Hoy hacemos un alto en los temas políticos de la región y le enviamos un agradecimiento a nuestros lectores por su lealtad a este periódico. El día de Acción de Gracias, es una de las oportunidades que tenemos para tomar un descanso de nuestras rutinas, atesorar lo que hemos logrado en la vida y celebrarlo con familia y amigos. Para los recién llegados a Estados Unidos, estas fiestas son contagiosas porque para todo inmigrante, el pertenecer a la tierra que los acoge es primera prioridad. Adaptarse a una nueva cultura implica mezcla y fusión enriquecedora entre lo dejado atrás con lo nuevo. A los latinos nos gusta festejar agradeciendo a los santos y sin querer o queriendo llamamos estas fiestas las de San Givin. Cada cuarto jueves del mes de noviembre, día oficializado por el presidente Roosevelt en 1941, nos deseamos un ¡Happy San Givin!
Eso sí, para celebrar a-lo-latino, le añadimos al tradicional menú de la época de los Pilgrims, las delicias culinarias heredadas de las abuelas. En nuestra mesa, comparten con el pavo -adobado hasta los huesos “para que sepa a algo”- el puerco, los tamales, el ceviche, los frijoles, los tostones, las pupusas, los maduros y el turrón. Nunca falta el ron, mojito, ponche, coquito, margaritas o cualquier bebida espirituosa del terruño de nuestro clan familiar. Las reuniones comienzan a la hora “gringa” pero no terminan a hora designada; entre bailar salsa y hablar “spanglish” la acabamos a la nuestra: la madrugada. Y es que si de celebrar se trata, los latinos no necesitamos fechas, nuestro mantra es buscar la felicidad, mantra que por cierto convirtieron en Constitución nuestros founding fathers en Washington. Y en eso de gozar, tenemos un posgrado heredado y aliñado con nuestra forma de ser. Estamos seguros que hoy viernes en muchas casas continúa la fiesta con el “recalentado” de anoche como renovada delicia al paladar “hoy sabe mejor que ayer”, mientras alguien baila salsa sin zapatos; yo incluida.
La fiesta de Thanksgiving no es religiosa y no tiene ningún paralelo en nuestra cultura latina. Su origen viene de un día de otoño por allá por el año 1621 cuando un grupo de colonos ingleses de Plymouth, actual estado de Massachusetts, apenas un año de haber huido de Inglaterra, compartieron una comida con los indios Wampanoag para celebrar la cosecha del mes y dar gracias a los frutos de la cooperación entre nativos e inmigrantes blancos, repito: inmigrantes blancos.
Recordemos que la palabra Pilgrim viene de “peregrino”: viajar lejos por razones religiosas. Esta celebración tiene un profundo origen en lo que es la esencia de los Estados Unidos: un país de inmigrantes huyendo de la opresión -la que fuese- para trabajar por su familia y adorar a sus dioses en libertad. Fueron alrededor de 100 refugiados religiosos ingleses quienes se lanzaron a la aventura de buscar libertad en tierras nuevas y llegaron a las costas de Cape Cod en noviembre de 1620 luego de dos meses en altamar en el barco Mayflower, un año después celebraban con los nativos pues habían aprendido a sobrevivir juntos en paz en vez de morir en guerra.
Quizás por la diversidad de razas y religiones que existen en Estados Unidos, estas son las fiestas más concurridas y compartidas por todos. Por ejemplo, este año según las autoridades, alrededor de 55 millones de norteamericanos viajaron más de 50 millas para celebrar el fin de semana con familiares y amigos.
No dejemos que narrativas aislacionistas nos desvíen del verdadero sentido de lo que estamos celebrando. San Givin es un recordatorio de lo grande que es Estados Unidos: un país que no tiene raza como fundamento de su nacionalidad. Estados Unidos es the land of the free and the home of the brave, la tierra de los libres y el hogar de los valientes sin distingo de raza, cultura y religión. Ese es nuestro país, el país de los inmigrantes desde los Pilgrims.