Por un momento todo giraba en torno a Suramérica. El fútbol, con su sistema desarrollado y todopoderoso en Europa, se rendía a la final de la temporada 2018 de la Copa Libertadores, evento que definía al campeón con todo el morbo posible por tratarse de una llave con sabor a superclásico, pues los dos grandes de Argentina, Boca Juniors y River Plate, debían medirse por un trofeo que nadie olvidaría.
Sin embargo, el análisis sobre lo que estaba en juego tenía un capítulo de esos que nadie espera que suceda, pero que muy en el fondo y en silencio, los seguidores de la disciplina y quienes han visto el desarrollo del deporte en la región, sabían que tarde o temprano iba a ocurrir. Y pasó incluso antes de que se jugara la vuelta, con incidentes violentos en los que el autobús de Boca Juniors, visitante para el compromiso definitivo, fue apedreado, causando heridas a dos de sus jugadores.
La acción, lamentablemente, es frecuente. El torneo de clubes más importante de América no se ha salvado año tras año, con incidentes que no tienen obligatoriamente epicentro en Argentina, pues, las noticias han llegado desde varios países de la zona y en la que queda claro que el fútbol, así como ha sido motor para ver crecer a aquellos con recursos casi imperceptibles, también ha sido una fiesta para que delincuentes logren camuflarse entre los que sí quieren ver un espectáculo y así dañar lo que no debería tener espacio para los rebeldes.
Cuando un par de horas antes de que se jugara la vuelta pasó el repudiable hecho, quedó en evidencia la falta de respuestas contundentes. Por un lado, la seguridad quedó en deuda al verse en minoría frente a los delincuentes, más entendiendo que no eran dos equipos menores los que se medían. Después, la falta de criterio por parte de la organización ensució aún más a una confederación que es vista de reojo por sus irregularidades en los últimos años.
Desde la Conmebol se barajaron y anunciaron tantas situaciones que ya casi nada era creíble, y en donde, de acuerdo con los jerarcas de los equipos involucrados, fue la solidaridad del local con el afectado lo que terminó abriendo camino a una nueva decisión.
Con la puesta en escena el sábado 24 de noviembre a las 5:00 pm, hora de Argentina, como momento para que los amantes del fútbol se concentraran en lo que debía ocurrir en el estadio Monumental, terminó con la postergación hasta en dos ocasiones en la fecha para terminar bajando el telón del fin de semana con un pronunciamiento del presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, quien detuvo lo que sería la celebración el domingo por no haber “igualdad de condiciones” entre un conjunto y otro.
Lo que está en juego
La final entre Boca Juniors y River Plate es, para muchos, el clásico más importante del fútbol mundial, ponderándolo por encima de Barcelona y Real Madrid, Milan y Juventus, y Liverpool y Manchester United. Dentro de un tema completamente subjetivo, la historia de estos dos siempre estará ligada, por lo que al conocerse que fueron ellos los que avanzaron desde semifinales, era sencillo y excitante saborear una llave que atraería toda la atención posible y que buscaría cerrar un importante capítulo en un debate que lleva décadas extendiéndose.
Son dos colosos que poco tienen que envidiarle uno al otro, y donde la discusión por cuál es el mejor, también subjetivo, parecía tener en esta final un punto final para varias generaciones; no obstante, luego de que la violencia reinara el pasado 24 de noviembre, poco queda por celebrar y mucho por reflexionar, pues en la región, donde precisamente Argentina se asomaba como país que junto a Uruguay y Paraguay quiere ser anfitrión del Mundial 2030, la anarquía quedó como la cabeza de una sociedad en deuda con su cultura.
Para Boca Juniors, el equipo del pueblo, ese que presume de ser campeón del mundo luego de obtener una Copa Intercontinental en sus vitrinas, haberse titulado en una final limpia se habría traducido en un golpe casi lapidario luego de que aún tenga de su lado el argumento de que sigue vigente su inmaculada carrera en primera división.
Ese reproche que tanto saca de su lugar al fanático de River Plate tiene incidencia en el descenso contra todo pronóstico que se vivió al culminar la campaña de 2011, cuando fue relegado al Nacional B.
A partir de ahí, incontables chistes se han hecho sobre la situación, algunos más hirientes que otros, y del cual desde el lado del cuadro millonario se esperaba una respuesta fuerte para poner la balanza a favor; no obstante, no serán pocos los que recuerden esta serie por sus hechos violentos y desorganización por encima del legado deportivo que intentó transmitir.
La presión de Infantino
Uno de los episodios que quedó como parte del recuerdo en las horas del 24 de noviembre y su supuesta celebración de la vuelta de la final de la Libertadores tuvo que ver con Gianni Infantino, presidente de la FIFA, quien se encontraba en Buenos Aires para disfrutar del compromiso. Según primeros reportes de la prensa local, luego confirmados por el presidente de River Plate, Rodolfo D’Onorfio, el mandamás del organismo que regula la disciplina en el planeta hizo todo lo posible para que se jugara el día pautado.
Infantino, fuertemente criticado por el hecho, habría amenazado a Boca Juniors con desafiliarlo de las competiciones internacionales por los próximos cinco años, una acción injusta dado que fue el cuadro xeneize el afectado, la víctima de una situación organizada por cientos de rebeldes que aún forman parte de la sociedad argentina, y que se convertiría en un ejemplo negativo, algo que marcaría el qué no hacer en este tipo de complicaciones cuando otro estuviera ahí en el cargo.
El mandatario de la FIFA ha sido visto como un hombre que aprovechó una oportunidad de colarse en un puesto soñado, pero sin contar con las credenciales para tomar decisiones apegadas a la ética; sin embargo, que haya pedido jugar cuando desde Boca Juniors sonaban las alarmas al ver que dos de sus piezas, incluido el capitán Pablo Pérez, debían ser trasladadas a un centro médico para evaluar su estado luego de que pequeños pedazos de vidrio cayeran en sus ojos, no es más que un acto de afán por parte de alguien que intentó tapar con un espectáculo macabro una realidad social que afecta a todo un continente.
Cuando a partir de 2019 entre en vigencia una nueva resolución que coloca la final del torneo a solo un duelo, se podrá pensar además en hacerlo en un territorio neutral. Es correcto que esto acabaría con mucha de la emoción de ver al cuadro local sentir la posibilidad de celebrar un trofeo de alta talla, pero también se cortaría de forma contundente con un virus que desde hace varias décadas ronda en el balompié suramericano y que alguna vez fue dolor de cabeza en Europa.