen en masa y el discurso disruptivo y/o racista es abrazado por porcentajes de votantes que suelen votar demócrata. Hillary no consiguió “enamorar” al votante de Obama. ¿Hay que temer a Trump? El temor de muchos es que se produzca al principio una “guerra cultural” en temas de relaciones raciales, de leyes del aborto, de matrimonio igualitario, de separación familiar en el tema de la inmigración.

La democracia ha traido a Trump hasta aquí y será la democracia quien deberá disponer de él. Si las ansiedades raciales y los temores se superan, Trump puede incluso hacer cosas buenas, en infraestructuras y en proteger Social Security, por ejemplo.

La respuesta sobre Trump, my friend, está en el viento que diría el último premio Nobel de Literatura. Y la respuesta la iremos dando los medios de comunicación día a día aunque no le gustemos a Trump.

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