ir al contenido

Eugenio Lobo, el supuesto asesino que fue condenado por un crimen en el que no participó

¿Cómo fue que Eugenio Lobo le descargó tres balazos al joven Arnoldo Peñaranda aquella noche de sábado en el Foco Rojo, una oscura taberna del barrio Nelson Mandela de Cartagena, si a esa hora estaba encerrado a dos kilómetros de allí, en la cárcel Nacional La Ternera, acusado de un homicidio? ¿Fue una aparición, un error de la justicia o un acto de escapismo? Con esa duda en el aire, un hombre al que 19 hijos esperan volver a ver, paga una condena a 27 años de prisión.

Minutos antes de la medianoche, en la pista de baile del Foco Rojo, Peñaranda, con 17 años cumplidos, pisó accidentalmente a Martín Hernández Valdéz, un cuarentón moreno, pequeño y con un bigote ralo. El joven quiso disculparse, pero el ofendido no escuchó razones. Desde ese instante, el ambiente se puso tenso en esa cantina de barrio. Hernández abandonó la taberna para regresar poco después con Lobo, su primo, otro cuarentón un poco más alto, moreno y de ojos pardos. O, al menos, eso dijeron tres amigos que acompañaban a Peñaranda esa noche.

Los dos hombres se acercaron al muchacho y le ofrecieron un trago de cerveza, con la supuesta intención de sanear los ánimos de la juerga. Pero cuando Peñaranda se negó a tomar de la misma botella, Lobo desenfundó un revólver y disparó. El primer tiro -de tres- entró en el pecho y no fue fulminante. Peñaranda quiso reaccionar, intentó ponerse de pie. Entonces vinieron dos balazos más, uno de ellos entró por el pómulo derecho y fue el que mató al joven, pese a los intentos de sus amigos, que alcanzaron a llevarlo a una clínica cercana.

Esa es la historia que cuenta la sentencia que, en teoría, resolvió el crimen. La misma que condenó a los supuestos asesinos, pero que no responde lo que se supo después. ¿Cómo fue que el Lobo disparó si hay documentos que indican que esa noche la pasó en una celda? Aún así, el 21 de julio de 2001 comenzó un proceso cargado de circunstancias extrañas que, casi 20 años después, mantiene encerrado a un hombre que se dice inocente. Un proceso en el que, al parecer, se repitió esa historia de Kafka sobre el viejo que se muere tirado junto a una puerta que la ley creó únicamente para él, para que nunca pudiera cruzarla.

Con información de Semana