ir al contenido

El niño que sobrevivió al incendio en una cohetería con 90% de su cuerpo quemado

Con apenas tres años, las probabilidades de seguir vivo estaban casi anuladas para Carlos Eduardo Reyes, pues tenía quemaduras de segundo grado en el 90% de su cuerpo, resultado de la explosión de una cohetería ilegal instalada en la casa donde vivía, en el cantón El Ranchador, Santa Ana.

Los médicos dijeron que sólo se salvaría con un milagro. Su abuela, quien tenía 20 años de dedicarse a fabricar juegos pirotécnicos, perdió la vida en ese percance ocurrido en mayo pasado.

Los días de correr y saltar han quedado atrás. Ahora permanece sentado en una silla, viendo vídeos de sus caricaturas favoritas; bajo la mirada cautelosa de su madre, quien atiende un puesto de tortillas y venta de pan dulce en el mercado Colón, en Santa Ana.

El 19 de noviembre pasado cumplió cuatro años. Cinco meses antes, el niño se encontraba en una sala de Cuidados Intensivos del Hospital Shriners, en Galveston, Texas, Estados Unidos, llevado por la Fundación Shriners El Salvador, y cuando regresó al país ya traía el traje que cubre casi todo su rostro y cuerpo.

Las quemaduras han sanado, pero el fuego borró las facciones del rostro; el traje sirve para evitar que las cicatrices que se están formando se vuelvan abultadas. También protege la delicada piel que ha quedado.

El dolor y el cambio en la condición de su vida no han logrado borrar la inocencia, ilusión y alegría de todo niño. No sabe qué desea de regalo para Navidad, solo sabe que desea volver a caminar, correr tras una pelota y manejar una bicicleta.

Carlos Eduardo fue valiente y soportó el dolor que le causó el tratamiento de raspado de piel al que deben someterse los pacientes quemados, el cual le hicieron en el hospital en Texas. Sin embargo una de las cosas más difíciles que está pasando es la vista curiosa e imprudente de quienes ahora lo ven, cuando está sentado entre las bolsas de pan, en el pequeño local en el mercado donde trabaja su mamá, en Santa Ana.

Guadalupe del Carmen Reyes, su madre, lo ubica ahí para poder estar cuidándolo mientras atiende a los clientes.

Como es natural en los niños pequeños, cuando la ropa o los zapatos les incomodan se los quitan. A Carlos Eduardo le pasa igual, porque la máscara le causa calor y, a ratos, cuanto hay oportunidad, se la quita. Sin embargo, si hay extraños en su entorno, prefiere dejársela para evitar esas miradas de curiosidad que le resultan incómodas.

“Hasta el momento, él no deja que nadie le vea sus cicatrices, incluso, siempre tiene puestos sus guantes porque no le gusta que nadie le vea nada del cuerpo, no le gusta mantenerse sin ropa porque le da pena y entra en crisis cuando se ve él desnudo”, dice Guadalupe.

La máscara es una de las cinco piezas del traje especial que protege su cuerpo; el traje fue donado por el hospital.

En febrero, el niño será llevado nuevamente a Texas para ser sometido a decimosexta cirugía. La mayoría han sido injertos de piel en las manos y piernas. De las 15 operaciones a las que ya fue sometido, en 12 estuvo en peligro de que le amputaran sus pies, pero esto no sucedió.

A Carlos Eduardo le causa miedo subirse a un avión, porque lo ha asociado al tratamiento médico, el cual es doloroso.

Tres días después de la explosión en la cohetería ilegal, el 15 de mayo, el niño viajó por primera vez a Estados Unidos para ser tratado. Pero ese viaje tenía un riesgo: la condición del niño era tan delicada, que la movilización ponía en mayor peligro su vida.

Sobrevivió al viaje y luchó por seguir vivo durante los cuatro meses que estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos.

El tratamiento de Carlos Eduardo a causa de las quemaduras lo acompañará hasta sus 21 años, de acuerdo con Carlos López, presidente de la Fundación Shriners El Salvador. El niño tendrá el respaldo de sus tratamientos, trajes y todo lo que implica curar sus lesiones, explica López.

Fuente: El Salvador