Sonia° luchaba por sobrevivir en una playa de Florida, mientras las manos de su marido, un canadiense naturalizado en EEUU, rodeaban su cuello con vehemencia por varios minutos y su agonía se prolongaba. Ella intentaba hacerse notar, hasta que las personas alrededor se percataron de lo que pasaba y el hombre la soltó. Entonces, aprovechó de huir para no volver con Louis°. Al menos eso pensaba.
Esta es la historia de una mujer boliviana, que llegó a los EEUU con sueños en su maleta, como muchos inmigrantes. Sin embargo, su meta no era quedarse, sino aprender el inglés, por lo que ingresó a un programa universitario que cumplía con su requerimiento. Sus planes cambiaron cuando conoció al “hombre de sus sueños”, pues ella veía mucha bondad y amabilidad en Louis.
“Al principio era muy atento, muy cordial y comprensivo. Me gustaba mucho que a pesar de lo poco que yo sabía de inglés él me entendía. Hacía un esfuerzo por entenderme y comunicarse conmigo. Me enamoraron de él muchas actitudes que no me imaginaba de un americano, como ser caballeroso. Cuando salíamos no me dejaba pagar la cuenta, me abría la puerta del carro y de los lugares donde entrábamos”.
Cuando ya su propósito estaba completo en el país, le tocaba regresar a Bolivia, pero el hombre la convenció de casarse para que no se separaran. Hubo muchas conversaciones al respecto, incluso ella le decía que fueran a su tierra, donde por cierto es abogado, para que hablara con sus padres y luego tomar la decisión.
Louis se negó. “Me la jugué y dejé atrás a mi familia, mi país y mis costumbres. Lo iba a hacer a escondidas de mis padres, pero al final les avisé. Ellos no estuvieron presentes, pero respetaron mi decisión”.
Como quedaban unos días para que se venciera el alquiler donde estaba residenciada, después de contraer nupcias, esperó el lapso y una vez que llegó el momento de mudarse se lo hizo saber a su marido. Para sorpresa de la boliviana, contradictoriamente a lo que le había prometido, su respuesta fue negativa. “Ese es tu problema”, le dijo.
“Jamás me imaginé que a la primera semana que me iba a mudar con él, todo cambiaría repentinamente. No le importó que no tenía donde vivir y debía salirme del lugar donde estaba. Pensaba que yo era millonaria, porque estudiaba en un programa intensivo de inglés de una universidad”.
Empezó desde entonces, un cambio que se convertiría en un gran problema para Sonia, quien por una semana tuvo que dormir dentro de su carro, porque se le caía la cara de vergüenza con solo pensar en acudir a sus allegados en Florida. “No sabía cómo explicar y no quería involucrar a más gente porque yo me sentía culpable. Menos tenía idea de que existían organizaciones que me podían orientar y apoyar”.
El objetivo detrás de esta actitud pronto se dejó ver. Le pidió dinero y que pagara el alquiler de una casa lujosa en la playa, donde quería vivir. Sin embargo, eso no estaba dentro de sus posibilidades. “Luego me fui a vivir con él dos meses y fue ahí cuando sucedieron los actos de violencia psicológica y verbal constantemente, todos los días. Ni qué decir de la violencia física”.
“Vivíamos en la casa de su mamá, una de las veces él se puso violento, me tiró contra la cama, me agarró de las manos, se me montó encima. Yo gritaba y pedía auxilio. Después de eso, cómo gritaba me empezó a puñetear para que me callara. Eso se repitió varias veces. Durante los siguientes días, me decía que no lo acusara, ni gritara y me pegaba en el mismo lugar donde me había agredido. El moretón se hacía cada vez más grande. Se lo mostré a su mamá, pero me dijo que no hiciera nada. Yo no le daba relevancia y tampoco creía que él podía intentar acabar con mi vida”.
Así, pues, un matrimonio por “supuesto amor”, se convirtió en una trampa para extorsionar a la inmigrante a cambio, incluso de hacer trámites legales para darle su estatus, mientras que la agredía para intimidarla. “Supuestamente nos estábamos casando por amor, porque yo no vine a este país con el objetivo de quedarme”.
Tras lo acontecido, Sonia quiso alejarse, por lo que se dio un tiempo para que la relación se oxigenara y bajara la marea. Deseaba trabajar y pagar la casa, entre otras cosas que Louis le exigía. Se le presentó así la oportunidad de venirse a Virginia, donde tenía una amiga y algunos conocidos.
“Llegué a conseguir un préstamo para hacer los papeles. Antes de venirme hice mis exámenes, presenté toda mi documentación, pero cuando necesité que fuera conmigo a llenar los formularios con la abogada, me pidió plata. Me dijo que le diera $ 5 mil”.
Una vez en Virginia, después del episodio violento en la playa, el hombre dio con ella y se la llevó a Carolina del Norte. Le había jurado que todo iba a cambiar, pero la amenazó con “lanzarle a la policía”, pues ya no tenía vigente su visa de estudiante y estaba en sus manos para regularizar su estatus como esposa de un ciudadano estadounidense.
Tan solo una semana más pasó para que volvieran los insultos y la dejara abandonada a la buena de Dios en el estado a donde la había llevado. “Adquirí conciencia de lo que vivía y lo peligroso que era estar con él. A través del grupo de soporte de Madre Tierra, en Washington DC y la Clínica del Pueblo, me conectaron con unos abogados con los que estoy iniciando un proceso. He hecho una orden de protección que me otorgaron por dos años”.
“No he logrado ir a un psicólogo porque no tengo plata, no tengo trabajo, no tengo nada”, relata. Sin embargo, las organizaciones a las que asistió, incluida Empowerhouse, le han brindado un apoyo fundamental. Su mensaje para las mujeres que son maltratadas es que denuncien sin miedo, al igual que los terceros que son testigos de la violencia. “Es una forma de salvar vidas”.
Según las estadísticas globales de la Organización Mundial de la Salud, una de cada tres mujeres (35%) en el mundo ha experimentado violencia física o sexual por parte de su pareja u otras personas ajenas durante su vida. El punto clave para Dilcia Molina, coordinadora de la Coalición Latina contra la Violencia de Género, es denunciar sin importar el estatus legal, pues las 30 organizaciones que aglutina su organización no están asociadas con agentes de inmigración o entes policiales que puedan afectar a la víctima.
“Hicimos una conferencia de prensa en el marco del Mes de Conciencia sobre la Violencia Doméstica. Fue un diálogo problematizando la inquietud que tenemos de que muchas mujeres no están denunciando el tema de la violencia doméstica ni la sexual, por el actual clima político antiinmigrante y racista de este gobierno. Las mujeres tienen mucho miedo de ir a una corte por divorcio o custodia, los temores han llegado a límites que no nos esperábamos y nos inquieta mucho esto”, dice Molina, también manager de proyectos de salud integral de la mujer en la Clínica del Pueblo.
Para contactar a la Clínica del Pueblo, en relación a servicios legales o médicos puede llamar al 202 448 28 51. Si usted es víctima de violencia doméstica o quiere denunciar algún caso que presenció, el contacto 24 horas en español (Hot Line) es a través de DC Safe al 1 866 962 5048.
°Los nombres fueron modificados por resguardo de la integridad física de la víctima.