Pocas veces el mundo se vuelca de esa manera hacia una tragedia sin víctimas. Las imágenes eran desoladoras y a la vez revolvían hasta lo más profundo de la nostalgia. Notre Dame, la catedral icónica de Francia, era devorada por las llamas, sin que nadie pudiera hacer nada para impedir que tantos siglos de historia quedaran bajo la ceniza.
Pasaron muchas horas, y el agua que por un momento parecía salvar ese monumento, comenzó a hacer de las suyas. La presión del líquido que intentaba ahogar el fuego sofocante, hizo que la emblemática aguja se fuera abajo. Fueron apenas segundos, grabados por miles de transeúntes con sus teléfonos celulares, que dejaban ver la fragilidad de ese imponente edificio que se consumía ante la mirada de todos.
Quizás no ha existido una causa colectiva que albergue más esperanza en tan poco tiempo como la idea de rescatar a Notre Dame de las llamas. Los rostros de los franceses y los turistas que se agolpaban a lado y lado del Sena eran conmovedores. Rezaban de rodillas, lloraban sin consuelo, cantaban el Ave María. Junto con ellos, los líderes mundiales se unieron en una sola plegaria.
“Dolor de toda una nación, para todos los católicos y para todos los franceses”, dijo el presidente Emmanuel Macron. Por primera vez en mucho tiempo, el Twitter de Donald Trump estalló en trinos, pero de solidaridad. “Es horrible ver el enorme incendio en la catedral de Notre Dame en París”, escribió y ofreció desplegar aviones cisternas desde Estados Unidos para ayudar a controlar la emergencia.
Con el paso de las horas, la preocupación crecía. Nada parecía controlar definitivamente las llamas. Los bomberos dijeron que se trataba de un par de horas definitivas para establecer si la colosal estructura se mantenía y si se había perdido la batalla. Pero entonces llegó la esperanza. Casi a media noche, los bomberos anunciaron que se había logrado salvar la estructura. Aunque había daños irreparables, “lo peor se ha evitado”, dijo el presidente Macron.
Nadie sabe finalmente qué originó el fuego. Apenas se conoce el rastro que dejó su pasó. “París está desfigurada. La ciudad nunca volverá a ser como antes”, lamentaba Philippe, un francés de unos 30 años. Alrededor de 400 bomberos se movilizaron con 18 mangueras tras descartar el uso de aviones cisterna para evitar que la presión del agua provocara un colapso del monumento.
Pero en París, en este momento esa investigación no centra los ojos de la gente. En medio del dolor, el país puso en marcha una operación para “salvar todas las obras de arte”. Restaurar el edificio llevará “años de obras”, estimó el nuevo presidente la Conferencia Episcopal de Francia, Eric de Moulins-Beaufort.
La UNESCO, la organización de Naciones Unidas para la cultura, dijo estar “al lado de Francia para salvaguardar y rehabilitar este patrimonio inestimable”, tuiteó su directora general, Andrey Azoulay.
Y la generosidad del mundo comenzó a verse. El presidente Macron llamó a una colecta nacional. Una de las familias más ricas del país, los Pinault, ya ofreció 100 millones de euros para la reconstrucción.
Asimismo, el multimillonario francés Bernard Arnault donará a su nombre y de su grupo LVMH, especializado en productos de lujo, 200 millones de euros.
A pesar de la gran cifra que ya se tenía recolectada para ese momento, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, aprobó desde la entidad un presupuesto de 50 millones de euros y propuso una conferencia internacional para coordinar las donaciones y restaurar el edificio. Entre otras regiones, está Isla de Francia, que incluye París y sus alrededores, prometiendo diez millones de euros.
Por su parte, la Fundación para el Patrimonio, un organismo francés financiado con fondos privados, convocó para realizar donaciones en su web en miras de una reconstrucción de la emblemática parisina, al igual que la web de micromecenazgo Leetchi.
Para reconstruir el templo se necesitarán artesanos especializados y maderas especiales, por lo que el responsable del grupo Charlois, el mayor proveedor de madera de roble de Francia, prometió ofrecer los mejores materiales para reconstruir la compleja armadura de madera.
“Las obras seguramente necesitarán años, quizás décadas, pero se necesitarán miles de metros cúbicos de madera. Habrá que encontrar las mejores piezas, de gran diámetro”, explica Sylvain Charlois, en declaraciones a la radio France Info.
Aunque el exministro de cultura francés Jack Lang dijera que es “absurdo” que la reconstrucción tenga que tomarse una decada, pidiendo un plan de tres años, la renovación podría costar cientos de millones de euros durante varios años.
Con información de Semana.com y AFP.