En 1997, este semanario reseñó el sufrimiento de Anabella Monzón quien había dejado a sus hijos en Guatemala al emigrar a EE.UU. Hoy, dos décadas después, nos cuenta cómo reunificó a su familia en Washington con esfuerzo y amor

EDITORIAL. Comentario de El Tiempo Latino en su edición del 9 de mayo de 1997.
En víspera de la celebración del Día de las Madres en 1997, El Tiempo Latino publicó una nota editorial titulada “Maternidad inmigrante (un retrato necesariamente anónimo)” donde se contaban las penurias de “Ana”, una mujer centroamericana que trabajaba como niñera en Washington, DC, con el alma desgarrada por la forzada separación familiar.
Anabella Monzón Grijalva (Ana) cuidaba en ese entonces a dos niños ajenos, con mucho amor, pero con el corazón hecho pedazos por vivir lejos de sus tres hijos, a quienes había dejado en Guatemala, país del que había emigrado buscando el sueño americano y con él la oportunidad de dar a sus hijos una vida mejor. Y lo logró.
Dos décadas después, también en vísperas del Día de las Madres, Anabella se reencuentra con El Tiempo Latino para dejar un fiel testimonio de que, con esfuerzo y amor, el llamado sueño americano sí puede hacerse realidad.
Esta abnegada madre centroamericana es hoy una mujer “diferente, feliz y realizada”. Su vida, a lo largo de estos veinte años, ha ido tomando un mejor rumbo, gracias a la perseverancia y fe con la que día a día se levantó para cumplir sus sueños.
En una entrevista exclusiva con El Tiempo Latino, Anabella recuerda como si hubiese sido ayer aquel lunes 2 de diciembre de 1991, cuando tomó “la dura decisión de dejar a sus hijos Emma de 12 años, Axel de 8 y Cynthia, de tan sólo 8 meses”, a cargo de su mamá.
Esta madre guatemalteca pasó unos años difíciles en EE.UU., regresó a su país en 1993, vio a sus hijos y volvió a los Estados Unidos para seguir esforzándose por su meta de un futuro mejor.
En 1991, la situación en Guatemala era cada vez más difícil. Antes de partir por primera vez, Anabella prometió a sus tres pequeños que regresaría en dos años para estar juntos de nuevo.
Una dura travesía la esperaba. Partió de su casa con pocas cosas y junto a una vieja amiga llamada Milvia, el “coyote” que las guiaría y otro grupo de inmigrantes, emprendió el viaje.
Fue una cuestión de supervivencia durante los quince largos días que pasó a la intemperie para poder llegar a suelo americano. “Nos cuidábamos una a la otra. Corrimos muchos riesgos, el más peligroso fue cuando nos agarró la policía civil en México, con tal de que no nos detuvieran salimos corriendo y ellos dispararon y cuando escuchamos eso, nos detuvimos y esperamos a que llegaran”, dijo Ana a El Tiempo Latino.
Con la voz entrecortada por el recuerdo de semejante susto, Ana expresó: “Nos pusieron unas escopetas en la cabeza, y luego de llorar y suplicar a los guardias que no nos mataran porque teníamos hijos, estos desistieron a cambio de que les entregáramos el poco dinero que llevábamos escondido, y sin dudarlo aceptamos el trato y nos soltaron”.
Otro riesgo que tuvieron que tomar fue el montarse al tren apodado ¨La Bestía” mientras estaba en marcha. “Yo me subía pero mi amiga no, entonces volvía a tirarme al suelo porque no podía dejarla, fueron como tres veces”, afirmó.
El último vagón se convertiría precisamente en su última oportunidad, y con valentía ambas mujeres lograron con éxito subirse a “La Bestia”, y continuar su viaje.
Un vaso de agua cada dos días era lo más que podían conseguir. Y mirando al cielo ella recuerda los tres días que pasaron sin probar alimento alguno. Las noches se volvían eternas, pues era momento de caminar a oscuras para no ser descubiertas por la policía; durante el día lograban descansar un poco, escondidas entre matorrales.
El 17 de diciembre de ese mismo año, por fin su frustrante viaje había terminado, una tía la esperaba con comida caliente y donde dormir en Washington, DC. “Desde el primer día que entré acá, entré con el pie derecho, con vivienda y comida, a cambio de trabajo, pero tenía eso”, recordó.
El mismo día que llegó a Washington empezó a trabajar limpiando casas y jardines. “Lo más difícil de estar en Estados Unidos fue enseñarme a estar sola sin mis hijos, porque los extrañaba mucho. Sentí mucho dolor especialmente por mi pequeña de 8 meses, porque yo aún le estaba dando de mamar”, agregó.

SOLA. Anabella Monzón en sus primeros años en los Estados Unidos.
Cuenta Ana que durante dos años “no visitó restaurantes, ni tiendas de ropa o zapatos”, todo el dinero que ganaba trabajando lo había depositado en un banco de Guatemala, para poder regresar a los brazos de sus hijos. Sin embargo, ese sueño se desvaneció.
En diciembre de 1993, Ana cumplió a sus hijos la promesa de volver. “Pasó el tiempo que habíamos hablado y regresé, lastimosamente el banco donde estaba mi dinero guardado se declaró en bancarrota y se robaron todo”, lamentó.
Decepcionada y con profunda tristeza Ana decidió volver a
los Estados Unidos, dejando de nuevo llanto en sus hijos quienes le suplicaban no los dejara otra vez. Con su amor y deseo por verlos crecer en un mejor ambiente y darles más oportunidades, ella emprendió de nuevo esa dura travesía, pero esta vez entró de forma legal, con una visa de trabajo que le facilitó una pareja de esposos donde había trabajado antes de regresar a su país.
A pesar de que era una niña, su hija Emma, recuerda aquellos duros años en Guatemala.
“Cuando me enteré que mi mamá se iba a venir se me vino el mundo abajo porque ella estaba siempre pendiente de nosotros, con mi papá no teníamos mucha comunicación, ni relación. Pero llegué a entender que tal vez era la mejor decisión porque mi papá no tenía trabajo”, admitió Emma a El Tiempo Latino.
Otro trago amargo sería el festejo de sus quince años. “Eso fue muy fuerte, uno como niña, una mujer siempre añora sus quince años para pasarla en familia pero lamentablemente mi mamá no pudo ir y realmente yo no quería que me hicieran fiesta, pero mi abuelita y mis tías me convencieron… la verdad no la pasé muy bien. Pero ahora gracias a Dios estoy con ella y disfruto cada momento que puedo porque sí me hizo mucha falta”, reconoce.
Por su parte, Axel, con un nudo en la garganta recuerda ese día en que su mamá partió por primera vez,
“Me sentí indefenso, me hacía mucha falta, demasiada. Hay cosas tan pequeñas o grandes, momentos que se necesita que la mamá está a tu lado por insignificantes que sean; compartir un desayuno, una cena, que llegue a la escuela a traer tus calificaciones, son cosas que marcan la vida. Como a los 15 -años- el sentimiento se volvió como un odio, como un enojo en contra de ella porque ella no estaba a mi lado y yo la necesitaba mucho. Se lo reclamé, pero luego le pedí perdón y le dije que yo no era nadie para juzgarla, ella siempre estuvo trabajando duro por nosotros y es algo que se va entendiendo cuando uno va madurando. Siempre estuvo en mi corazón y mi mente, y ahora la disfruto tanto, cada momento, cada día el estar a su lado”, afirmó.
Con el pasar del tiempo la chapina se dio a conocer por su extraordinario trabajo y así fue como llegó a la casa de la familia Chapelli —el hogar de Armando Chapelli Jr., fundador y propietario de El Tiempo Latino— donde por siete años cuidó a los hijos de la pareja en Washington, D.C., hasta que se mudaron de Estado.

MADRE E HIJOS. Anabella Monzón (centro) con sus hijos Axel y Emma.
“Mis hijos siempre estaban en mi mente, recuerdo cuando iba a la tienda a comprar comida mi sueño era que ellos anduvieran conmigo, y dije: algún día van andar conmigo echando lo que ellos quieran a la carreta”, relató Ana con la voz entrecortada y las lágrimas corriendo por sus mejillas.
Entre la rutina, la soledad y la tristeza, Ana se enamoró y se casó. Fue una relación que duró una década, fruto de ella nació Leslye quien actualmente tiene 17 años. El sol parecía brillar de nuevo para la guatemalteca, luego de diez años desde aquella primera vez que dejó a sus hijos, recibe la noticia que los papeles para poder tener la estadía legal de ellos en Estados Unidos estaban listos.
Entre lágrimas de emoción expresó: “Les parecería que estaba loca, me sentí como loca, agarre los papeles los leí y me fui a un lugar aislado en mi carro y fui a gritar, a gritar como loca de felicidad. Es una cosa que hasta la fecha me emociona mucho porque parecía como loca gritando en el carro, pero me desahogue. La alegría, tristeza y todo, lo saque en ese momento. Fue una lucha que gané, logré lo que yo quería, traerme a mis hijos acá conmigo”.
Luego de su divorcio, Ana siguió su camino, pero esta vez junto a sus cuatros hijos. La vida no fue fácil, alrededor de quince veces tuvieron que mudarse de lugar. En ocasiones todos debían compartir la misma habitación, pero el amor de familia fue más fuerte para superar cualquier obstáculo y circunstancia. Hoy día pagan la hipoteca de su propia casa.

JUNTOS. Ashly Chavarría, Emma Villatoro, Alejandra Chavarría y Oswaldo Chavarría.
Emma, la hija mayor cumplió su sueño de casarse en el 2005 y junto a su esposo Oswaldo crían a dos hermosas niñas de 9 y 3 años. Axel por su lado encontró el amor en Guatemala y se casó en diciembre del 2016, y vive junto a su esposa Gabriela en Maryland.
Cinthya contrajo matrimonio dos días después que su hermano, ahora vive en Nueva Zelanda junto a su esposo Jasper. Leslye la más pequeña de los hijos está por terminar este año la escuela secundaria, mientras que Ana encontró de nuevo el amor y lleva una relación estable de nueve años junto a su esposo Vitalino.
“Para mí valió la pena, porque si estuviera en Guatemala mis hijos estarían pasando penas, al igual que yo, al verlos sufrir. Aquí no somos ricos, ni pobres, trabajamos honradamente, y me siento muy orgullosa de mis 4 hijos. Estoy segura que por ellos lo volvería hacer”.
“Me siento una mujer totalmente realizada. he sacado a mis 4 hijos adelante, siento que todo lo tengo, y le doy gracias a Dios porque sin la ayuda de él no hubiera podido superar lo que he pasado”, finalizó sonriente.