“Vengo de un mundo de pobreza. De un mundo donde se me veían las costillas por falta de comida. De un mundo donde mi madre quien tiene 12 hijos, yo soy la tercera, me ‘regaló’ a mis abuelos paternos para salvarme del hambre, pese al dolor que imagino le causó verme partir.
Mis abuelos eran pobres pero no tanto como María, mi madre. Tan aguda era mi desnutrición que muchas veces entré al hospital entre la vida y la muerte. Sobreviví, estoy aquí desde el 2000 y soy una de los 800 mil dreamers. Hace unos meses renové mi permiso por dos años más, pero vivo en un limbo y solo mi almohada sabe cuántas lágrimas, luchas y oportunidades he tenido que ir dejando en el camino por un simple papel.
Mi ingenuidad y mi ignorancia me hicieron creer que sería una pediatra. Cuando uno es joven nada es imposible y el activismo a favor de los inmigrantes ayudó a sostener en pie mis anhelos. Antes de terminar el colegio apliqué en Virginia Commonwealth University para estudiar pediatría y en George Washington University para ser bióloga, las dos me aceptaron, pero la falta de un número de seguro social me dejó a la vera del camino.
Vine a Estados Unidos a los 12 años. Mis padres firmaron un permiso para traerme dizque solo de vacaciones. Me matricularon en una escuela, en Manasas, Virginia. Lloré, no quería quedarme pero siendo una niña, los libros y las nuevas amiguitas hicieron que la nostalgia se esfume pronto.
Me niego a dejarme vencer, pero me pregunto si mi capacidad de resistencia tiene un límite. La aprobación del DACA (un permiso que permite a quienes llegaron siendo niños, han estudiado y tienen un record limpio continuar en Estados Unidos), en el gobierno de Obama, me dio motivos para entregarme más en mi compromiso de lucha por seres humanos en mi condición.
Por mi activismo conocí en el Capitolio a Daniel Gilbert, un periodista que en ese entonces trabajaba en The Wall Street Journal. Sin yo saberlo consiguió que mi colegio, desacostumbrado a dar ayudas económicas, me dé una beca. Escogí estudiar comunicaciones en Northern Virginia Community College (NOVA), porque era más barato.
A mis 18 años me quitaba el sueño no saber cómo iba a pagar mis créditos, porque la beca alcanzaba para unos dos semestres. Pensé en dejar mis clases, pero me anunciaron que la Corporación Sallie Mae cubriría mis estudios completos. Era Gilbert, otra vez, quien había puesto sus buenos oficios. Él ha sido como un ángel para mi.
Mis estudios cubren varias facetas de la comunicación, la gobernabilidad y la lingüística. Además me di tiempo para estudiar francés. Con esas herramientas aterricé como becaria en Univisión, en Washington, allí me encargué de traducir las noticias y de la edición de guiones. En las elecciones del 2008 fui la asistente del periodista José Ángel Aguirre. Esa experiencia me abrió puertas.
Trabajé en El Tiempo Latino cuando era de propiedad The Washington Post; para revistas como Washingtonian; en relaciones públicas, como agente de enlace entre el mercado de inglés y el latino. Dejé el trabajo para irme, junto con seis jóvenes más, de gira durante cinco meses por todo el país abogando por nuestra causa y la de otros inmigrantes. Esa convicción de que no es una nacionalidad la que nos define ha reforzado mi empoderamiento, pero la tristeza, la frustración y el fracaso a veces me inundan –gruesas lágrimas escapan de sus ojos– y me hacen sentir culpable porque veo que mis amigos se han hecho odontólogos, doctores e ingenieros y a mi la falta de un simple papel ensombrece mi futuro con un insufrible signo de interrogación.
Acabo de terminar una consultoría para una librería, también estoy involucrada con Franklin García, el representante de DC al Congreso, para que a Washington lo declaren estado; sigo en la lucha de los soñadores y en la noches soy mesera en dos restaurantes para pagar mis gastos, puesto que de la casa de mi tía me fui al cumplir 21 años.
Un papel a muchos jóvenes los ha hecho florecer, a mi la falta de ese ha truncado mis sueños, le ha restado una pediatra a este país y la oportunidad de encontrarme con mi madre, cada vez más enferma y frágil. Un simple papel está ahogándome en las ganas de abrazar a Donaldo, mi papá, y con ese abrazo decirle que no lo he olvidado, porque no puedo llamarlo, la poliomielitis infantil lo dejó sordomudo.
No sé qué va a pasar cuando se termine el permiso. ¿Saldrá otro juez como el de Hawai a suspender la decisión de Trump de eliminar el DACA? ¿Hasta cuando viviré con esta incertidumbre? Anhelo continuar haciendo planes aquí, aunque a veces pienso que quizá es mejor volver y correr para algún puesto político en Honduras, irme a Canadá, España o Cuba, donde tal vez al fin puedo ser la doctora de los niños y ayudarles a mis padres que siguen siendo pobres”.