El presidente Trump envió hace una semana al asesor de seguridad nacional John Bolton en una misión de limpieza, con un itinerario de tres días a Israel con la intención de tranquilizar a un aliado cercano, de que la decisión impulsiva de Trump de retirar inmediatamente las tropas de Siria se llevaría a cabo con más lentitud y con advertencias importantes.
El plan parecía funcionar al principio. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sonrió y agradeció profusamente a Bolton por la muestra de apoyo de Estados Unidos.
Pero al final de la semana, los intentos de disuadir a Trump o poner condiciones a la retirada se desvanecieron cuando el ejército estadounidense anunció que había “comenzado el proceso de retirada deliberada de Siria”. Un esfuerzo múltiple de los alarmados funcionarios de seguridad nacional de Estados Unidos, aliados extranjeros y halcones republicanos en el Congreso para alterar o revertir significativamente la decisión de Trump, fue en realidad un fracaso.
Desde el abrupto anuncio de Trump el mes pasado, un tira y afloja con los aliados y sus asesores ha ensuciado el aparato de seguridad nacional sobre cómo y si se debe ejecutar una retirada. Netanyahu habló con Trump dos días antes del anuncio del presidente y un día después. El presidente francés Emmanuel Macron intentó que el presidente cambiara de opinión. Incluso el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, a quien le gustó la política, estaba preocupado de que no se pudiera ejecutar con tanta rapidez y seguridad.
El episodio ilustra las consecuencias de largo alcance de la tendencia de Trump a tomar decisiones precipitadas con un seguimiento irregular, según los relatos de las discusiones de más de una docena de funcionarios estadounidenses y ex funcionarios estadounidenses y diplomáticos internacionales.
Con información The Washington Post