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La crisis en Venezuela es cada vez peor. El miércoles, al igual que en cada día anterior durante las últimas seis semanas, las protestas contra el gobierno golpearon varias partes del país. Casi nos estamos acostumbrando a las imágenes: barricadas ardiendo contra la policía antidisturbios, fuerzas de seguridad lanzando gases lacrimógenos, manifestantes ensangrentados siendo ayudados por médicos voluntarios.

El atrincherado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se aferra al poder. Recientemente anunció planes para desechar la constitución del país e implementar un nuevo sistema que fortalecería aún más su gobierno. Sus opositores -que se despertaron en marzo cuando la corte suprema pro-gobierno intentó despojar de sus atribuciones al Poder Legislativo dominado por la oposición- buscan nuevas elecciones, la liberación de prisioneros políticos y otras concesiones. Maduro, el impopular heredero de una revolución socialista, no muestra ningún signo de que presta atención a esos llamados.

“Maduro está atrapado en un laberinto electoral del propio régimen”, escribió Phil Gunson, de la firma International Crisis Group, el mes pasado. “Después de años de usar las elecciones como plebiscitos, confiando en que los ingresos petroleros y el carisma del fallecido presidente Hugo Chávez siempre asegurarían la victoria, el gobierno no puede ahora -con Chávez muerto- ni reunir el apoyo electoral ni encontrar una razón convincente para no ir a elecciones”.

Y así continúan las protestas. Decenas han perecido en enfrentamientos, y cientos han resultado heridos. Una pequeña minoría de manifestantes han recurrido a la violencia cuando Maduro movilizó bandas armadas de leales, conocidos como “colectivos”, para contrarrestar las prostestas.

Las fuerzas de seguridad, según mis colegas, “parecen cada vez más decididas a ahogar el movimiento de protesta con una fuerza brutal, incluyendo el uso de grandes cantidades de gases lacrimógenos.” Varios manifestantes han sido asesinados o gravemente heridos por las latas de gas disparadas contra las masas o supuestamente lanzadas desde helicópteros del gobierno. La semana pasada, un joven resultó herido cuando fue arrollado por un vehículo blindado de la policía”.

En respuesta, los manifestantes han adoptado algunas tácticas inusuales. Muchas armaduras deportivas y cascos se han adaptado a partir de artículos del hogar. Y, después de ser confrontados por innumerables rondas de gas lacrimógeno, algunos llegaron a las calles el miércoles con una desagradable nueva arma: materia fecal. Según un reporte de Reuters, algunos manifestantes estaban haciendo “cócteles poopootov” – frascos de plástico o vidrio llenos de una mezcla de agua y excrementos humanos.

“Los niños salen con piedras, es su arma, ahora tienen otra arma: excremento”, dijo un dentista de 51 años a Reuters mientras preparaba contenedores de heces en su casa.

Estas revueltas es consecuencia de una crisis económica y una recesión.

Desde que Maduro asumió el poder en 2013, la economía venezolana se hundido, la inflación se disparó y los venezolanos han soportado escasez de alimentos y apagones que cerraron hospitales. Como escribimos anteriormente, sectores enteros de la población están reportando pérdida de peso aguda y un recorte en sus comidas diarias. Esta semana, el gobierno venezolano publicó nuevos datos sorprendentes: La tasa de mortalidad infantil aumentó un 30 por ciento el año pasado, la mortalidad materna se disparó un 65 por ciento y los casos de malaria aumentaron un 76 por ciento.

Mientras Maduro extiende la represión e incluso lanza a civiles ante los tribunales militares, hay una creciente sensación de que la presión externa es necesaria para aliviar la crisis. Todos los ojos están en una reunión de la Organización de Estados Americanos, o la OEA, que se espera este mes, donde Venezuela será la prioridad de la agenda. Maduro ha amenazado con retirarse de la alianza regional, que tiene su sede en Washington. Si sigue adelante, hará que Venezuela sea el segundo país después de Cuba que no pertenezca al bloque hemisférico.

“Venezuela se está ahogando en una crisis económica, financiera, social y humanitaria de proporciones gigantescas”, dijo Luis Almagro, secretario general de la OEA, en una reciente entrevista con Bloomberg News. “Hay una dictadura en Venezuela y Venezuela necesita elecciones, la única salida institucional para el país es una elección general”.

Maduro ha visto la erosión de la base de su gobierno, ya que muchos de los pobres de Venezuela – una vez levantados por el populismo “chavista” – están sufriendo en medio de un Estado colapsado. Pero él ahora teme fracturas dentro del partido gobernante y el menguante apoyo de los servicios de seguridad que garantizan su poder.

“Los planes de Maduro para una nueva constitución dependerán del apoyo continuo de las fuerzas armadas de Venezuela”, escribió mi colega Nick Miroff. “No está claro cómo la propuesta será recibida por otros miembros del movimiento chavista -los leales de Chávez- que se han vuelto cada vez más incómodos con el giro radical del gobierno de Maduro”.

Mientras tanto, los manifestantes seguirán dando vueltas en las calles de las ciudades divididas del país. Afortunadamente, no todo es feo. Wuilly Moisés Arteaga, un disidente que toca el violín, se convirtió en una sensación viral cuando fue filmado tocando el himno nacional mientras las rocas y las latas de gas lacrimógeno caían alrededor de él. Desde entonces ha repetido el acto.

“La gente canta el himno, escucha mi música, y se acuerda que Venezuela es un país que vale la pena amar”, dijo Arteaga en una reciente entrevista con The Washington Post. “No tenía miedo en ese momento, mi objetivo era crear una atmósfera de esperanza”.

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El violinista

(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)

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