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El once de noviembre se cumplieron 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial, una de las confrontaciones más sangrientas de la historia y desde París, el presidente Emmanuel Macron alertó sobre los peligros del resurgimiento de movimientos nacionalistas.

En este lado del Atlántico, el dictador de Nicaragua asesina a su pueblo y se escuda en el nacionalismo. No acepta “intervencionismos” e impide la entrada de una misión de la OEA que investigue la muerte de más de 500 personas en 7 meses de protestas. En Venezuela, Nicolás Maduro sigue el mismo libreto y al garrote de su “nacionalismo” ha logrado controlar la justicia, la economía y los medios de comunicación para afianzarse en el poder. El libreto heredado de los hermanos Castro sigue matando la libertad en América Latina. Estos dictadores tienen en común lo siguiente: 1) Esconden tras su fachada nacionalista su profundo desprecio a sus opositores connacionales 2) Controlan los medios de comunicación para convertir a los disidentes políticos en enemigos internos 3) Se inventan enemigos externos y 4) Se auto excluyen de instituciones multinacionales cuando les conviene.

Es nuestra responsabilidad desde esta tribuna alertar a nuestros lectores que a pesar de las aparentes diferencias ideológicas entre derecha e izquierda, el presidente Donald Trump ha tomado el mismo camino. Desde la Casa Blanca y bajo la fachada de “America First” ha atacado a sus vecinos del acuerdo comercial NAFTA: Canadá y México y a los aliados de la OTAN: Inglaterra, Francia y Alemania. Ha llamado “enemigos del pueblo” a los medios de comunicación que lo critican e insulta y amenaza constantemente a los periodistas que cubren la Casa Blanca por hacer su trabajo: preguntar.

Donald Trump también, ante el horror de la mayoría, ha identificado un enemigo externo: los inmigrantes. Su obsesión con la caravana de centroamericanos buscando asilo legal hacia la frontera con EEUU fue un show goebbeliano en pleno siglo XXI. Durante la semana anterior a las elecciones del 6 de noviembre y para incitar el miedo como mecanismo de movilización electoral, calificó esa caravana como una “invasión”. Utilizó todo su poder, se afincó en 25 tuits y en decenas de eventos para enviar el mensaje “invasión” una y otra vez. Para rematar su estrategia y movilizar sus bases a las urnas electorales envió a miles de soldados a la frontera con México para enfrentar a estas personas indefensas que se encontraban a cientos de kilómetros de distancia. Esta semana post electoral, la caravana sigue, pero dejó de tener interés para Trump y a pesar de que los soldados continúan en la frontera, ya no habla de ella.

Donald Trump quiere construir muros e ignora la advertencia del líder del partido republicano, John McCain, quien dijo en su carta de despedida: “debilitamos nuestra grandeza cuando nos escondemos detrás de los muros”.

En el mundo hay una división importante al definir la nacionalidad: una, en torno a rasgos étnicos y raciales con los cuales uno nace; y la otra, como un set de valores que definen las aspiraciones en la vida. En esta segunda interpretación, quienes vienen en la caravana son potencialmente más cercanos a los valores de lucha y búsqueda de la libertad y felicidad que muchos de los que nacieron en EEUU.

El nacionalismo puede ser un valor o una amenaza. La historia está plena de ejemplos donde la exacerbación del nacionalismo ha precipitado conflictos violentos como lo fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Pero el nacionalismo perverso del siglo XXI, ese del cual hablamos aquí no se fundamenta en esa idea de nación que justifica guerras con otros países, sino en la búsqueda absurda de un enemigo interno racial o ideológico y enfilar sus caballos en guerras inventadas contra sus connacionales.

En un mundo globalizado en el cual la interdependencia es cada vez mayor y la cooperación un valor necesario, las palabras del presidente Macron no podían ser más certeras:

“El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo. El nacionalismo lo traiciona… las posiciones nacionalistas borran lo que hace grande a una nación, lo que la mantiene viva, lo que le da gracia y lo que es su esencia: sus valores morales”.

Bien dicho.

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