En los niveles más altos de la firma, el personal de Goldman Sachs no es indiferente a las preocupaciones éticas y de política pública importantes, bien sea que necesariamente ayuden o perjudiquen la línea de fondo del banco de inversión de Wall Street. Lo sabemos porque el presidente ejecutivo, Lloyd Blankfein, tuiteó por primera vez para repudiar la decisión del presidente Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático. “La decisión de hoy es un revés para el medio ambiente y para la posición de liderazgo de Estados Unidos en el mundo”, declaró Blankfein. Anteriormente, se había opuesto públicamente a la propuesta del presidente de prohibir la entrada a Estados Unidos a personas de ciertas naciones de mayoría musulmana.
Entonces, ¿qué podemos decir de la reciente compra en el mercado secundario que hizo Goldman Sachs, con un fuerte descuento, de 2.800 millones de dólares en bonos emitidos por la compañía estatal de petróleo de Venezuela; es decir, el mismo gobierno que dispara a los manifestantes demócratas casi a diario y por lo demás somete a su pueblo a una gran corrupción y miserias económicas?
Bueno, lo primero que hay que decir es que la transacción fue un negocio realmente bueno para Goldman y sus clientes. La firma pagó sólo 865 millones de dólares por los bonos, una reducción cercana al 70 por ciento de su valor nominal, reflejo de las malas finanzas de Venezuela. Por supuesto, Goldman tendrá derecho a cobrar 2.800 millones de dólar en 2022, cuando los bonos se vencen, y mientras tanto obtiene 19 por ciento de interés anual, unos interesantes 756 millones de dólares. La segunda cosa que hay que decir, sin embargo, es qué terrible es esto para el pueblo de Venezuela, ya que en el otro extremo de la transacción, en última instancia, se encuentra el banco central venezolano, que mantenía los bonos en su poder y los vendió a Goldman a través de un intermediario poco conocido.
El dinero recaudado por Caracas ayudará al presidente Nicolás Maduro a sobrevivir (muy) a corto plazo, o incluso a permanecer en el poder el tiempo suficiente para pagar a Goldman en 2022, imponiendo necesariamente una austeridad aún más brutal a su pueblo. Sí, la oposición podría estar en el poder para ese entonces; los líderes se comprometieron a no reconocer los bonos de Goldman si es el caso. Pero incluso en cualquier escenario de total repudio al pago de deuda, lo cual no sería conveniente para el futuro democrático, la firma probablemente ni gane ni pierda.
No es de extrañar que el ex ministro venezolano de Planificación Ricardo Hausmann, ahora profesor de la Universidad de Harvard, los llame “bonos del hambre”. Para estar seguro, Goldman estaba tratando de mantener el ritmo de los bonos de este mercado emergente, para cumplir con estándares como el JPMorgan Chase Emerging Market Bond Index, de los cuales la deuda oficial de Venezuela es un componente altamente remunerador. Pero eso simplemente demuestra que Wall Street en su conjunto necesita repensar en negociar deuda con este régimen completamente ilegítimo de la misma manera que trata, digamos, con un Chile democrático, o incluso con países no democráticos más responsables.
Incluso entre los regímenes más detestables del mundo, Venezuela es un caso especial; Hausmann ha sugerido que la comunidad financiera restrinja colectivamente los incentivos para hacer negocios como Goldman, eliminando los bonos venezolanos de los índices del mercado. Si Goldman Sachs y el resto de Wall Street realmente quieren una reputación de responsabilidad social, buscarán ansiosamente alternativas a los usuales negocios con Caracas.
*Este editorial apareció en la edición del lunes del Washington Post.
(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)