A Delmy Yesenia el silencio estuvo a punto de matarla. Aferrada a la idea de formar una familia tradicional, cometió el peor error de su vida, consideró una “buena persona” al hombre con el que había decidido iniciar una relación de pareja. Hoy, siete años después, esa relación la tiene casi postrada en una cama de su vivienda.
Y es que la espiral de violencia de pareja en la vida de Delmy Yesenia fue una constante. No tuvo nada de diferente a los miles de casos de mujeres salvadoreñas que son víctimas de esta problemática en el país, donde, según el observatorio de violencia de Ormusa, desde enero a agosto de 2018 se han reportado 929 denuncias por violencia intrafamiliar.
Delmy decidió rehacer su vida cuando tenía 20 años, con dos hijos de una relación que empezó cuando apenas era una niña.
Sin embargo, en este segundo intento la felicidad y tranquilidad solo le duró tres meses, los que ella describe como “tranquilos”. A partir de ahí, todo cambió. Su pareja mostró su verdadera cara y la vida se convirtió en un calvario. Todos los días, cada vez que el hombre llegaba del trabajo, revisaba el jabón de baño, las toallas y toda la casa. Con los días, la “revisión” incluyó las partes íntimas de la mujer. La intención, según él, era descubrir si había tenido relaciones sexuales mientras él estaba ausente.
“A mí me parecía extraño, pero no tenía el valor de contárselo a alguien más”, confiesa Delmy. La violencia se agravó cuando se combinó con el alcohol. “Empezó a ser sexualmente agresivo, yo vivía en silencio la violencia porque, además, no me permitía tener amigas, ni visitar a mi familia y muchas veces cuando se iba a trabajar me dejaba encerrada”, relata.
El violentador se caracteriza por ser una persona altamente manipuladora que puede llegar a convencer a su pareja para que se aleje hasta de la propia familia. “Ponen un cerco que impide que se filtre información íntima de sus agresiones”, explica la psicóloga Rosa Cristina Guevara Barillas.
Seis meses después de iniciar su relación con el agresor, Delmy quedó embarazada. A pesar de eso, decidió dejar la casa, huyendo de la violencia que podría incluir, ahora, a su hijo. Sin embargo, como es común en estos casos, aparecieron las súplicas, las lágrimas, las disculpas y un arrepentimiento que estaba lejos de ser verdadero; y el círculo se repitió por casi 15 años más.
“Cada vez era peor, llegaron los golpes, me golpeaba contra la pared, me amenazaba con la pistola, con el cuchillo, a veces con el corvo. Llegué a perder el sabor de la vida, Navidades, Fin de Año, Semana Santa, todo era igual”, cuenta Delmy con la voz entrecortada. Hoy, incluso, hay noches que aún llora.
“Solo quería morirme”, confiesa, acostada en su cama, rodeada de peluches y almohadas de corazones que le amortiguan por el dolor que sufre debido al daño permanente en su columna vertebral, lo que no le permite estar mucho tiempo sentada o parada.
La acumulación de golpes durante tantos años le dañó permanentemente la columna. Las dolencias comenzaron en 2007, después de las múltiples patadas y el maltrato físico. Sin embargo, en ese tiempo, decidió guardar silencio cada vez que los médicos le preguntaban el origen de los golpes. Prefería mentir y decir que se había caído.
“En ese tiempo yo trabajaba en una maquila y muchas veces mis compañeras y los encargados me preguntaban por qué andaba moretones, pero yo siempre negaba la situación de violencia que vivía en casa”, prosigue.
Algunas veces le quedaban restos de valentía y recurría a la Policía; sin embargo, al final aparecía la frustración cuando el victimario salía libre a los tres días.
El problema de salud empeoró y en los años siguientes fue sometida a dos intervenciones quirúrgicas; sin embargo, la violencia no mermó. Aunque necesitaba reposo, se debía levantar temprano para hacer los oficios domésticos, para que su compañero de vida no se enojara por no tenerle la comida lista cuando regresaba de trabajar.
Fuente: El Salvador